Fernando Maldonado
Mucho cuidado deberá tener el alcalde electo de Puebla, Eduardo Rivera Pérez. Los grupos que hace trienios han medrado desde hace rincones ignotos de la función pública municipal podrían convertirse en la amenaza más importante de la naciente gestión.
Una línea de confrontación con estos factores reales de poder pondrían en una posición endeble el ideal de hacer un buen papel al próximo inquilino del palacio municipal.
La nueva administración municipal llegará en medio de un clamor para que mejoren las condiciones de vida de los habitantes de la capital. Y el riesgo del fracaso cruza por diversos actores de la vida municipal.
Quizá uno de los más influyentes factores es el del dirigente sindical, eternizado en el cargo en la más rancia expresión del sindicalismo antidemocrático, Israel Pacheco.
No solo controla a la base trabajadora, que ya de suyo constituye una fuerza tal que podría paralizar la prestación de servicios en la ciudad. La influencia de este personaje odiado por las distintas administraciones que lo han padecido, pero querido en el interior del gremio va más allá.
Es público y notorio por ejemplo, que los supervisores de vía pública sindicalizados “reportan” directamente con el líder sindical. Deben ser unos 300 que todos los días salen a las calles con un solo afán: el de extorsionar a cuanto vendedor callejero se encuentran.
Entrar en el terreno de la aproximación de las ganancias que Israel Pacheco obtiene por este mecanismo es moverse en el movedizo piso de la especulación. Pero la práctica de la corrupción que se lleva a cabo en diversas áreas del gobierno de la ciudad, también pasa por la oficina del líder de los sindicalizados.
No será fácil para el gobierno entrante enfrentar una fuerza sindical fortalecida por el número de sus agremiados, sino por la enraizada costumbre del cochupo y la transa.