Fernando Maldonado
Primero fueron ellos, después puede ser quien sea. Esa es la premisa. Nadie está a salvo. La brutalidad y contundencia de un acontecimiento inédito en la historia de los medios debe ser analizada con rigor y paciencia.
Hay matices, pero puede comparable con la crisis en Colombia, sumergida en una larga batalla contra Pablo Escobar: secuestros de legisladores y ministros; directivos y trabajadores de medios de comunicación de notable influencia.
Con una salvedad: ninguno de los casos de secuestro registrado en la convulsa y lastimada Colombia buscaba influir en le línea editorial de los medios. La privación de la libertad buscaba transmitir miedo; al mismo tiempo, presión para propiciar un espacio de diálogo y negociación entre el capo y el gobierno de César Gaviria.
Desde que el pasado 26 de julio fueron secuestrados los cuatro periodistas de Grupo Multimedios, Televisa y el Vespertino de Torreón que daban cobertura a secuelas de una masacre en Torreón que involucraba a custodios, delincuentes y a la directora del penal de Gómez Palacio, quedó clara la señal: el medio es el mensaje.
Ya no basta con cercenar miembros o cabezas de sujetos ligados a grupos delictivos antagónicos a los que disputan una plaza para aterrorizar a la sociedad inerme, en medio de la “guerra contra la delincuencia organizada” que lleva a cabo el grupo gobernante.
Más de 24 mil muertes violentas en el país desde que comenzó la gestión de Felipe Calderón parece haber adormecido la psique de un país acostumbrado al escándalo, el edonismo y la frivolidad, cuando la pobreza no lacera o distrae.
Cuando el recurso del miedo se agota, los criminales parecen establecer nuevos códigos y formas de comunicación para imponer su voluntad, a todas luces vulgar y prepotente.
El “narcomensaje” sale de la sección de nota roja que retrata atropellados, atracos y muertos en peleas de cantina de baja estofa para encontrar un espacio de privilegio: las primeras planas o los mejores espacios y segmentos en informativos y programas de análisis.
La responsabilidad debe ser compartida. De la policía y sus especialistas, a los políticos y sus políticas; de los medios y sus trabajadores a los académicos y su trabajo para decodificar nuevas fórmulas, nuevos paradigmas en escenarios inéditos.
El caso de los cuatro colegas liberados el sábado 31 es obra de la casualidad, no de la pericia de la Policía Federal. Están con vida porque así lo quiso el crimen organizado. El mensaje y el mensajero son uno mismo, el emisor, a salvo y ajeno a la estrella que quiso prenderse Genaro García Luna.