Fernando Maldonado
Para cuando la Policía Federal abandonó anoche la cabecera municipal de Tenancingo, en Tlaxcala los miembros de las familias Flores Carreto y Jiménez Calderón, principales cabecillas de la trata de personas debieron morir de la risa, gozosos y plenos en medio de la nauseabunda impunidad.
No es extraño suponer que si las fuerzas federales entran a Tenancingo, Mazatecoxco, San Pablo del Monte o alguna otra demarcación del sur de Tlaxcala, seguro irían tras las cabecillas de las redes de prostitución forzada, un fenómeno sociocultural en esa porción de tierra en el vecino estado.
Un expediente criminal que rebaza con mucho el área doméstica. La mafia tlaxcalteca ha extendido sus redes a por lo menos ocho estados de Estados Unidos. Hace algunos meses, agentes del Buró Federal de Investigación (FBI, por sus siglas en inglés) llegaron hasta San Pablo del Monte para detener a un sujeto apodado “El gallo”, un padrote que sometía a mujeres en Miami.
Por ello debe explicarse la suposición que ayer corrió a través de twitter. Según esta presunción, el impresionante operativo buscaba cerrar el paso a una actividad criminal que ya es considerada como delincuencia organizada, por el número de personas que lo practican y por las componendas con poderes públicos locales.
Hace dos años el hermano del gobernador y rector de la Universidad Autónoma de Tlaxcala, Serafín Ortiz desestimó información tardía, pero valiosa publicada por el diario Reforma, sobre la esclavitud sexual tlaxcalteca.
Sin ya por la noche una fuente de la Policía Federal en ese estado dijo a este reportero que la búsqueda estaba dirigida a un sujeto considerado como el principal proveedor de droga en la capital de Tlaxcala y Apizaco, apodado “La Quina”, símil del dirigente petrolero depuesto por el salinato, en 1989.
Lo cual hace evidente dos aspectos: no solo el discurso de la Presidencia de México es monotemático. Sus acciones también, al buscar a un narcomenudista, dejaron de lado un asunto que en primer orden lastima y ofende a cientos de familias en la región.
La otra lectura deriva de la primera: el castigo para quienes victimizan las mujeres al privarlas de su libertad, mantenerlas bajo amenaza y contra su voluntad, convertirlas en artículo sexual en un mercado deshumanizado no es una prioridad para el Estado.
Y sin embargo las Familias Flores Carreto y Jiménez Calderón no son las únicas que hoy en día están dedicadas a convertir en putas del mañana a las jovencitas de hoy.
Niñas en la mayoría de las ocasiones iletradas, desnutridas y atemorizadas; obligadas a recibir al comprador de su intimidad, una y otra vez como el cuento de la Triste Historia de la Cándida Eréndira y su Abuela desalmada, de García Márquez.
Ofende el dato, pero es certero: cada lenón, padrote o chichifo en Tlaxcala tiene el control al menos cinco mujeres, obligadas a someterse a por lo menos diez clientes de temible aspecto y peor reputación.
Las ganancias, contantes y sonantes ha cambiado el paisaje semirural del pueblo en el que la Policía Federal estuvo la víspera. Con un 80 por ciento de la población indígena, la pobreza es lo de menos.
Nada de eso vieron anoche las fuerzas federales. Partieron como entraron. Cuando ya no estaban, la carcajada de la mafia tlaxcalteca resonó en toda la comarca. Los lenones, padrotes, chichifos y califas habían salvado el pellejo.
En el sótano…
El martes pasado fue detenido en el aeropuerto de la Ciudad de México el ex hombre fuerte de Enrique Doguer, Alberto Ventosa. La acusación que enfrenta es por el incumplimiento de pago de tres millones de pesos, de un ex amigo de quien fue secretario ejecutivo de la presidencia municipal con el ahora diputado plurinominal electo del PRI.
Hay versiones que dicen que este sujeto sí venía constantemente a México para atender un negocio restaurantero en la capital del país.
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