Arturo Luna Silva
La ya famosa indefinición de Blanca Alcalá empieza a tener sus costos.
Ni siquiera en su círculo cercano está claro si va o no a participar en el proceso interno del PRI a Casa Puebla.
Y ello, además de desgaste, ha creado confusión, frustración y no pocas deserciones.
La presidenta municipal de Puebla se sorprendería de la larga lista de “simpatizantes” suyos que, ante la ausencia de una señal, ante las dudas que generan las salidas en falso, se han ido a poner discretamente a las órdenes de Javier López Zavala, Enrique Doger o Jesús Morales.
Hay, sí, cables cruzados en la comuna.
No entienden el juego de Alcalá, o ésta no ha sido capaz de explicarlo con la amplitud del caso.
Muchos no comprenden las razones de dar un paso adelante “hasta que el PRI emita la convocatoria” correspondiente, sobre todo porque no sería la primera ni la última autoridad municipal en construir una candidatura a la gubernatura desde la alcaldía, con la anticipación y el ritmo propios de los convulsos tiempos políticos que corren (no se mueve quien no sale en la foto).
Dan crédito al socorrido argumento de que ella, a diferencia del resto de los competidores, ocupa un cargo de elección popular, pero quisieran saber ya, con claridad, si le va a entrar o no, y cuándo, para tomar sus propias decisiones.
No hay que olvidar que muchos de ellos forman parte de la burocracia que tiene años, si no es que décadas, sobreviviendo en el sector público, y la indecisión (o indefinición) de Blanca los tiene inquietos respecto a su futuro y el de sus familias.
Y es que no saben con quién se la tienen que jugar, ni algo más importante: en qué momento.
Por eso, cansados de esperar, varios se han ido ya, aunque oficial y formalmente sigan dentro de eso que difícilmente puede llamarse el “blanquismo”, un grupo de por sí pequeño desde la conformación del gabinete y que hoy, en términos reales, se reduce a sólo cuatro o cinco nombres de mediana importancia.
Porque no son tontos, saben leer y también han escuchado las versiones que corren de medio en medio.
Y no saben cuál de todas creer.
Aquella que señala que han sido por lo menos dos las veces que Alcalá le ha ido a decir al “Gran Elector” que por ella ni se preocupen porque no le interesa ni interesará participar (aunque en los hechos hace y dice exactamente todo lo contrario).
Aquella otra que dice que ya pactó con López Zavala y que sólo está a la espera de concretar una mejor negociación política (en la que el Senado sería una pieza importante) para proceder a levantarle la mano.
O aquella más que da por hecho que la indefinición es deliberada, parte de un acuerdo con Mario Marín para proteger al “delfín”, desviar los reflectores, repartir los madrazos y arrebatarle a Enrique Doger la bandera de la rebelión, cosa que por cierto sí ha logrado, y con creces, la alcaldesa.
Sí.
La confusión es hoy el sentimiento más común entre los trabajadores “de confianza” del ayuntamiento, incluso dentro del círculo más próximo a la oficina principal de Palacio.
Mientras Alcalá sigue haciendo su juego, en un sentido u otro, ellos viven en la incertidumbre.
Y la incertidumbre mata.
Porque acaba con la paciencia.
Y sin paciencia no hay, no puede haber calma.
Calma que al parecer le sobra a la presidenta, pues ella sí que luce muy cómoda, y hasta divertida, dejando en suspenso la respuesta a la pregunta básica:
“¿Va o no va?”.
El tiempo corre, enero no está lejos, y las consecuencias de la indefinición ya saltan a la vista.
Que Alcalá no las quiera ver, es otra cosa.