El momento histórico que el PRI atraviesa en todo el país y especialmente en Puebla supera por mucho el adjetivo de crisis y se ubica en calidad de cataclismo. Una catástrofe que se desborda del ámbito del poder público, del que ha sido desterrado, a lo ideológico, representativo y hasta laboral de sus militantes. Prácticamente el tricolor ha desaparecido del Congreso local en donde tendrá solamente 4 legisladores; se quedará el próximo año sin el cobijo presupuestal y de plazas de empleo que le daban las delegaciones federales y se ha convertido políticamente en lacayo en donde antes fue patrón. Y por si fuera poco, un nuevo éxodo masivo de priístas a MORENA, mucho más servil que los anteriores, está en desarrollo.
Con poco más de 80 municipios ganados, aunque faltan algunas impugnaciones por resolverse, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) ha quedado reducido en el estado a un partido municipalista.
Las bancadas que tuvo alguna vez el tricolor en la Cámara de Diputados y en el Senado de la República, igual han desaparecido.
Solamente una poblana, Lucero Saldaña, llegará como plurinominal a la próxima LXIV Legislatura de San Lázaro y en la Cámara Alta ningún priísta del estado tendrá escaño.
La oligarquía tricolor ha sido devastada y la previsión más optimista es que pasarán décadas antes de una siquiera pálida recomposición.
El apocalíptico panorama que tienen ante sí los priístas, sin embargo, no se construyó en un día.
Para los poblanos del PRI, el camino se fue allanando desde hace mucho tiempo hacia casi su exterminio, por excesos y culpas domésticas, tanto como por el desdén y la entrega que hicieron de ellos sus dirigentes nacionales.
En el ámbito local, los cacicazgos, el robo permanente al erario a manos llenas, el descomunal abuso de los cargos para fines particulares, el nepotismo y todos los vicios del poder, terminaron por anularlo como opción para los ciudadanos.
Que agradezcan, entonces, las nuevas generaciones a los priístas que aún deciden en ese partido, comenzando por el góber precioso, Mario Marín Torres.
Los priístas poblanos además nunca tuvieron capacidad para enfrentar, como oposición seria, al morenovallismo después de 2010.
Sin argumentos ni valor, fue mejor para sus legisladores y dirigentes, agachar la cabeza y obedecer al nuevo régimen.
Conformarse con recoger del piso lo que se iba cayendo de la mesa del nuevo banquete del poder, al que no estuvieron formalmente convidados.
También en Puebla los priístas se han resistido por intereses personales y de grupo al relevo generacional.
Aún lo hacen: de los 4 diputados locales que tendrá el tricolor, uno es antorchista, Nibardo Hernández, el único de mayoría relativa; otro es el presidente del Comité Directivo Estatal (CDE), Javier Casique; una más fue secretaria general, Rocío García, y otra ha sido una beneficiada permanente de muchos cargos, Josefina García.
El ex candidato Enrique Doger es el poder detrás del CDE, pero no se le ve, hasta ahora, otro plan más que el acaparamiento de la carroña, de lo poco que queda.
No hay proyecto, porque ni los líderes ven futuro.
Si arriba no hay esperanza, en la militancia y burocracia partidista el panorama es peor, más negro que la noche.
No pocos están en estos días buscando a los nuevos dueños del poder federal, los líderes visibles del Movimiento Regeneración Nacional (MORENA), con la ilusión de conseguir o conservar al menos su chamba.
El panorama se les complica con el anuncio de la desaparición de las delegaciones federales, en donde encontraban refugio o premios de consolación muchos priístas, sobre todo aquellos que no lograron amasar o dilapidaron fortunas, para medio conservar su nivel de vida.
Paulatinamente, las plazas que muchos tienen como sindicalizados o personal de servicio civil de carrera serán reemplazadas por personal más afín a MORENA.
Habrá que ver los cambios que propone el presidente Andrés Manuel López Obrador a la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal.
De ahí que la opción que ven es migrar de ideología, de color, de partido, con tal de mantener al menos un trabajo. Porque de posiciones de poder y candidaturas, ya mejor ni hablamos.
El gran segundo éxodo de priístas al lopezobradorismo está en marcha.