Como si fuera una maldición, un mal fario persigue a Enrique Peña Nieto en Puebla, donde un coctel explosivo conformado por 1) falta de operadores e interlocutores políticos, 2) delegaciones y delegados ausentes y apáticos, 3) olvidos institucionales para atender necesidades prioritarias de la población, y 4) carencia de una política pública para posicionar mediáticamente los escasos logros de la administración, no deja de causar un severo deterioro en la imagen presidencial, con niveles de aprobación ínfimos, peores a los que llegó a alcanzar el “góber precioso” Mario Marín en el momento más oscuro de la crisis por el caso Lydia Cacho.
Si en marzo pasado el presidente era reprobado por el 68% de los poblanos, para abril la cifra ya había subido a 68.4%. Lo peor no es eso, sino que ya para inicios del mes de mayo, el registro se había disparado hasta el 71.8%, es decir, la peor calificación desde que se sentó en la silla, la más grave de sus caídas, pues en términos reales siete de cada 10 están a disgusto con Peña Nieto y lo que se ha visto hasta hoy de su gobierno.
Por si fuera poco, a los poblanos ya les quedó claro que no están entre las prioridades de Los Pinos y que siguen siendo víctimas y rehenes de la incapacidad presidencial para superar el hecho de que aquí, en la elección de 2012, no ganó el priísta, sino Andrés Manuel López Obrador. Tal vez eso explique el distanciamiento y el trato frío e indiferente de un Peña Nieto rencoroso e incapaz de revertir una dinámica dañina para él y para su partido, a unos cuantos meses del arranque del proceso electoral de 2015, cuando serán electos los diputados federales que va a necesitar para cerrar su sexenio.
Una amplia encuesta del Centro de Estudios Consultivos, que dirige Manuel Martínez Benítez –realizada a inicios de mayo-, no deja lugar a dudas: la economía, la inseguridad y las multipublicitadas, pero cosméticas, reformas estructurales, son los tres factores que siguen dañando el nivel de aprobación del presidente.
Y es que entre el alto número de poblanos que lo desaprueban, el 21.7% lo hace precisamente “por el aumento de los precios” y el 13.3% “por las reformas que ha propuesto”. Es decir, las reformas política, energética, fiscal, educativa y de telecomunicaciones que, analizadas a fondo, sólo terminarán por beneficiar a aquellos grupos de poder acostumbrados desde siempre a depredar los bienes del país.
A estas alturas del sexenio, es el presidente peor calificado de los últimos cuatro gobiernos, resultado de una administración ineficiente, ausente y errática, sin impacto real ni propósito claro en la vida de los ciudadanos, sobre todo los más desprotegidos. Se pensó que nada podía ser peor que Zedillo, Fox y Calderón, pero ya se vio que no. A Peña Nieto ni se le ve, ni se le escucha, ni se siente en Puebla, donde es plenamente correspondido, como lo confirman los más recientes estudios de opinión pública. Los mismos estudios en los que no sólo no levanta, sino en los que sigue cayendo y cayendo y cayendo en medio de una espiral de decepción y hartazgo generalizado.