Vientos de guerra y tempestad se asoman en el horizonte de lo que quedó del PRI poblano. Más que como equipos de trabajo, los priístas siempre han actuado como jaurías. Poco a poco comienza a permear entre lo que queda de grupos al interior, que el partido se convierte en un bastión de primera necesidad, puesto que no quedó nada más después de la hecatombe acontecida el pasado 1 de julio. En los próximos meses la oleada de desempleados de todos los niveles comenzará a ser dramática: no habrá espacio en el gobierno federal, local, municipal… Eso significa que todos aquellos operadores que durante años se movieron tanto en la estructura de partido como en la de gobierno, poco a poco verán cómo cada una de las puertas se les irán cerrando. ¿Cuántos hay tan solo en una delegación como la Sedesol y que próximamente andarán desempleados?
Detrás de cada grupo que hoy sale a exigir democracia e inclusión, ambas condiciones que, por cierto, nunca han ocupado más que en discursos, hay un caballo de batalla que, en el fondo, no tiene otro objetivo más que arribar al partido para hacer lo que siempre han hecho, con jugosos dividendos: venderse al mejor postor. Y ejemplos hay muchos y sus riquezas dan cuenta de ello: negocios inmobiliarios, restauranteros, terrenos, y un sinfín de beneficios que, al amparo del poder, han realizado.
El PRI está desfondado y con los peores resultados en su historia, pero aún con todo, en Puebla mantiene un peso político a través de las presidencias municipales que obtuvieron, y la jauría ronda ya sobre los ganadores.
La labor de reconstrucción que a nivel nacional se plantea, suena harto difícil, sobre todo porque una labor de este tipo implica un sacrificio extremo, una labor bien planificada y con objetivos claros, acción que por cierto pocos priistas dominan. La mayoría son expertos en operar elecciones, burlar leyes, adaptar programas para desviar recursos, pero ninguno para operar política de altura. Se mueven a nivel de piso, han hecho de la mentira y la denostación un arte, son expertos en confrontar amigos, en desbaratar amistades y acuerdos; son, en esencia, buenos para destruir, no para construir, menos para reconstruir.
La democracia como tal es un sistema de gobierno aceptable y que durante ya muchos años se ha convertido en un ideal. Sin embargo, hablar de esto al interior de los partidos es prácticamente un suicidio. O ¿usted se imagina una consulta entre las diversas jaurías que coexisten en el PRI para determinar el rumbo a seguir? Sinceramente yo no.
Es cuestión de tiempo para que comience la ronda de traiciones de aquellos que hoy gritan por la democracia y la inclusión. Cuestión de tiempo para que sus demandas por un modelo incluyente se transformen en peticiones de trabajo y negocios para sus allegados, con la amenaza de continuar con sus lamentos y desfondando lo que ellos saben está desfondado.
Naturaleza priista, fieles a su estilo, así han sobrevivido desde su creación, no tendría por qué ser de otra manera.
¡Que Gonzalo N. Santos los redima!