Fernando Maldonado
Tan incierto es el clima que prevalece en el priismo poblano después de la adversidad electoral que devino el 4 de julio, que auténticos personajes de cañerías como Carlos Talavera Pérez y Pedro Díaz suponen que pueden llegar a la presidencia.
No se les debe restar méritos este par de militantes priistas. No es un juicio de valor recordar coqueteos públicos con fuerzas políticas opositores al partido que quieren dirigir. Son al fin y al cabo, criaturas de un régimen acostumbrado a mantener siniestras personalidades para los trabajos sucios.
El autoproclamado dirigente del Frente Cívico Poblano ha servido a las causas más innobles del patrimonialismo ejercido desde el poder sindical, universitario o partidista.
En la década de los 70 Fidel Velázquez Sánchez enfrentaba uno de los movimientos disidentes más notables de la época, a través de un movimiento llamado “Solidaridad”, con el que nada tenía que ver el salinismo de los ’80. Carlos
Talavera fue esquirol de aquél movimiento. Se puso a las órdenes del ya vetusto jerarca y ahí comenzó la forja de su historial indecente.
En la refriega estudiantil de los ’70, continuación del movimiento del emblemático ’68, generado en el Instituto Politécnico Nacional y la Universidad Nacional Autónoma de México, Talavera estuvo de lado de la represión que golpeó, ultrajó y asesinó a una comunidad que demandaba ensanchar el cauce democrático.
Conocedor de los oscuro pasadizos policíacos al servicio del poder político, tiene entre sus más cercanos conocidos a un hombre llamado Juan Vázquez, cuya historia resalta por ser quien levantó en brazos literalmente, al populista presidente Luís Echeverría Alvarez, apedreado durante una visita inopinada al campus de la UNAM.
La baja estofa de quien aspira a la dirigencia del PRI poblano también es conocida en las aulas de la Facultad de Derecho de la Universidad Veracruzana. Exiliado a conveniencia por el poder local poblano, fue puesto al servicio de un rector amafiado con el priismo veracruzano de la época.
Hombre de acción, también ha sabido aprovechar hambre, ignorancia y pobreza de sus incondicionales. En 2004 la Policía Judicial detuvo a un pobre diablo, adicto confeso a la marihuana y la cocaína de nombre Raymundo Galindo Villa.
Ante el temor de ser consignado por un delito mayor o por el tradicional “calentón” de que fue objeto en los separos de la procuraduría, soltó una prenda: ejecutar un atentado con arma de fuego contra Juan Carlos Valerio, director de Noticias de TV Azteca Puebla y del reportero de esa empresa periodística y autor de la Parabólica que tiene entre sus manos.
Con esas cartas credenciales, Carlos Talavera y su incondicional Pedro Díaz quieren ser dirigentes del priismo poblano. Allá ellos y los poderosos que los inventaron.
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