Arturo Luna Silva
Un líder al frente de un proyecto político tiene la obligación ética de construir una visión de futuro basada más en las necesidades reales y esperanzas de los habitantes de su sociedad, que en las coyunturas presentes de la misma, y por supuesto, que en intereses individuales de su grupo o de sí mismo.
Por salud, el interés general debe predominar sobre el interés particular, pues cuando un líder gana una elección y accede al poder, no sólo está consiguiendo un buen trabajo, como llegan a creer algunos gobernantes –y más en esta Puebla bananera-, sino que se asume una investidura especial, que convierte al gobernante en el primero entre sus iguales, por lo que está obligado a actuar con responsabilidad.
De ahí que resulte por lo menos repudiable, desde cualquier punto de vista, construir un plan eficaz para ganar unas elecciones sin construir a la vez un proyecto político en beneficio de toda la sociedad, en especial de aquellos ciudadanos más frágiles.
En ese sentido, y contexto, el primer acto de trascendencia pública de un nuevo gobernante marca para siempre su gestión.
Si comienza mal, muy probablemente le irá mal a su administración.
No es el caso, por fortuna, de Rafael Moreno Valle, que guste o no, empezó esta larga –e inédita- etapa de transición de la mejor manera.
Y es que ayer, al dar a conocer los primeros cuatro nombramientos de su equipo (que no gabinete), envió el mensaje que muchos estaban esperando para esta hora poblana: un mensaje claro y contundente de certidumbre hacia el futuro y, sobre todo, de pluralismo y apertura.
Los cuatro nombramientos anunciados reflejan sensibilidad política y visión de altura.
Fueron planeados y pensados con tanto cuidado, que sorprende que algunos no alcancen a ver el fondo que los motivó y se queden sólo en la superficie, ésa aldea solitaria habitada por la “nada”.
El gobernador electo movió las primeras piezas de su ajedrez y lo hizo de manera inteligente.
Veamos:
Dio una posición a la “burbuja morenovallista”, el grupo compacto y cercano que lo ha acompañado desde el inicio de la aventura, en las malas, en las buenas y en las muy buenas. Obviamente recayó en su brazo derecho y operador de mayor confianza: Fernando Manzanilla Prieto, como coordinador de la Comisión de Transición. ¿En quién más?
Otra posición fue para la sociedad civil y específicamente para las mujeres, ese amplio espectro electoral que en buena parte fue decisivo para terminar de consolidar la enorme victoria del 4 de julio. Recayó en Amy Camacho, sin militancia partidista y hoy, por primera vez desde una posición pública, a la cabeza del área que mejor domina: la ecología y el medio ambiente.
Una posición más dentro del equipo de transición fue para el PAN (el partido en que milita Moreno Valle). La elección del personaje no tuvo desperdicio: Pablo Rodríguez Regordosa es panista de abolengo (o “de pedigrí”, como dicen algunos) y, por eso, representa como pocos los valores y la esencia de Acción Nacional, así como los intereses y ambiciones de la derecha poblana a la que pertenece.
Y la última posición (de esta primera etapa, claro) fue en más de un sentido para el PRI, con la confirmada incorporación del diputado federal y presidente de la influyente Comisión de Defensa Nacional, Ardelio Vargas Fosado, al frente –como ya se sabía- de uno de los temas de mayor preocupación para el próximo mandatario: la seguridad pública.
Así, Rafael Moreno Valle quiso (y logró) dejar en claro que la pluralidad y la apertura serán el sello de su administración.
“Aquí todos tienen y tendrán un espacio”, quiso decir.
Es evidente que, pasada la guerra electoral, entiende que ha dejado de ser el candidato del partido o de la coalición que lo respaldó para convertirse en el gobernante de todos los ciudadanos, aun si su decisión política es gobernar a partir de una visión partidaria.
Y que sabe que dejar para cuando se llegue al poder las decisiones de cómo comenzar a gobernar es algo que suele pagarse caro.
Ayer dio muestra de precisamente eso.
El mensaje fue claro.
Clarísimo.
Por lo menos para mí.