Fernando Maldonado
La periodista Lydia Cacho Ribeiro, una mujer que además de valiente, es ampliamente conocida en círculos sociales de Puebla por el largo y penoso episodio en el que fue detenida y puesta disposición de un ministerio público por una conjura del poder.
El camino de la columnista de diarios nacionales y autora de varios libros, sin embargo, va más allá de un trance que abochorna a los poblanos, e indigna al gremio periodístico, y más al de las féminas y activistas. Su trabajo en defensa de víctimas del delito de trata de personas no debe ser regateado.
La autora del más reciente libro Las Esclavas del Poder, ensayo periodístico es un trabajo que documenta la trata de personas en diversas partes del mundo como Estados Unidos, España, Inglaterra; también en lugares tal “exóticos” como Camboya o Tailandia.
Adolece eso sí, del reconocimiento de mujeres mexicanas que son objeto del delito que tanto ocupa a la activista por los derechos de los menores, laureada en el centro del país y en Europa. Sobre todo en una región de México en donde cosechó gestos de solidaridad e indignación justificada tras el trato majadero dispensado por la policía poblana.
Para documentar casos de esclavitud sexual, considerada por la Organización de Naciones Unidas como delito de lesa humanidad no tenía que haber ido siquiera a Tijuana, pero el foro del que goza exigía una mayor dosis de glamour.
Si los casos que recogió hubieran sido de las jóvenes adolescentes, indígenas e iletradas de comunidades de San Isidro Buensuceso, Tlaxcala, las estanterías de los libros que exhiben su más reciente obra hubieran tardado más tiempo en su venta.
Tal vez por ello en Las Esclavas del Poder los abusos, maltrato, amenazas y prostitución forzada que sufren mujeres de San Pablo del Monte, Tlaxcala; o de la colonia El Conde, en Puebla, no pueden ser encontrados. Éxito editorial obliga, pues.
Dice con orgullo la periodista haber tenido que hacerse pasar por prostituta y monja para recoger testimonios de mujeres menores de edad sometidas al capricho y los intereses de sus regentes inmorales en Europa, Canadá y la Unión Americana. Notable esfuerzo, sin duda.
Es una lástima que nadie le haya acercado un mapa que le dijera de la existencia de un municipio en la mixteca poblana de nombre Izúcar de Matamoros, en cuya zona de tolerancia se exhibe sin pudor y al mejor postor el favor sexual de niñas llevadas por los “padrotes” “chichifos” y “lenones” tlaxcaltecas a quien nadie castiga.
El turismo sexual corre en dos vías: el de los grandes y sofisticados centros de consumo: de Cancún a Los Angeles; o de Nueva York a Rusia o Venezuela. Pero también de Tlaxcala, Cuernavaca y Veracruz a sitios como el mercado de La Merced en el Distrito Federal, o el Paseo Bravo de Puebla capital. Pero estos venden menos.