Hilvanando una cinturilla
Lunes, 27 de Abril de 2009
La ciudad de Los Ángeles está a punto de cumplir 500 años, y como cada aniversario le cantaron las mañanitas, le hicieron un pastel y hablaron de su deteriorada salud.
La vista de la Puebla no es la mejor, parece una cincuentona en manos de un cirujano plástico chambón, un carnicero cualquiera que se abraza impetuosamente a la ignorancia y se resiste a ser un artista del bisturí.
Los administradores de la ciudad se ocupan año con año del rescate del Centro Histórico, para ser justos habría que decir que llaman rescate al cambio de piso de unas cuantas calles aledañas al zócalo. Igual que una señora a la que le operan muchas veces la nariz, pero no se ocupa de prevenir la osteoporosis, la hipertensión, la diabetes, el cáncer…
La frivolidad lleva a que un piso nuevo, una banqueta ancha, y unas fachadas bien pintadas, sean un “programa integral de dignificación del Centro Histórico”.
Y qué decir de la nueva ciudad llamada Angelópolis (que creció en otros municipios)… nada amable con sus habitantes.
El viernes me senté en los portales a tomar café con unos amigos de la universidad. Recordamos que en los noventa caminábamos casi todos los días de la UPAEP al zócalo sin mayor problema. Entrábamos a las librerías, fisgoneábamos las revistas y nos sentábamos al amparo de la reja republicana de la Catedral.
Ahora por azares del destino los tres vivimos buena parte del día en la nueva ciudad, pero nos es imposible encontrarnos en algún punto sin utilizar el automóvil, y aclaro, no es porque ya no tengamos condición física.
Angelópolis, ese pedazo de intento de primer mundo que Dios nos dio, no es ni será disfrutable para los poblanos. Es como si le hubieran comprado a la ciudad un vestido, zapatos, bolso y joyas de diseñador, pero sin instruirla sobre el arte de portalos.
La nueva vía Atlixcáyotl ya cobró la vida de una persona, y el estudiante de la BUAP que pereció atropellado, no será ni la primera ni la última víctima. Una cantidad millonaria es utilizada para poner cemento al bulevar que originalmente era de asfalto. Igual que en el Centro Histórico, cambiar el piso recibe un nombre rimbombante.
Hasta ahora, a la calle con tintes de autopista, no se le ve la menor gracia, no se podrá caminar por ahí, y todo el vecindario tendrá que seguir utilizando el automóvil hasta para ir a la tiendita de la esquina que ahora se llama de conveniencia (sin convivencia).
Habría que cambiar de cirujano, porque si así está nuestra cincuentona, no quiero imaginar qué pasará con ella en las próximas décadas…