Fernando Maldonado
No debería ser condenado Enrique Doger Guerrero por pretender ampliar su margen de maniobra en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, en un espacio que controló con los recursos de la frustración: el miedo, la amenaza y la prepotencia.
Esa condición explica la conducta pública de este legislador electo sin campaña. La influencia tan persistente como condenable de una circunstancia personal en el quehacer político.
Testimonios de universitarios abundan. El periodo negro del ámbito universitario está tapizado de excesos, amenazas, gritos. Nada tuvo que ver con un espacio necesariamente vinculado al conocimiento, el debate, el análisis y la pluralidad.
Tampoco debería ser estigmatizado el ex alcalde de Puebla por intentar un retorno al espacio universitario, aunque sea mediante los métodos más condenables: la desestabilización de una institución entera a cambio de satisfacer ambiciones personales.
Tampoco debe ser juzgado por el desprecio y olvido que ha sembrado hasta en su propia parentela. Después de todo, José Marún Ibarra Doger lo consigna claramente en el artículo de opinión publicado en el periódico digital e-consulta: “Seguramente piso los callos de Enrique y sus colaboradores y mañana saldrán a decir que aman a la Universidad y que serían incapaces de hacer nada en contra de ella (…) yo no le creería nada porque fui y soy testigo de lo contrario”.
El escrito del pariente del ex rector refrenda la versión planteada en la Parabólica del 6 de enero de este año “Huellas indelebles de la campaña negra dogerista”.
Fernando Juárez Labadié está detrás de la campaña negra contra autoridades universitarias y personajes de la vida pública y empresarial. Con una agravante: han perdido brillo, estilo y sutileza a la hora de operar desde la clandestinidad para alcanzar propósitos ulteriores.
De nada de eso se puede todavía condenar a Enrique Doger Guerrero. No alcanza el texto de marras a dibujar la inmensidad de la perversión de un actor que sigue el guión escrito con la mala entraña que lo sigue desde los tiempos en que ascendió en el peldaño de la figura pública.
En el sótano…
No debería echarse en saco roto una alianza entre Jorge Estéfan Chidiac y Guillermo Deloya para pujar por espacios de mayor relevancia en la dirigencia del PRI estatal. Ese fue el hilo conductor de la charla que ambos sostuvieron en un frugal desayuno en La Casa de los Muñecos del Complejo Cultural Universitario.
Por cierto a unos metros de la mesa en la que sin prisa ambos priista degustaban café americano, el dirigente del PAN Juan Carlos Mondragón Quintana hacía lo propio. Como se dice: pueblo chico, chisme grande.
Y ya que de panistas hablamos, un ejemplo de que estos y los priistas parecen cortados con la misma tijera, en la Tlaxcala gobernada por el neopanista Héctor Ortiz hay un claro ejercicio del poder con sentido patrimonialista.
La empresa de servicio de comedores del diputado electo por el 4º. Distrito local, Héctor Alonso Granados había servido los alimentos para los internos de los penales en el vecino estado, hasta que un hermano del gobernador en turno lo vio como negocio propio. Fin de la historia. ¿Quiere que se la cuente otra vez?
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