Mientras cada día que pasa se confirma la rotunda e insoportable nulidad de las escasas acciones del gobierno representado por Enrique Peña Nieto en el estado de Puebla, sus delegados siguen tranquilos, impasibles, apáticos y sobre todo navegando en la pasividad de las pantanosas aguas donde florece el ostracismo, la mediocridad y el conformismo.
Todos, sin excepción, reprueban el más simple examen social o de cualquier instancia facultada para calificarlos.
Y ejemplos sobran.
Ahí está el caso de otra de las figuras decorativas que dice servir al presidente Enrique Peña Nieto, encarnada en la persona de Juan Molina Arévalo, delegado de la Secretaría de Gobernación (Segob), una verdadera joya por su altísimo costo y su inutilidad práctica política.
Desinformado y ausente, aunque protagonista, este sujeto no se cansa de demostrar la torpeza con que desempeña sus labores: en febrero pasado fue sorprendido “en fuera de lugar” con la noticia de la captura del narcotraficante Daniel Fernández Domínguez, mejor conocido como “El Pelacas”, en el fraccionamiento La Vista Country Club.
No sólo se enteró medio día después del hecho, que corrió como reguero de pólvora, sino que una vez consumado, fue totalmente incapaz de elaborar para sus jefes un informe completo y detallado, con datos duros que sirvieran para hacer prospectiva y entender la dimensión del suceso, sobre el estatus de esta detención, que a la postre sería clave para la aprehensión de Joaquín “El Chapo” Guzmán.
Más grave aún: para no quedar exhibido como falto de reflejos, se atrevió a hacer declaraciones a los medios que fueron tan patéticas que únicamente sirvieron para que en Bucareli ratificaran las sospechas que ya tenían sobre su ignorancia y ansías de reflectores: “El Pelacas”, dijo, no operaba en Puebla, “solo vivía aquí” (sic).
Algo todavía peor ha sucedido en los últimos días con Juan Molina Arévalo.
Y es que cuando en Puebla hay activos diversos grupos opositores a la construcción del gasoducto Morelos, a grado tal que el gobierno estatal ha tenido que enfocar sus esfuerzos para unificar a autoridades locales con las federales y sumar a diputados y senadores de todos los partidos, con el fin de emitir pronunciamientos a favor de la polémica obra, el delegado de la Segob no se da por enterado y se ausenta de las reuniones que se han efectuado para convencer a los críticos del proyecto a cargo de la CFE.
Otras ocupaciones distraen al funcionario que presume ser muy, pero muy cercano al mismísimo Peña Nieto, de quien fue director general de Gobierno en la región de Texcoco y coordinador de Administración y Finanzas de la Secretaría de Desarrollo Social cuando aquel gobernó el estado de México.
Si bien los conflictos sociales no han trastocado de manera significativa la estabilidad social en el estado de Puebla, ello puede deberse a factores diversos; lo único cierto es que con o sin Juan Molina, las cosas estarían exactamente igual.
Porque él ni ve, ni escucha, ni entiende nada de nada, y para él todo es armonía, paz, tranquilidad y amor, sobre todo amor.
De hecho, tan relajado es últimamente su estado de ánimo, que tiene tiempo de sobra para ocuparlo en sus actividades donjuanescas con una conocida jefa de prensa, que ya pasea –y presume- como su última adquisición.
Tal vez por eso en las oficinas de Bucareli ya se empiezan a preguntar, y con suma preocupación, ¿y dónde está el delegado Juan Molina?, como en aquella célebre película de la década de los setenta donde el piloto desaparece en pleno vuelo, de repente, sin previo aviso, sembrando el pánico –pero también las carcajadas- en los pasajeros.
Cualquier semejanza con la realidad, no es coincidencia.