Con un claro homenaje a las películas de robos y persecuciones de la década de los 70 y 80, como The Driver, Arizona Baby o La huida, de Sam Peckinpah; Edgar Wright da un volantazo y le da un giro de 180 grados a este tipo de historias, dándole un toque único gracias a sus secuencias acompañadas de coreografías y música: pareciera que este filme es un musical salpicado de thriller y acción.

Baby, el protagonista, es un joven con un amor incondicional a la música, además de tener un talento inconmensurable para manejar; esta habilidad es utilizada para escapar de la escena de varios robos, todos perpetrados por la necesidad y la insistencia de su mentor. Después de conocer a la chica de sus sueños, Baby toma la decisión de abandonar su vida delictiva. Lo que, parece, será algo sencillo, pero no.

Fiel a su estilo, Wright echa mano de humor absurdo, acompañado por cierto dramatismo. Las escenas de los crímenes son en las que la adrenalina se torna frenética, la música se vuelve un personaje y un aliado de Baby. A estos valores se suma un reparto de ensueño, cuyo ensamble funciona como maquinaria de reloj suizo, el engranaje no podría ser mejor. Las mujeres en esta cinta simbolizan la inspiración, el amor como motor para seguir adelante y ver hacia el horizonte, ya sea por Lilly James o Eiza González.

Como musa de un mafioso, la mexicana muestra un inglés fluido y las armas de una femme fatal para sacar adelante el papel. Aunque sea un filme de estudio, se puede apreciar un cine de autor. Se derrapa con virtuosismo sobre el asfalto.

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