Sin duda alguna, la pregunta más frecuente que recibo de la gente es: ¿En qué invierto mi dinero? Y es lógico: las tasas de interés han bajado tanto -incluso a niveles por debajo de la inflación- que las personas comienzan a buscar opciones.
Las preguntas se orientan siempre hacia rendimientos: ¿En qué puedo ganar más? Habrá que recordar sin embargo que antes de pensar en ellos hay que conocer -y controlar- nuestro riesgo. De hecho, la razón principal por la cual las personas sufren descalabros y malas experiencias es por la mala costumbre de cazar rendimientos, sin fijarse en el riesgo asociado.
En este sentido, cuando las personas me preguntan cómo invertir, siempre les contesto con preguntas: ¿Cuál es el objetivo de esa inversión? ¿Qué esperas de ella? Para mí esto es lo más importante para ofrecer una respuesta adecuada. La estrategia de inversión ideal depende directamente de nuestro objetivo.
Ya lo he explicado antes: no es lo mismo invertir dinero que uno podría necesitar en cualquier momento, que ahorrar para nuestro retiro. En el primer caso, necesitamos liquidez y seguridad (poca volatilidad). En el segundo caso, necesitamos maximizar nuestros rendimientos potenciales, siempre de acuerdo con nuestra tolerancia particular al riesgo.
Por todo lo anterior, siempre debes hacerte estas tres preguntas antes de invertir:
1. ¿Cuál es mi situación financiera actual?
Las personas que tienen deudas de corto plazo (tarjetas de crédito, préstamos de nómina) deben poner como prioridad pagarlas, no iniciar un plan de inversión.
Quienes no tienen un fondo para emergencias deben primero empezar a construirlo antes de pensar en invertir a largo plazo, para evitar el riesgo de que un inconveniente nos obligue a echar mano de esa inversión antes de tiempo -en el peor momento.
También es fundamental conocer cuál es nuestra capacidad de ahorro.
2. ¿Cuál es el objetivo de mi inversión?
Anteriormente, mencioné la importancia de ello. Pero habrá que enfatizar: nuestro objetivo de inversión determina cuál es nuestro horizonte, es decir: cuánto tiempo hay entre hoy y la fecha en la que queremos alcanzar cada objetivo.
Por ejemplo, si tenemos 20 años y queremos juntar una buena cantidad para nuestro retiro -digamos a los 60 años-, nuestro horizonte de inversión es de 40 años.
Por el contrario, si queremos juntar el enganche para comprar una casa dentro de dos años, entonces este será nuestro horizonte.
Por lo general, mientras mayor sea el plazo, más fácil será lograr nuestro objetivo ya que:
a) Es menor el monto que necesitamos aportar periódicamente (por el efecto del interés compuesto en el tiempo).
b) A mayor plazo podemos asumir mayor volatilidad en nuestro portafolio de inversión, lo cual permite que nuestro rendimiento potencial sea más elevado.
Esto a su vez nos lleva a la tercera pregunta.
3. ¿Cuál es mi tolerancia al riesgo?
La tolerancia al riesgo se define como: la volatilidad que podemos asumir sin quitarnos el sueño.
Recordemos que no hay inversión sin riesgo: los pagarés bancarios, que a veces percibimos como “seguros”, suelen pagar rendimientos inferiores a la inflación. Por lo que, lo único que tenemos seguro es que el poder adquisitivo de nuestro dinero se irá destruyendo. Ésa es por lo mismo la peor “inversión” -si se puede llamar de esa manera.
Los instrumentos de deuda de mediano y largo plazo pueden ser adecuados para conservar nuestro poder adquisitivo en el tiempo, quizá incrementarlo ligeramente.
Pero para que nuestro dinero crezca en el largo plazo, hay que incorporar otros activos a nuestro portafolio, como acciones u otros instrumentos de renta variable, en un porcentaje adecuado con nuestro horizonte de inversión y nuestra tolerancia al riesgo. Es cierto: conllevan a una mayor volatilidad, pero a su vez nos permiten alcanzar más fácilmente nuestras metas.