A diferencia del gobernador Rafael Moreno Valle, el presidente municipal de Puebla, Eduardo Rivera Pérez, ha sido incapaz de superar sus fobias políticas y telarañas ideológicas, y peor: en menos de 100 días, las ha llevado al ámbito del gobierno que le toca encabezar, hasta lograr que sean ya una de las características de su muy particular –pero inexplicable- estilo de mandar.
El asunto viene a cuento no sólo por el evidente enfriamiento en la relación del gobernador hacia -y para con- el alcalde que retóricamente dice trabajar para “la ciudad que queremos”, sino por la abulia mostrada por Rivera para interactuar y establecer canales de comunicación y/o cooperación institucional con otros agentes sociales de suma relevancia.
Un ejemplo que no ha pasado desapercibido a los observadores de la realidad local es lo que sucede entre Rivera y la BUAP.
Y es que, hasta la fecha, el H. Ayuntamiento encabezado por el panista ha evitado hasta la ignominia cualquier posibilidad de vinculación con la máxima casa de estudios del estado.
Rencoroso y sobre todo rehén tal vez de viejos –y agotados- fantasmas (¿la terca e inútil lucha entre liberales y conservadores por el reino de lo efímero?), Rivera ha olvidado la importancia y el papel histórico de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, y más grave todavía: con sus omisiones y descortesías, la ha menospreciado.
En lo personal, las relaciones entre el alcalde y el rector de la BUAP, Enrique Agüera Ibáñez, no son malas: sencillamente son inexistentes.
Más allá de un saludo ocasional y de forzado protocolo, no hay ningún tipo de trato, para desgracia no de la universidad, sino del propio edil, terco en dilapidar en unas cuantas semanas de soberbia y confusión el enorme bono democrático que los poblanos le regalaron.
Ha tenido que ser el rector quien extienda su mano y dé muestras de inteligencia e inclusión; ayer mismo, de hecho. Sin ninguna necesidad ni ningún rendimiento particular, convidó a la directora del Instituto del Deporte Municipal, Ximena Mata, a la inauguración de un edificio en la Facultad de Cultura Física. Por Agüera no ha quedado.
Por eso, no son pocos los que entienden que Rivera sólo usó a las universidades durante la campaña (estuvo en el salón Barroco de El Carolino exponiendo su deseo de ser presidente) como mera fachada para ocultar sus resentimientos y fobias, hoy nuevamente a la superficie a la hora de usufructuar el poder desde la visión de la cerrada e intolerante ultraderecha a la que pertenece.
Como todo mundo ya lo sabe, la BUAP se ha convertido en uno de los más fuertes aliados del gobernador Rafael Moreno Valle, quien, a diferencia de Rivera, avanza con la mirada puesta en el futuro, nunca en el pasado.
Algunos importantes programas educativos y culturales del gobierno estatal están siendo apoyados o respaldados por y desde la máxima casa de estudios.
Otros más de igual o más relevancia están en camino y se echarán a andar en los próximos meses con el único fin de contribuir a cambiar el rostro de Puebla, estado que ciertamente se merece pensar en grande y estar entre los líderes del México del futuro.
La legitimidad de la BUAP no se ve vende precisamente en la tienda de la esquina; es producto de un largo proceso histórico y de una clara concepción y articulación del papel que le ha tocado jugar en nuestra sociedad a lo largo de varias, varias décadas.
Aislado, sobre valorado y metido en un extraño monólogo de sí mismo, Eduardo Rivera no sólo olvida que, tanto por su vocación como por su acción, la BUAP goza de enorme aprobación y aceptación social; también que es eficaz instrumento de cohesión colectiva, sobre todo cuando, como es el caso, las expectativas han sido rebasadas por la realidad de un gobierno municipal carente de ideas (por decirlo con decencia).
Hace unos días, al cumplir sus primeros 100 días como gobernador, Rafael Moreno Valle señaló que un proyecto de gran visión no puede ser excluyente, ni puede surgir de un gobierno o de una sola fuerza política.
“Tiene que surgir de toda la sociedad, tiene que ser fruto de la participación de todos”, dijo, y dijo fuerte en el Auditorio Siglo XXI.
Pero es obvio que en el H. Ayuntamiento, penosa ínsula de las ya conocidas carencias programáticas de El Yunque, nadie, nadie está pensando igual.