¿Qué sucede en el cerebro cuando, una vez alcanzada la sensación de saciedad, no hay forma de dejar de comer compulsivamente? ¿Qué impulso empuja, tras una comida copiosa, a no dejar ni las migas del postre? Un grupo del MIT (Massachusetts Institute of Technology) lo explica en la revista Cell: un circuito neuronal relacionado con la sensación de recompensa y placer inducen a seguir alimentándose.
El trabajo no solo afina en la descripción de la ruta que empuja a comer pese a estar saciado. También, lo que quizás sea más importante, demuestra que las señales químicas que despiertan el apetito en respuesta a la sensación de hambre (comportamiento homeostático, en la jerga) y las que impulsan a darse atracones con el estómago lleno solo por placer de hacerlo (comportamiento hedónico) siguen caminos neuronales independientes y obedecen a impulsos distintos en el cerebro, lo que abre la puerta a abordajes terapéuticos selectivos. En ello incide Kay Tye, una de las autoras del trabajo: “Nuestros hallazgos son relevantes porque plantean la posibilidad de desarrollar un tratamiento que interfiera solo la ingesta compulsiva de comida sin alterar el comportamiento alimentario sano”.
Los investigadores han extraído estas conclusiones a partir de estudios en ratones a los que exponían al consumo de azúcar, aunque todo apunta a que son extrapolables a las personas. “Las rutas de control alimenticio y gasto calórico se han conservado sin apenas diferencias entre los roedores y las especies más evolucionadas, por lo que lo más probable es que los circuitos sean los mismas en humanos”, explica Miguel López, investigador y profesor de la Universidad de Santiago de Compostela especializado en neuroendocrinología y obesidad.
Tye y su equipo centraron su búsqueda en hipotálamo lateral y el área tegmental ventral (en la base del cerebro) ya que estas regiones cerebrales se habían relacionado previamente con comportamientos mediatizados por la sensación de recompensa, como la actividad sexual o el impulso al consumo de drogas. Para comprobar sus suposiciones acudieron a la optogenética, una técnica que combina la óptica y la genética para manipular procesos biológicos. El procedimiento usado consistió en modificar genéticamente las poblaciones de neuronas que querían estudiar para que respondieran a estímulos ópticos, de forma que en función de la luz que recibían se activaban o inhibían a voluntad los circuitos nerviosos intervenidos.
Al activarlos, los ratones saciados seguían acercándose a las bandejas de azúcar que tenían en sus jaulas incluso si tenían que atravesar una plataforma que les producía pequeñas descargas eléctricas. Por el contrario, al inhibir este circuito, los ratones dejaban de comer cuando ya se habían alimentado lo suficiente.
Tye sugiere que estos impulsos tuvieron su sentido evolutivo hace muchos años. Los productos con alto contenido en azúcar son una fuente de energía muy útil pero accesible durante tiempo limitado en la naturaleza. Por ello, era conveniente atiborrarse de estos alimentos para crear reservas calóricas de cara al invierno o momentos de escasez. Sin embargo, en el siglo XXI “ya no hay escasez de alimentos azucarados o con alto contenido en grasas”, destaca la investigadora, sino todo lo contrario. La comida basura es más accesible e incluso barata que nunca, comparada con los productos frescos ricos en proteínas, frutas o verduras. “Los circuitos cerebrales que nos permitieron crear reservas de calorías, ahora nos provocan problemas de salud”, añade. De hecho, la epidemia de sobrepeso y obesidad sigue avanzando en el mundo y ya afecta a unos 2.100 millones de personas, casi un tercio de la población, según un reciente estudio publicado en la revista The Lancet.
En todo caso, una cosa es que se pueda discriminar entre las conexiones neuronales que regulan la alimentación sana de la impulsiva, y otra que se pueda llegar con precisión a este circuito mediante un fármaco capaz de bloquearlo y que se pueda aplicar en humanos. “Es un problema manipular específicamente poblaciones neuronales en el encéfalo”, comenta Miguel López. En especial en el hipotálamo, una zona muy primitiva a nivel evolutivo y muy compleja de manipular, ya que regula aspectos tan diversos como la temperatura corporal, la sed, el sueño o la frecuencia cardiaca, además del hambre. La píldora mágica contra los atracones de tarta de chocolate tendrá que esperar.