Fernando Maldonado
Cuando esta semana una cadena de televisión nacional envió a uno de sus reporteros a cubrir el conflicto desatado en Ciudad Juárez, lo hizo bajo una premisa: sacrificar oportunidad en sus informativos, a cambio de la seguridad de su enviado a la tierra más insegura en el mundo.
Ya con el trabajo realizado, los directivos de ese medio de comunicación decidieron transmitir el reportaje hasta que su reportero estuviera de vuelta en casa, un día después. No antes.
Son medidas precautorias ante la probabilidad de una reacción sangrienta de parte de dos grupos delictivos: los cárteles que operan en la zona fronteriza y los que actúan al amparo de la charola, detrás del uniforme de la Policía Federal.
Otra cadena televisiva de carácter nacional sufre la desaparición de un reportero y camarógrafo que daba cobertura a temas aparentemente sin vínculo alguno con el crimen organizado. Desatan una campaña mediática para exigir la devolución de los suyos, feroz y fiel al estilo de la casa.
Luego el hallazgo alarma y aterroriza: son encontrados en bolsas de polietileno, desmembrados, semanas después.
La instrucción es vertical como la vida cotidiana en cualquier medio de comunicación en nuestro país: nada hacía afuera para evitar una mayor represalia de parte de los matanceros al servicio de las bandas delincuenciales. El silencio reina, pero el miedo persiste.
El propietario de Televisa, Emilio Azcárraga Jean lanza un twit el 30 de julio pasado, cuando un equipo de la empresa había sido secuestrado en Gómez Palacio: “Pensando en quienes hoy nos faltan para volver a estar completos. De todo corazón”.
En Puebla un grupo político vinculado con el PRD en Izúcar de Matamoros golpea, asalta y amenaza a un miembro del equipo de la revista Contralínea en medio de una campaña política. Los responsables son identificados y ubicados, pero el aparato de justicia es omiso otra vez.
Y uno más que ilustra la omisión y desinterés de parte de las autoridades para salvaguardar los derechos de un agraviado: Irineo Mújica llevado hasta el extremo de iniciar una huelga de hambre para recuperar lo suyo, que incluyó desde luego la dignidad.
La lista es extensa de casos es extensa, como profundos los agravios a un gremio que solo hace lo que sabe: ser el espejo en el que se refleja todos los días el rostro adusto de una sociedad con el tejido roto.
Es el riesgo de hacer periodismo ajeno a los intereses palaciegos del poder y sus mezquindades. La clase política que hoy le da la espalda a un gremio del que históricamente se ha servido.