Aunque en el estado de Puebla los linchamientos han disminuido de manera importante, desde 2015, no hemos podido erradicar esa turba irracional que puede aparecer en cualquier municipio, en cualquier tiempo y en cualquier circunstancia.
La marabunta asesina sigue presente en hechos como el de Papatlazolco, Huachinango, de la semana pasada.
O en Acatlán de Osorio en 2018, en Ajalpan en 2015 o en la tristemente histórica referencia de Canoa, en 1968.
Lugares y fechas marcados en el calendario nacional de la barbarie y de la ignominia.
Muchos efectos se conjugan, para que, por el furor de un mal humor, el miedo generalizado, las fake news en forma de audios fuera de contexto o manipulados y por las malas decisiones colectivas, se llegue al asesinato.
Casi siempre con el agravante de una desproporcionada fuerza.
Con un exceso de crueldad.
Los linchamientos en Puebla no han parado.
Son episodios de sangre cíclicos.
Que no hay posibilidad de entender.
¿Cómo se llega al linchamiento cuando, en el supuesto caso de que se trate de verdaderos delincuentes, ya se les ha sometido por la superioridad numérica de los pobladores?
Se repite siempre el mismo patrón: una o varias voces azuzan, lideran a la masa.
Lo hacen desde el odio, desde la sed de violencia, la ignorancia y la desinformación.
El viernes pasado, en la comunidad de Papatlazolco, Huauchinango, Puebla, fue asesinado Daniel Picazo.
Tenía 31 años de edad.
Una carrera académica brillante y un futuro profesional prometedor.
Hasta marzo pasado había sido asesor en la Cámara de Diputados.
Fue golpeado hasta la agonía y después quemado vivo.
Supuestamente los pobladores lo confundieron con robachicos.
¡Cuántas veces esa ha sido la excusa de la marabunta asesina!
Y cuántas veces han fallado los protocolos y las policías municipales totalmente incapaces de enfrentar situaciones similares.
Desde el gobierno se ha dicho que habrá castigo.
Ojalá de verdad pronto haya noticias de las acciones de las autoridades.
El gobernador Miguel Barbosa ya se pronunció.
Calificó el hecho de barbarie.
“Prejuicios, ignorancia, rumores, un ambiente de no creer en la autoridad que está provocado por todo este momento que se vive en la sociedad.
“El mundo global de la comunicación genera este tipo de ambientes. Yo le digo a los poblanos que regulemos nuestro comportamiento social”, fue su llamado este lunes en su conferencia.
Mucho perdemos como sociedad y como humanidad con estos casos.
Saltan en el recuerdo inmediatamente otros.
En 2018, habitantes de la comunidad de San Vicente Boquerón, del municipio de Acatlán de Osorio, lincharon a dos personas.
Las acusaban de intentar secuestrar a un menor en la localidad.
Varios de los participantes han recibido ya condenas.
Entre ellos un adolescente.
En Ajalpan, el 19 de octubre de 2015, dos encuestadores de la empresa Marketing Research & Services fueron golpeados y quemados.
La versión más conocida es que el ataque se debió a que “los vieron sospechosos”.
Hay más.
La mente cae, al final de cuentas, en la peor de las referencias.
1968, Canoa.
En esa hoy junta auxiliar del municipio de Puebla, cinco trabajadores de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) fueron linchados.
Iban de excursión a La Malinche.
Los mataron “por ser comunistas”.
El sacerdote azuzó a la masa criminal.
A la turba irracional.
A la marabunta asesina.
Esa indeseable Puebla, que de cuando en cuando revive con toda su saña y toda su crueldad e irracionalidad.
Para vergüenza de todos.