Caso Joel Arriaga: la conjura del poder

Fernando Maldonado

Somos presa de lo que decimos. Más si escrito está en algún documento que después se vuelve testimonio de la historia. La referencia obliga. Varias circunstancias así lo evidencian.

Sobre el escritorio del reportero descansa un documento que contiene más de mil fojas. Se trata de un expediente del que se desprenden variadas conjeturas. Extraigo un caso que me llama la atención, único y tal vez último: la declaración ministerial de un ex gobernador de Puebla, tras un suceso de sangre que marcó a Puebla.

Todo comenzó el 20 de julio de 1972 con el levantamiento de un cadáver. A las 23:30 horas el licenciado Román Salazar Ramírez, agente segundo del ministerio público, adscrito a la inspección general de policía realizaba la tarea, hasta esa noche rutinaria.

Un automóvil Opel modelo 1971 con placas de circulación 398 BAE del D.F., en la boca-calle de la 24 Norte y 2 Oriente con varios impactos de bala. Consta en el acta 1875/levantamiento de cadáver.

Hace 38 años México era gobernado por el hegemónico PRI. Difícil pensar en la alternancia. En el número 1 de una lista de 100 títulos del Billboard sonaba con fuerza la melancólica “Love”, composición de John Lenon.

Un trienio previo, los jóvenes de entonces traían a cuestas la convicción de abrir los espacios de participación política. Corría el emblemático 1968. Ya la plancha de la Plaza de las Tres Culturas se había cubierto de sangre. Las universidades eran espacio de discusión política, acalorada y radical.

“2 de octubre no se olvida”, corearon este sábado desde distintos puntos de la geografía nacional, en memoria de los caídos aquélla tarde fría en la Unidad Habitacional Nonoalco-Tlatelolco. Hace 42 años un poblano en la euforia del poder presidencial, obseso por el control, Gustavo Díaz Ordaz asumiría después la responsabilidad histórica.

Era el contexto. La Universidad Autónoma de Puebla,espacio de confrontación de ideas, pero también de ofensas. Románticos unos, oportunistas otros. Los que legítimamente buscaban un interlocutor inteligente; otros solo la polarización.

Ya el turbio escenario había propiciado la caída de un gobernador, el general Rafael Moreno Valle, abuelo del mandatario electo. En curso, ya estaba la declinación del sucesor: Gonzalo Bautista O’Farrril.

El cadáver que aquél 1972 fue reportado a las autoridades era el del director de la escuela Preparatoria Nocturna de la UAP, Joel Arriaga Navarro, uno de los más serios aspirantes a ocupar la rectoría universitaria, entonces en las manos de Sergio Flores Suárez.

El reporte del Laboratorio de Criminalística e Identificación Judicial (foja 35) concluyó que después del estudio presentado, fue que Arriaga Navarro sufrió seis heridas producidas por igual número de proyectiles de arma de fuego.

“Le produjeron la muerte en poco tiempo”.

Una parte medular de la declaración ministerial de Bautista O’Farril dice: “los estudiantes de aquélla época para poder inscribirse (en la UAP) tenían que presentar una credencial de miembros activos del Partido Comunista, 200 pesos, 200 cartuchos y una pistola de cualquier calibre”.

http://twitter.com/fmaldonado15