Las salas del Palacio Real de Milán están en penumbra y la gruesa moqueta se traga los pasos de los carpinteros y electricistas que, un día antes de la apertura al público, dan el último repaso a la más grande exposición dedicada jamás en Italia a uno de sus indiscutibles genios: Leonardo da Vinci.
Uno de los trabajadores se para ante el retrato de La belle ferronnière y le comenta al compañero: “Yo no entiendo de pintura, pero cada vez que la miro siento el impulso de intentar descubrir hacia dónde está mirando, o de dar un par de pasos a la derecha para encontrarme con su mirada. La verdad es que su gesto impresiona”. Uno de los jóvenes licenciados que, a partir de hoy y hasta el próximo 19 de julio explicarán la muestra Leonardo Da Vinci 1452-1519, tercia sonriendo en la conversación: “Pues no entenderás de pintura, pero eso es precisamente lo que buscaba Leonardo da Vinci y queda claro que, cinco siglos después, sigue consiguiéndolo”.
La exposición es, para ser exactos, una maravilla. Porque es Leonardo, todo Leonardo, con lo que eso conlleva: el pintor, el escultor, el científico, el ingeniero, el escenógrafo, el genio que nació en la república de Florencia en 1452 y murió en un castillo de Francia en 1519, convencido de que una vida no era suficiente para alcanzar aquello por lo que su inmensa curiosidad siempre luchó, la identidad entre el arte y la ciencia. O, explicado en palabras del comisario de la exposición, Pietro C. Marani, Da Vinci “era consciente al final de su vida de haber ido demasiado lejos al afrontar los más diversos campos de investigación, hasta el punto de haber perdido de vista el verdadero objetivo final de sus investigaciones: la unidad del conocimiento”. Esa búsqueda total, ese dibujar el mundo para llegar a entenderlo y convertirlo en belleza, pero en belleza útil, es la aventura de la exposición de Leonardo. Pero no solo.
Porque Pietro C. Marani y Maria Teresa Fiorio, los comisarios de la exposición, han querido acompañar las obras de Da Vinci, ponerlas en valor, confrontarlas con la de otros artistas de su época o de otras. Se trata de un juego estimulante, al que hay que dedicar esfuerzo físico e intelectual —la muestra es casi inabarcable en ambos aspectos—, pero en el que, como premio, uno recibe la posibilidad de contemplar en la tercera sala de la exposición el retrato de La belle ferronnière —prestado por el Museo del Louvre— y comparar su mirada intrigante con la de San Girolamo, de Andrea del Verrochio —prestado por el Palacio Pitti, de Florencia—. “Porque es verdad que Leonardo innovó”, explica Pietro C. Marani, “pero sobre todo perfeccionó, tanto desde el punto de vista artístico como desde el tecnológico o el científico. De ahí que hayamos decidido exponer algunas de sus fuentes tecnológicas, como algunas herramientas originarias de la época de Brunelleschi, junto a los dibujos de Leonardo que reproducen aquella tecnología. Estamos acostumbrados a ver a Da Vinci como un genio precursor, pero este es un aspecto propio del siglo XVII, que pesa todavía sobre los estudios y la idea que el público tiene sobre el genio. Por eso hemos querido que el visitante encuentre en esta exposición a un Leonardo que atesora todo aquello que lo rodea y a continuación lo transforma”.
Y, para terminar con el mito del genio solitario, aislado, los comisarios Marani y Fiorio han conseguido, después de más de cinco años de trabajo y un presupuesto de 4,4 millones de euros, reunir durante cuatro meses en Milán —la ciudad en la que vivió dos décadas uno de los genios máximos de la historia de la pintura— más de 200 obras de arte: 43 cuadros, 20 esculturas, 108 dibujos y 40 documentos manuscritos procedentes de colecciones de todo el mundo. El Louvre ha prestado tres cuadros: La Anunciación y el San Juan Bautista, además de la Ferronnière. La National Gallery de Washington ha cedido la Madonna Dreyfus; el Vaticano, el San Girolamo; Parma, la Cabeza de Muchacha; y Venecia, el Hombre de Vitrubio. Los organizadores destacan la generosidad de los Windsor, que han prestado 30 dibujos, del British Museum o del Metropolitan de Nueva York. Y, aunque también destacan la solidaridad nacional para con una muestra sin precedentes y difícilmente repetible, se hace notar la ausencia, por ejemplo, de la Anunciación más valorada, la que se guarda con celo en el Museo de los Uffizi de Florencia.
Nuestra intención”, explica la comisaria Maria Teresa Fiorio, “era buscar la originalidad. Otras muestras anteriores han puesto el acento sobre aspectos puntuales o cronológicos de Leonardo. En esta exposición, que ha sido muy meditada, hemos querido reunir todas las facetas que configuraban la mentalidad del genio”. La muestra, que además cuenta con un catálogo de más de 600 páginas y una aplicación para tabletas, se divide en 10 secciones principales que van llevando al visitante, siempre entre la penumbra que resalta el brillo de las obras de arte, a través del recorrido artístico y científico de Leonardo.
La muestra del Palacio Real de Milán llega, además, en un momento muy especial para la gran capital del norte de Italia. Lo subraya Vitta Zelman, el presidente de Skira, la sociedad que ha coproducido la exposición en colaboración con el ayuntamiento milanés, y que explica: “No ha sido fácil reunir a la vez tantas joyas de Leonardo da Vinci. Ha resultado una operación delicada, pero a la vez necesaria porque la organización de esta magna exposición se enmarca en las grandes iniciativas relacionadas con la Expo 2015 de Milán, y que también unimos a la otra gran exposición del Palacio Real sobre el arte de Lombardía de los Visconti a los Sforza. Así, la ciudad de Milán se sumerge en una gran reflexión cultural”.
El visitante pone punto final al recorrido y, a la salida de la exposición, mientras electricistas, carpinteros y otros trabajadores que han puesto su pequeño grano de arena para la muestra terminan sus tareas —y también lanzan su última mirada a La belle ferronnière—, la puerta del Palacio Real se encuentra tomada por la policía. Enfrente, en el imponente edificio del Duomo milanés, se desarrollan los funerales de Estado por las víctimas del tribunal de Milán, consecuencia de un hombre que perdió la cordura pero también de un sistema político y social que, durante los últimos 20 años, apenas practicó “la gran reflexión cultural”.
Fuente: http://cultura.elpais.com/cultura/2015/04/15/actualidad/1429123030_111647.HTML