A pesar de lo que entendimos y difundimos la mayoría de los medios de comunicación a partir de las palabras del presidente Enrique Peña Nieto en su visita a Puebla con motivo del sismo del 19 de septiembre, el Hospital San Alejandro del Instituto Mexicano del Seguro Social (su nombre oficial es: Hospital Regional General número 36 San Alejandro) no será demolido… O no, al menos, totalmente.
A una semana del temblor de 7.1 grados en la escala Richter que sacudió el estado y obligó al desalojo inmediato de este nosocomio, el más grande del estado y quizá del país, aún no hay claridad sobre su futuro inmediato.
Para el IMSS lo único seguro es que sí sufrió daños estructurales graves, que ponen en riesgo la seguridad de pacientes y del personal médico y administrativo, y que sin ninguna duda no resistirá un nuevo sismo, y menos uno de magnitud superior a los 7 grados.
Aunque ya la comunidad del hospital se despidió (hasta con mariachis) de ese emblemático lugar, donde nacieron miles y miles de poblanos en su larga existencia –fue inaugurado el 15 de junio de 1976-, lo cierto es que sigue haciendo falta un dictamen técnico completo para tomar la difícil determinación de derrumbarlo.
Las afirmaciones de Peña Nieto fue mal interpretadas, o el presidente no se expresó con claridad cuando se refirió a dicho hospital, por lo que se dio por sentado que sería demolido totalmente y sustituido “por uno o dos” nuevos nosocomios; incluso ya se empezaba a hablar de que el municipio de Puebla donaría un predio “muy bien ubicado, por el rumbo del Periférico” para edificar uno nuevo.
Hasta donde se sabe, y se sabe realmente muy poco, la demolición que los medios anunciamos será en todo caso únicamente parcial –de tres o cuatro de sus ocho pisos- y el vetusto edificio ya no podrá ser utilizado como hospital, o sí, pero de ninguna forma como un hospital con tremenda carga, peso y movimiento, atendiendo –como venía sucediendo- diariamente un promedio de 3 mil pacientes entre internados, cirugías, servicio de urgencias, consultas médicas, análisis y laboratorios tanto de Puebla como de Tlaxcala, Oaxaca y Veracruz, con capacidad de 415 camas.
A partir de la reconstrucción y el necesario apuntalamiento de sus cimientos –ya se le había metido mano tras los sismos de 1985 y 1999-, lo que se llevaría un año por lo menos, se habilitaría como oficinas administrativas del propio IMSS o como un nosocomio que ofrezca sólo algunos servicios, como medicina interna y/o cirugía general, pero no más.
Lo que sí es definitivo es que, como bien dijo Peña Nieto, se construirán uno o dos hospitales en Puebla, uno de ellos especializado obligadamente en ginecología y obstetricia, donde se atiendan y concentren los 6 mil partos que anualmente registra el Seguro Social en el estado.
¿Qué va a pasar con el personal médico que hasta el medio día del pasado martes –ese martes negro- laboraba con normalidad en San Alejandro?
¿Serán despedidos sus 2 mil 200 trabajadores, incluidos los administrativos?
De ninguna manera: nadie perderá su plaza; todos serán reubicados en otros hospitales y/o clínicas de la institución.
Este martes, durante su visita a Atlayacapan, Morelos, el director general del IMSS, Mikel Arriola, se refirió por primera vez al caso del hospital poblano y habló de que se derrumbará, pero no aclaró si dicha demolición será total o parcial, como he tratado de explicar.
Según el audio que obra en poder de este reportero, Arriola expresó, textualmente a los reporteros que los entrevistaron:
“… Y donde tenemos el principal daño, y subrayo: es un hospital que vamos a tener que derrumbar, es el hospital San Alejandro en Puebla, que son 415 camas… Ese hospital va a requerir de un hospital nuevo, ciertamente tenemos que trabajar en el proyecto muy rápido para recuperar ese propio hospital” (sic).
¡¿Derrumbarlo o recuperar ese propio hospital?!
Una cosa excluye a la otra.
Ese es justamente el dilema, y sigue sin haber claridad sobre el futuro de este importantísimo nosocomio.
Ojalá que en los próximos días, o semanas, se llegue ya a una decisión final y se deje de jugar al “teléfono descompuesto”, pues hay muchísima presión social e incertidumbre y verdadera urgencia de conocer el destino y uso que tendrá el lastimado inmueble del norte de la ciudad de Puebla, ese gigante que finalmente ya ha resistido por lo menos tres fuertes sismos pero que hoy parece herido de muerte. Él que tanta vida dio durante sus 41 años de existencia.