Dos convicciones se han asentado en el pensamiento contemporáneo sobre el periodismo. La primera es que Internet es la fuerza que más está convulsionando los medios de comunicación. La segunda es que la Red y las herramientas de comunicación e información que ha generado, como YouTube, Twitter y Facebook, están desplazando el poder desde los Gobiernos a la sociedad civil y a los blogueros, ciberciudadanos o los llamados “periodistas ciudadanos”. Es difícil no estar de acuerdo. Sin embargo, estas afirmaciones esconden el hecho de que los Gobiernos están teniendo el mismo éxito que Internet a la hora de irrumpir en los medios de comunicación independientes y condicionar la información que llega a la sociedad.
Es más, en muchos países pobres o en los que tienen regímenes autocráticos, las acciones gubernamentales pesan más que Internet a la hora de definir cómo y quién produce y consume la información. Hay un hecho sorprendente que lo ilustra: la censura está en pleno apogeo en la era de la información. En teoría, las nuevas tecnologías hacen que a los Gobiernos les sea más difícil, y en última instancia imposible, controlar el flujo de la información. Algunos sostuvieron que el nacimiento de Internet presagiaba la muerte de la censura. En 1993, John Gilmore, un pionero de Internet, declaraba a Time: “La Red interpreta la censura como un obstáculo que debe evitar y evadir”.
Hoy, muchos Gobiernos han aprendido a esquivar los efectos liberadores que tiene Internet. Como los emprendedores, están recurriendo a la innovación y la imitación. En Hungría, Ecuador, Turquía o Kenia, las autoridades emulan a autocracias como Rusia, Irán o China censurando noticias críticas y creando sus propias empresas estatales de comunicación. También están diseñando herramientas más sutiles para atacar a los periodistas. De esta forma, la esperanza de que Internet permitiría la proliferación de fuentes de información independientes y diversas se ha hecho realidad solo para una parte minoritaria de la humanidad, la que vive en democracias consolidadas.
Como periodistas, hemos conocido de primera mano los efectos transformadores de Internet. La Red es capaz de reformular cualquier ecuación de poder en la que la información sea una variable. Pero esto no es una ley universal. Cuando empezamos a cartografiar ejemplos de censura, nos alarmó el hecho de encontrar a simple vista tantos casos y tan descarados. Pero más sorprendente todavía es la magnitud de la censura que no se ve, y que es difícil detectar por diversos motivos. Primero, algunas herramientas de control de los medios se enmascaran como perturbaciones del mercado. Segundo, en muchos lugares, el uso de Internet y la censura se están extendiendo rápidamente de forma simultánea. Tercero, aunque Internet es un fenómeno mundial, la censura se percibe todavía como un problema local o nacional. Las pruebas indican otra cosa.
En Venezuela, por ejemplo, entran en juego estos tres factores. El uso de Internet está creciendo a gran velocidad, a pesar del ambicioso programa de censura aplicado desde el Gobierno. Algunos de sus métodos permanecen ocultos, y han salido a la luz en otros países. Uno de ellos consiste en hacerse con el control de medios independientes a través de empresas fantasma y falsos compradores.
Según Tamoa Calzadilla, que hasta el año pasado era directora de investigación de Últimas Noticias, el periódico con más circulación de Venezuela, ni en Europa ni en Estados Unidos se hacen idea de la cantidad y variedad de presiones que sufren los periodistas de su país. Calzadilla dimitió en señal de protesta después de que unos compradores anónimos se hiciesen con el control del periódico y el nuevo director exigiese unos cambios injustificados en un reportaje de investigación sobre las protestas contra el Gobierno. “Esta no es la censura de toda la vida, donde te ponen a un soldado en la puerta del periódico y agreden a los reporteros”, nos decía Calzadilla. “En vez de eso, compran el periódico, se querellan contra los periodistas y los llevan a juicio, escuchan a escondidas sus conversaciones y las emiten por la televisión estatal. Es la censura del siglo XXI”.
La nueva censura cuenta con muchos profesionales, y con métodos cada vez más refinados:
En Hungría, la Autoridad de Medios de Comunicación tiene la potestad de recoger información detallada sobre los periodistas y sobre la publicidad y los contenidos editoriales. El régimen del primer ministro Viktor Orbán recurre a multas, impuestos y la concesión de licencias para presionar a los medios críticos, y destina la publicidad estatal hacia rotativos que simpatizan con el Gobierno.
En Pakistán, la autoridad reguladora estatal suspendió la licencia de emisión de Geo TV, el canal más popular del país, después de que los servicios secretos presentasen contra la empresa una demanda por difamación, tras el asesinato de uno de los periodistas más famosos de la cadena. El canal se pasó 15 días sin poder emitir en junio de 2014. Los periodistas paquistaníes dicen que la autocensura y los sobornos son moneda corriente.
En Turquía, la legislación relativa a Internet confiere autoridad a la Dirección de Telecomunicaciones para eliminar cualquier web o contenido “a fin de salvaguardar la seguridad nacional y el orden público, así como para evitar un crimen”. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, ha sido criticado por encarcelar a docenas de periodistas y por usar investigaciones tributarias y multas elevadas como represalias por coberturas informativas críticas. Hace poco, el Gobierno bloqueó Twitter y otras redes sociales supuestamente en respuesta a un escándalo de corrupción en el que estaban implicados Erdogan y otros funcionarios de alto rango.
En Rusia, el presidente Vladímir Putin está reconfigurando el paisaje mediático a imagen y semejanza del Gobierno. En 2014, varios medios de comunicación fueron cerrados o cambiaron de línea editorial de un día para otro en respuesta a la presión gubernamental. Y al mismo tiempo que lanzaba sus propios canales informativos, el Gobierno aprobaba una ley que limitaba la inversión extranjera en medios rusos.
Tradicionalmente, la censura ha sido un ejercicio de copiar y pegar. Los funcionarios del Gobierno inspeccionaban el contenido de los periódicos, revistas, libros, películas o informativos y lo suprimían o alteraban de modo que solo la información considerada aceptable llegase a la ciudadanía. Para las dictaduras, la censura abría la puerta a cierres de medios y persecución de los periodistas rebeldes, que podían acabar en el exilio, la cárcel o muertos.
A principios de la década de los noventa, el periodismo llegó a Internet, y la censura lo siguió. Los filtros, los bloqueos y los ciberataques sustituyeron a las tijeras y la tinta negra. Algunos Gobiernos prohibieron el acceso a páginas web que no les gustaban y redirigieron a los usuarios a sitios que parecían independientes pero que, en realidad, estaban bajo su control. Infiltraron a funcionarios especializados en los foros y chats para influir en lo que allí se debatía. Y encargaron a piratas informáticos anónimos que destruyeran webs y blogs, y obstaculizaran la presencia en Internet de quienes los criticaban atacando o bloqueando sus páginas de Facebook o cuentas de Twitter.
Los activistas diestros en tecnología encontraron pronto formas de protegerse y eludir la censura digital. Durante algún tiempo, dio la impresión de que estaban ganando la batalla a burocracias gubernamentales centralizadas, jerárquicas y lentas. Pero los Gobiernos aprendieron rápido, sobre todo los más autoritarios. Muchos dejaron de ser meros espectadores de la revolución digital para convertirse en expertos en tecnologías que les permitieron monitorizar contenidos, controlar a activistas y a periodistas y dirigir el flujo de la información.
China es el país donde se ponen de manifiesto con mayor intensidad las contradicciones que ha generado la Red. La nación con más usuarios de Internet y con el crecimiento más veloz de la población conectada es también el mayor censor del mundo. De los 3.000 millones de internautas del mundo, el 22% vive en China (en EE UU, casi el 10%). Pekín ha creado lo que llama “el Gran Cortafuegos” para bloquear contenidos, incluidas las páginas de información extranjeras. Se calcula que dos millones de censores controlan Internet y la actividad de los usuarios. Sin embargo, el 76% de los chinos afirman sentirse libres de la vigilancia gubernamental, según una encuesta citada por la cadena británica BBC. Es el porcentaje más alto de los 17 países estudiados.
El motivo es que las autoridades chinas idean sistemas de censura más sutiles y difíciles de detectar por los ciudadanos. En Hong Kong, donde Pekín debe respetar la libertad de prensa por ley, han forzado el despido de redactores y columnistas críticos, han promovido la retirada de publicidad tanto estatal como privada, incluida la de algunas multinacionales, y han llevado a cabo ciberataques contra algunas webs. La Asociación de Periodistas de Hong Kong ha descrito el año 2014 como “el más oscuro para la libertad de prensa desde hace varias décadas”.
Las acciones de China ponen de manifiesto las nuevas opciones que tiene la censura: puede ser directa y visible, o indirecta y sigilosa. La censura furtiva puede conllevar la creación de entidades que parecen empresas privadas u organizaciones no gubernamentales que se presentan como miembros “de la sociedad civil”, pero que están controladas en realidad por el poder político. Y así, piratas informáticos de Rusia o China, por ejemplo, atacan las redes de los críticos —tanto en sus países como en el extranjero— de forma difusa, como activistas anónimos desperdigados por el mundo, cuando son aliados del régimen.
La censura furtiva atrae a los Gobiernos autoritarios que quieren parecer democráticos (o, al menos, no ser vistos como dictaduras a la vieja usanza).
En los regímenes pseudodemocráticos, el modo en que un Gobierno ejerce la censura suele reflejar la tensión existente entre la proyección de una imagen democrática y la supresión implacable de la disensión. Venezuela es un buen ejemplo. Este país de 30 millones de habitantes se ha convertido en un laboratorio de distintas formas de control del flujo de información. El modelo venezolano ofrece varios ingredientes sustanciosos: unos medios independientes valientes y batalladores, un establishment de la prensa que sirve a las élites, una revolución socialista que dice construir una democracia popular y una ciudadanía polarizada que es testigo de una guerra informativa casi permanente.
Fuente: http://internacional.elpais.com/internacional/2015/02/20/actualidad/1424461152_496757.html
Dependiendo de la dosis recomendada, 1 sobre kamagra 100 mg es suficiente para 1-4 usos.