Como se ha dicho en reiteradas ocasiones, el priísmo en Puebla se encuentra sumergido en una crisis política sin precedentes, derivada del cambio en las relaciones que establecía con el poder, como producto de su derrota electoral de 2010. Sin liderazgos morales que sean capaces de motivar la acción de sus militantes, a la fecha el gobernador del estado, Rafael Moreno Valle, profundo conocedor de las costumbres y los métodos de operación del PRI, continúa con su labor de desmantelamiento de la estructura corporativa y de movilización del partido, que fue su fortaleza durante más de 80 años, con el apoyo de los ilimitados recursos económicos y humanos de que dispone.
La situación se puede definir de una forma sencilla: el gobernador opera con recursos económicos y humanos, con todo el poder del estado, un ejército organizado y un proyecto de largo plazo, lo cual es una ventaja definitiva ante sus adversarios. Por el lado del PRI, ni siquiera se distingue un ejército, ninguna estrategia, no tiene recursos, sus escasos liderazgos están en plena lucha por no desfallecer por la falta de cobijo del presupuesto, ensimismados en obtener una candidatura en 2016 o 2018, incapaces de entender que de antemano están perdidos. El PRI en Puebla aún no ha tocado fondo, continúa en su espiral descendente.
Los nombramientos que realizó el partido, en la figura de un delegado regional -el ex gobernador René Juárez Cisneros- y una delegada general –la yucateca Angélica Araujo- supusieron desde el principio que era la respuesta seria y contundente del CEN priísta frente al gobernador Moreno Valle. Sin embargo, a la fecha y derivado de las luchas intestinas, el PRI que se observa sigue resquebrajado, desorganizado, sin estrategia y con carencia absoluta de liderazgos morales que sean capaces de levantar el ánimo de su desangelada militancia, que sólo acude en calidad de observadores al despliegue táctico que realizan las diversas dependencias del gobierno estatal, en la entrega de apoyos, estímulos, obras y subsidios, desmoronando el único espacio de poder que mantenía el partido, que provenía del corporativismo y del uso y abuso de los dineros públicos.
¿Cómo será la reestructuración de su militancia sin este apoyo fundamental que brinda manejar una bolsa enorme de apoyos en especie y en efectivo?
La capacidad de respuesta del gobernador Moreno Valle ha sido enérgica, sabedor de que al enemigo hay que aniquilarlo; todos los días se ha dedicado a menguar los reductos de poder que el PRI podría ocupar: los diputados locales, con esfuerzos sobrehumanos, no han podido conformar un frente que opaque o frene las iniciativas morenovallistas. Los regidores del ayuntamiento de Puebla, con su inexperiencia y protagonismo sufren el avasallamiento de los partidarios del alcalde Tony Gali. Los delegados federales continúan sin saber a ciencia cierta qué deben hacer y a qué intereses responder. Las estructuras del partido se echan gustosas a los brazos de los operadores del gobernador que cuentan con poder y dinero para cooptar al que se les ponga enfrente, y los delegados del CEN del PRI siguen sin comprender a cabalidad el fenómeno por el que atraviesa un estado en transición, como lo es Puebla, amén de que sus múltiples ocupaciones no les permiten adentrarse en el problema, que requiere ser comprendido desde su raíz para elaborar respuestas acordes a las necesidades de operación política. Ante este escenario, el diagnóstico para los priístas solo tiene una frase: aterrador.
Desde esta perspectiva, hay 5 factores que el análisis debe considerar para ir al fondo de la crisis del PRI en Puebla:
1. Los priístas han minimizado la capacidad operativa del gobernador. En todos los escenarios se sigue esperando la intervención divina o milagrosa del presidente de la República, Enrique Peña Nieto, arguyendo todo tipo de falacias: que si Moreno Valle ya dejó la presidencia de la CONAGO y ahora sí viene la embestida; que el presidente no va a dejar que lo reten; que se prepara un ataque serio y bien planificado desde sus cuentas públicas, entre otras. Lo real es que el gobernador mantiene una estupenda relación con Los Pinos y se sigue preparando para la guerra, está afinando su estructura y cooptando a sus enemigos, mientras el PRI continúa a la espera de un milagro, que desde el presidencialismo absolutista, que les tocó vivir a muchos de los que hoy comandan grupos emergentes, se giren las instrucciones para que, por decreto, un enemigo deje de serlo, cosa por supuesto imposible.
2. No existe un esfuerzo real y consistente por organizar al ejército de priístas. Los delegados del CEN, con todo el trabajo que puedan poner en esta encomienda, con todas las instrucciones que sean capaces de digerir e implementar, sucumben ante la realidad de que a la fecha ningún desacato, ninguna indisciplina o traición han sido motivo de castigo. Además, un caso atípico, que no se presentaba en el estado, como lo es un periodo de transición, requiere algo más que recurrir al viejo libro de la política; necesita, en cambio, adentrarse en el problema, analizarlo, desmembrarlo y comenzar a generar categorías de estudio, variables que incidan en una estrategia de largo plazo. Y eso requiere tiempo completo, vivir en la región, convivir con los actores, estar dispuesto a entregar más que los fines de semana o unos cuantos días al mes.
3. Una estrategia exitosa debe acompañarse de una buena difusión. En ese sentido, el panorama es desolador. Los priístas no tienen aliados –aliados de peso- en esta guerra; y si en los hechos no hay dirigencia, mucho menos un plan de medios de comunicación, que ayude a equilibrar la balanza al menos desde la percepción pública. Se desconoce por completo el beneficio de un manejo adecuado de información estratégica, y los principales actores del partido son mudos, invisibles, apáticos, incapaces de establecer vías de diálogo con los principales periodistas, incluyendo a aquellos que hoy mantienen una buena relación política y comercial con el gobierno estatal.
4. Se carece de una estructura eficiente que haga contrapeso en los espacios de disputa real del poder, como son el Congreso del estado y los cabildos de los municipios. ¿Quién coordina a los regidores donde el PRI es oposición? ¿Quién les dice cómo votar? ¿Ya fueron comprados o están en proceso? El asunto de la participación de los partidos políticos en la elección de las juntas auxiliares es el ejemplo más claro. Por más que se hagan cuentas alegres, la oposición del PRI fue irrisoria, tirando a patética.
5. Los ataques que se han fraguado contra antiguos aliados del PRI no han merecido siquiera una mención pública por parte del partido que algún día los cobijó. El sindicato del ayuntamiento de Puebla, con todo y sus bemoles, fue su aliado en varias ocasiones. Sus más de 5 mil miembros fueron un ejército disciplinado de representantes de casilla, representantes generales y movilizadores, pero hoy son defenestrados, lo que significa un golpe más al corporativismo priísta. No se trata de que el PRI salga a defender al indefendible y corrupto Israel Pacheco Velázquez. Ocurre que nadie se está planteando cómo preservar a ese ejército electoral de 5 mil soldados para las batallas que vienen. ¿Qué está haciendo el PRI para tratar de disputar al interior del ayuntamiento ese espacio? ¿Lo perderá así, sin más, como ha ido perdiendo otros espacios?
En conclusión: en Puebla, el priísmo aún no ha tocado fondo, se encuentra en un periodo de caída que significa ir perdiendo de manera paulatina todos aquellos espacios que un día fueron su fortaleza: la capacidad de operar en los municipios, en los cabildos, en el Congreso. Se encuentra en franco desmantelamiento de su estructura seccional, en su capacidad de estar en las regiones más apartadas, en la capacidad de ser el partido que movilizaba a las masas, en espera de un milagro mal entendido, que provenga de ese presidencialismo al que los priístas anquilosados se aferran para recomponer el rumbo de las cosas, ese presidencialismo que era capaz de separar gobernadores de su cargo por alguna “enfermedad”, capaz de cambiar el rumbo de las elecciones tan solo en el viaje de las urnas a los centros de acopio, a ese presidencialismo que dilapidaba el recurso público los días de elección, a ese presidencialismo que añoran y que tontamente ven como el fin de todos sus males.
Mientras los priístas poblanos continúan peleándose por los despojos, asistimos en primera fila al desmantelamiento de un régimen absolutista para entrar en una carrera eminentemente darwinista, donde sólo los que desplieguen toda su capacidad para adaptarse a las circunstancias serán los sobrevivientes y sobre todo los elegidos para algún día, con algo de suerte, aspirar a regresar al poder.