Como es normal en toda lucha por el poder, poco a poco “se calienta” la sucesión rectoral en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). De cara a septiembre, el mes decisivo, avanza la búsqueda del sustituto de Alfonso Esparza Ortiz, y actores internos y externos, estatales y nacionales, saben que no es poco lo que está en juego: ni más ni menos que el control político y económico de la máxima casa de estudios del estado.
EL CONTEXTO
La elección universitaria se dará después de haber pasado los comicios intermedios del 6 de junio, en donde fueron electos 15 diputados federales, 41 legisladores locales y 217 presidentes municipales, sin dejar de lado la nueva composición del Congreso de la Unión y por supuesto la asunción de Eduardo Rivera Pérez (PAN) como el próximo presidente municipal de Puebla, en donde se concentra la propia BUAP y más de 200 instituciones privadas de educación media y superior.
Quien asuma la administración central universitaria, cohabitará con un gobierno y un gobernador, Miguel Barbosa Huerta, que no sólo está políticamente más fuerte tras el pasado proceso electoral, sino que desde el inicio de su administración se ha mantenido distante –por decirlo amablemente- con la BUAP y su actual rector.
Asimismo, habrá una nueva Legislatura local, nuevos presidentes municipales en donde funcionan algunos de sus campus regionales, y por supuesto otro escenario político en el estado.
LAS PRESIONES INTERNAS
Para nadie es un secreto que la sucesión de rector en la BUAP despierta mucha politización, en menor o mayor grado, entre los grupos de interés internos y externos que buscan poder participar con sus propios aspirantes, y otros que aprovechan estos tiempos para confrontar, desestabilizar y sacar provecho político.
En cada proceso se ha vuelto común que se cruzan las llamadas coyunturas políticas externas y esta no es la excepción. Mucho más ahora, cuando algunos de estos grupos buscan el cobijo del partido en el poder, Morena, y en referentes nacionales de todo tipo.
Llegan a decir, por ejemplo, que cuentan con el apoyo del presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, o de su esposa, la escritora y académica de la propia BUAP, Beatriz Gutiérrez Müller, ciertamente con algunos intereses en la benemérita institución.
Unos más hacen presión bajo la construcción de bloques, foros o colectivos, y convocan a conferencias de prensa para denunciar todo lo denunciable y llevar agua a su molino. Como hongos en medio de la lluvia, de la nada surgen grupúsculos y frentes estudiantiles que acusan toda clase de “represiones políticas”, “persecuciones”, “violaciones” y “corruptelas”. Los medios de comunicación más importantes del estado juegan aquí un papel clave, en uno u otro sentido.
Las viejas banderas ideológicas de la universidad de masas, democrática, crítica y popular, son desempolvadas para volver hacer uso de ellas en tiempos, además, de la 4T.
LOS TIEMPOS LEGALES
Lo que vemos actualmente son aspirantes no oficiales y “silenciosos” –unos menos que otros u otras- a ocupar el puesto que dejará vacante Alfonso Esparza Ortiz. Ninguno de los que se mencionan en diferentes espacios mediáticos ha levantado públicamente la mano y menos está registrado o registrada aún.
Quienes deseen participar deberán correr el mismo proceso: para el ya cercano mes de agosto, el Consejo Universitario emitirá la convocatoria respectiva para elegir rector y nombrará dos comisiones, una de auscultación y otra de registro de candidatos.
Durante el mes de septiembre se desarrollarán las campañas electorales por una semana y posteriormente las votaciones; en la primera semana de octubre, tomará posesión quien haya ganado los comicios. Un detalle que no puede soslayarse: por primera vez en la historia de la BUAP, podría haber rectora en lugar de rector.
Los tiempos internos son lo que dan sustento a este proceso no exento de golpes bajos, diatribas y por supuesto pasión e intereses.
Salvo inesperado huracán, hasta este día no hay nada que impida que la máxima casa de estudios lleve a cabo un proceso legal, en orden y democrático.
Sin embargo, se sabe que sus órganos de gobierno ya trabajan diferentes escenarios para garantizar las votaciones el día de la elección, debido a la pandemia de COVID-19, que mantiene cerradas a las propias instituciones de educación superior en prácticamente todo el país.
LA ESTRUCTURA UNIVERSITARIA
Esta universidad tiene un universo que incluye a 43 unidades académicas, junto con sus campus regionales en diversas partes del interior del estado. Cuenta con más de 90 mil estudiantes inscritos en sus diferentes programas; cerca de 5 mil docentes y unos 10 mil trabajadores administrativos.
En recientes fechas fueron electos sus consejos de unidad; en la mayoría de sus facultades y preparatorias, eligieron sin contratiempos a sus directores en funciones.
Para esta primera semana de julio los estudiantes llevan a cabo su proceso de ingreso a la BUAP y en agosto serán aceptados más de 20 mil nuevos alumnos.
De acuerdo con los índices nacionales de mayor credibilidad, la BUAP está dentro de los primeros 10 lugares de las mejores universidades públicas y privadas del país.
La elección de rector (o rectora) no es algo sencillo: implica toda una estructura universitaria que se mueve y que se siente en todo Puebla.
LOS ASPIRANTES
En los últimos meses, varios nombres se han manejado en columnas políticas, pasillos universitarios y (ni tan secretos) “cuartos de guerra”.
Equipos completos velas armas, miden posibilidades, tejen las primeras alianzas y… se mueven, aunque por ahora discretamente, para tener opciones.
Si el actual rector tiene “delfín”, al momento no lo ha dejado ver, o no con claridad, aunque sería muy difícil que no lo tuviera.
En el camino, tal vez, aparecerán otros suspirantes más, pero hasta hoy los anotados son:
La doctora Lilia Cedillo Ramírez, destacada investigadora de la BUAP, formada en el semillero interdisciplinar que construyó el Instituto de Ciencias (ICUAP). Cedillo ha sido vicerrectora de Extensión y Difusión de la Cultura y directora del Complejo Cultural Universitario. Realmente sin perfil político como tal, actualmente es directora del Centro de Detección Biomolecular de la BUAP e integrante de la Comisión Institucional para el Seguimiento y Evaluación de la Pandemia por el SARS-CoV-2.
El contador Oscar Gilbón Rosete, ex tesorero y ex contralor de la BUAP y guardián de no pocos secretos de los últimos rectores, especialmente de Esparza Ortiz, de quien es cercano. Tiene larga carrera en la administración central, conoce la vida institucional y su perfil siempre ha estado en el ámbito de lo privado. Recientemente fue designado titular de la nueva Coordinación General de Capacitación, encargada de los trabajos de actualización curricular del personal académico y no académico.
El comunicador José Carlos Bernal, vicerrector de Extensión y Difusión de la Cultura, a la cual se sumó la Dirección de Comunicación Institucional, desde donde mantiene la relación institucional de la BUAP con los medios de comunicación, de los que formó parte durante muchos años. Es maestro en Administración de Calidad en la Gestión Pública y ha sido director de la Escuela de Artes Plásticas y director de Radio BUAP. Hombre leal al actual rector.
La abogada general Rosa Isela Ávalos Méndez, quien ha mantenido un trabajo constante en el espacio legal de la propia universidad. Se ha mantenido en esa instancia por su propia formación y el carácter fuerte que la caracteriza. Ha sido secretaria técnica del H. Consejo Universitario.
El investigador urbano Francisco Vélez Pliego, quien recientemente terminó su periodo como director del Instituto de Ciencias Sociales. Lleva más de 40 años dentro de la institución, busca seguir los pasos de quien fuera su hermano y rector en los años 80, Alfonso Vélez Pliego. Conoce a fondo la vida universitaria, siempre ha enarbolado las banderas de la izquierda política, aunque trabajó en 2018 para la campaña de Enrique Cárdenas. Su esposa, Catalina Pérez Osorio, funcionaria del ayuntamiento de Puebla, y Carlos Figueroa, académico y militante de Morena, son los principales coordinadores de su “precandidatura” por la rectoría. Este grupo, que presume cercanía con Beatriz Gutiérrez, apostaba por la reelección de la alcaldesa Claudia Rivera pero el sueño, que esperaban los empoderaría, se frustró el 6 de junio.
La reconocida escritora e investigadora Guadalupe Grajales Porras, un perfil que irrumpió con fuerza en la sucesión universitaria a inicios de este año cuando el rector Esparza Ortiz la designó secretaria general de la BUAP, un cargo de la mayor importancia dentro de la institución. El nombramiento levantó ámpula, adentro y afuera, por tratarse no sólo de una mujer y académica con buena reputación, sino porque es la única que en realidad goza de la cercanía y la amistad de la esposa del presidente López Obrador, una relación que se ha acrecentado debido a sus coincidencias en el campo de la filosofía, las letras y el lenguaje. Incluso, la llegada de Guadalupe se leyó, en su momento, como una respuesta política de Esparza Ortiz a la embestida gubernamental en Puebla, una suerte de “seguro” o “protección” ante probables acciones judiciales en su contra. La secretaria general tiene méritos; sin embargo, tal vez uno de sus más grandes obstáculos estaría en su propia familia: está casada con Roberto Vélez Pliego, hermano del aspirante Francisco Vélez Pliego.
(Por ahí hay otro grupo conformado por viejos universitarios como Rufino Márquez, Servando Galindo y Bertha Villavicencio, entre otros, todos –como acostumbran- a la espera de sumarse o impulsar a un candidato propio. A finales de la pasada semana, lo hicieron con el maestro Ricardo Paredes. La mayoría son activistas y miembros de Morena, son especiales y veleidosos, y aparecen en cualquier coyuntura partidaria y universitaria en busca de sacar algún tipo de ganancia).
LO QUE VIENE PARA LA BUAP
Así, se avecina una contienda intensa y con mucha “grilla” política, con serios intentos para buscar desestabilizarla por parte de algunos grupos externos.
Entre ellos anote al de Abelardo Cuéllar, secretario del Trabajo del gobierno estatal; al de Nicéforo Gaytán, y al del malogrado ex funcionario David Méndez (un verdadero inútil a su paso por la Secretaría de Gobernación del estado), así como el de Eloísa Vivanco, madre de Claudia Rivera y presidenta de la Comisión nacional de Honor y Justicia de Morena.
Personajes que quisieran una vuelta al pasado y convertir a la BUAP en un brazo adicional, o un instrumento, del partido, lo que representaría un error histórico con todas sus letras.
A nadie conviene que la universidad entre en escenarios de confrontación política; los sectores sociales requieren que esta institución siga trabajando y dedicándose a su labor, que no es otra que la de educar a los miles de jóvenes que año con año buscan ingresar a la BUAP.
Por años sirvió de trampolín político de rectores que saltaron (o intentaron saltar) a posiciones de poder extramuros (véase los casos de José Doger, Enrique Doger y Enrique Agüera), contaminando la vida interna y desatando intereses inimaginables.
Hoy, por cierto, no son pocos los que se preguntan cómo va a influir el gobernador Miguel Barbosa Huerta y si la nula relación que existe entre este y el actual rector será un foco más de tensión (o el foco de tensión) en el proceso sucesorio.
El pasado 22 de junio el propio Miguel Barbosa lanzó un tuit en el que fijó una posición clara:
“No veo mayor problema en el relevo de la rectoría de la BUAP y llamo a la comunidad universitaria a razonar su voto. El gobierno no tiene interés de meterse, esperamos que elijan al frente de la BUAP a una persona honesta, intelectual y con ganas de hacer las cosas bien”.
Y que entienda el que quiera, o pueda, entender.
En la BUAP todo está por escribirse, y la moneda, pues, está en el aire.
¿De qué lado va caer?