Espectro, un fantasma
Lesly Mellado May
Se altera con el ruido que produce la olla exprés y la licuadora. Es en extremo ordenado. Sabe de memoria todos los datos de los mundiales de futbol. No le gustan las fiestas. Sólo tiene un amigo. Tiene memoria fotográfica. No puede hablar bien. Es muy bueno en matemáticas pero no puede aprender el alfabeto. Su lenguaje es de un niño mayor a su edad. Odia entrar al supermercado. Su sentido del humor es raro. Arma figuras dignas de colección. Su sentido del olfato es muy agudo. Evita los abrazos. No entiende los chistes. Tiene muy mala puntería y no puede atrapar un balón. ¿Son autistas?
Su hijo lleva un atraso de dos años. Su hija nunca va a aprender a hablar. Su hijo nunca tendrá habilidades físicas de los niños de su edad. Su hija seguramente será un genio. Su hijo hace dibujos espectaculares. Su hija inventa que es una niña robot. Su hijo nunca va a socializar. ¿Son autistas?
Seguramente conocemos a personas con algunas de estas características o hemos escuchado a padres contar las sentencias que sueltan las maestras de preescolar sobre niños que “no encajan en lo normal”.
Es de celebrarse el anuncio del gobierno estatal de crear un centro de atención para personas dentro del espectro autista, pues actualmente los casos se atienden mayoritariamente de forma privada y no es accesible para toda la población.
Muchas madres y padres hacen votos para que el centro funcione y exista la posibilidad de acceder a diagnósticos que acaben con falsos positivos generados por una perversa relación entre dueños de preescolares y clínicas de psicología infantil que cobran cifras estratosféricas por sus terapias.
La denominación de espectro le sienta bien, porque hay infinidad de características y no puede ser tan simple decir que alguien tiene o no autismo. Ante la ausencia de atención en el sector público, los privados han hecho un gran negocio con el amor de muchos padres que tienen niños diferentes al resto: algunos esperanzados en que serán genios y otros deprimidos en la incertidumbre de cómo llegarán a su vida adulta.
El último reporte de la Secretaría de Salud federal elaborado en 2018 dice que en el sector público de Puebla se tenían diagnosticadas dentro del espectro autista a 293 personas, aunque no se especifica la edad.
En ese documento denominado “Infraestructura disponible para la atención de los trastornos del espectro autista en el sistema nacional de salud” se estima que en la entidad poblana hay unas 23 mil personas con esta condición por lo que apenas se atiende al 1%.
En el caso de la Secretaría de Educación Pública no son públicas las estadísticas de infantes con autismo que son tratados por las Unidades de Servicio de Apoyo a la Educación Regular (Usaer).
Actualmente, la primera señal para “sospechar” autismo es el retraso en el lenguaje y de ahí el sobrediagnóstico, sin embargo, hay casos en que se trata de alteraciones motoras que impiden hablar y no tiene que ver con una condición neurológica. El espectro es un fantasma, dice una legendaria educadora: “Tengo 30 años dando clases en preescolar, no puedo dar una explicación científica, pero llevo el registro que todos mis alumnos con dificultades en el lenguaje han sido los mejores en matemáticas. Yo no alarmo a los papás. Yo pongo a esos niños a cantar, a cantar, a cantar…”