Fernando Maldonado
Si el gobernador electo de Tlaxcala, el priista Mariano González Zarur dice que combatirá la trata de personas en ese pequeño estado de la meseta central del país, habrá que ponderarlo, sin extender cheque en blanco.
La experiencia dice que en los últimos años los gobernadores en el vecino estado han sido complacientes con un fenómeno criminal que atenta contra la dignidad de la personas, destruye familias y deshonra a sus víctimas, la mayoría de ellas vendidas al mejor postor como parte de un mercado que arroja grandes dividendos.
Desde luego el problema no es nuevo. De tan viejo, el oficio de “padrotear” a mujeres indefensas, sujetas a condiciones de miseria e ignorancia, que en Tenancingo sus nuevas generaciones lo asumen como una suerte de “destino manifiesto”.
Lo que sí es nuevo, es el pronunciamiento del mandatario electo. Rompe con el muro de silencio que han mantenido por lo menos los dos últimos titulares del poder Ejecutivo, en un estado marcado por esta actividad, pero soslayado por activistas como Lydia Cacho.
En el sexenio del perredista Alfonso Sánchez Anaya hubo servidores públicos claramente vinculados con organizaciones dedicadas a someter a esclavitud sexual a mujeres de todas las edades. Particularmente en la oficina de Coordinación de Asesores.
En el del panista Héctor Ortiz Ortiz, representante de un gobierno marcado por la corrupción, el fenómeno de trata de personas no solo no fue abatido, sino negado y al mismo tiempo tolerado.
El rector de la Universidad Autónoma de Tlaxcala y hermano del mandatario, Serafín Ortiz intentó correr un velo distractor cuando diario Reforma ubicó en el contexto nacional la trata de personas y su añeja existencia, dispensada por la administración del panista.
La semana pasada fue desarticulada una familia radicada en el municipio de Teolocholco. Prostituía contra su voluntad a 16 mujeres al mismo tiempo. Es apenas una pálida expresión de una enfermedad social con un tejido roto con repercusiones en varios estados, Puebla principalmente.
Si el mandatario electo en Tlaxcala decide combatir esta actividad criminal, mucho cuidado habrá de tener. Los cabecillas de las bandas dedicadas a esta actividad obtienen ganancias equiparables a las que arroja el narcotráfico o el secuestro. Y su peligrosidad está fuera de toda duda.
Y los padrotes tlaxcaltecas no están cruzados de brazos.
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