Durante 42 meses del gobierno de Andrés Manuel López Obrador ya han ocurrido más homicidios y feminicidios que en la administración completa del panista Felipe Calderón Hinojosa, quien es su constante referencia -o su enfermiza obsesión- de lo mal que estaban las cosas en México. Pues ahora están peor.
Con el tabasqueño, de acuerdo con los datos que presentó este 20 de junio la Secretaría de Seguridad Pública federal, han ocurrido 121 mil 655 muertes violentas.
Hay otros recuentos, como el de la consultoría TResearch Investigaciones, que tiene registrados 122 mil 118 crímenes.
Con Calderón sumaron 120 mil 463 durante los seis años de su administración.
Oficialmente, con Enrique Peña ocurrieron 156 mil 437 asesinatos durante el sexenio.
Con estas cifras, el principal argumento autoexculpatorio de Andrés Manuel López Obrador, de responsabilizar de todo al calderonismo, se derrumba.
Efectivamente, la guerra que el panista declaró a la delincuencia fue el comienzo del México rojo, de miedo y zozobra, pero tampoco nada se ha hecho, con eficiencia, por cambiar esas condiciones.
De manera apresurada y sin un análisis profundo, el 11 de diciembre de 2006, el entonces presidente Felipe Calderón Hinojosa envió 6 mil 500 tropas federales al estado de Michoacán.
Su entidad natal, por cierto.
Pretendía poner fin a la violencia de los cárteles de la droga.
Pero era más un manotazo de autoridad que buscaba legitimarlo ante el conflicto postelectoral y la acusación de que se había robado la Presidencia.
Le llamó Operación Michoacán.
El saldo rojo de su “guerra”, cuando entregó el poder a Enrique Peña Nieto en diciembre de 2012, fue de 120 mil 463 muertes violentas en el país.
Esos muertos y la ineficiencia de Calderón habían sido el principal argumento de López Obrador para justificar la violencia actual.
Todavía este jueves lo hizo:
Una vez más, aseguró que la ola de violencia es el resultado de la política de “corrupción e impunidad” del gobierno de Calderón.
Sí hay reminiscencias perversas, pero ya no se puede mirar al retrovisor, para cerrar los ojos al camino que hay de frente.
Las culpas del pasado ya no sirven para lavar la sangre del presente.
No, no son iguales: son peores.
Actualmente, en el país la violencia está incontenible.
Todos los días lo vemos, lo sabemos, lo padecemos y lo tememos.
El asesinato en Chihuahua de dos sacerdotes jesuitas y un laico ha sido un doloso recordatorio.
Los religiosos se dedicaban a hacer el bien, a dar amor, a dar abrazos y los mataron a balazos.
Esos crímenes son tan dolorosos como los asesinatos de mujeres, niños, el acribillamiento de la familia Le Barón, o como el de cualquier otro ser.
Es una tragedia humana, familiar, social.
Van más de 121 mil tragedias.
Hasta el Papa Francisco ya condenó lo que pasa en nuestro país con su ya célebre frase:
“¡Cuántos asesinatos en México!”.
López Obrador, de manera dolosa, tomó el mensaje para justificarse, como acostumbra.
“Él escribe un mensaje lamentando la situación de violencia en México, pero al mismo tiempo subrayando que no es la violencia el camino para conseguir la paz, que la violencia genera más violencia”, dijo el tabasqueño en su conferencia de este 23 de junio.
“Los abrazos no balazos” son inservibles.
Es un discurso hueco ante un México teñido de sangre.
Más del lado de los delincuentes, “porque también son humanos”, que de los ciudadanos, el gobierno federal ha fracaso en la tarea de darnos seguridad.
Hoy el miedo es denso y se respira en el aire, en la cotidianidad de muchos lugares, en millones de familias.
La impunidad no se ha erradicado.
Es más, se ha acrecentado.
Los más pobres son siempre lo que más sufren.
Las Fuerzas Armadas están rebasadas y son la burla de los grupos criminales en varias regiones.
Ya se acabaron los abrazos y no paran los balazos.
Es el sexenio más rojo.
Y nos faltan todavía 27 meses más.