Que si la paz, la armonía, la felicidad y bla, bla, bla, bla. Me confieso grinch de la Navidad. No ando por las calles destruyendo pinos y quebrando esferas. No. No de ese tipo de “grinch”. Soy grinch en el sentido de que me nefastea la falsedad que suele alborotarse en esta quincena. Todos se abrazan y todos hablan de buenos deseos de dientes para afuera, cuando bastaría con que los 365 días del año sonriéramos y respetáramos al prójimo para que este fuera un mundo mejor.
Este jueves, “Montse de Comunicación Social” me llamó -muy amable ella - para invitarme al brindis que el gobernador del estado ofrecerá esta noche en el Salón de Usos Múltiples de Casa Puebla. “La invitación es para todas las fuentes”, me dijo antes de que yo comenzara a sentirme halagada.
No he vivido en carne propia la llamada “Rafa mordaza” ni he tenido la “suerte” de recibir alguna bendita carta aclaratoria por parte de las oficinas de Comunicación del gabinete estatal como decenas de mis compañeros del gremio, en gran parte porque mi labor diaria se centra en otro mundo, uno alejado del noteo y la grilla cotidiana. Sin embargo, me causa extrañeza que en medio de una política de comunicación tan cerrada el señor gobernador nos invite a su casa a convivir en aras de la pobre y prostituida Navidad.
En fin… no creo que al ex priísta le acongoje mi ausencia y mucho menos se sienta en deuda conmigo por aquellos años en que todos los lunes le abría la cabina de radio.
Más que grinch de la Navidad, este año soy grinch de la realidad que está sobrepasándonos a todos. Yo suelo promover el cero apego a las cosas materiales y pensar positivo para alejar las malas vibras. Este 2011 las historias de asaltos, secuestros, marrullerías y demás linduras de la delincuencia fueron la constante en las conversaciones que sostenía. Hace una semana la casa en la que vivía hasta hace tres meses fue ultrajada por unos tipos que, por fortuna, en ausencia de mis padres, se dieron el lujo de romper chapas de llave y candados para entrar y despacharse con algunos objetos que a mi madre le han costado años de jornadas dobles como maestra de primaria.
Lo que se hayan llevado no duele tanto (incluidos mis calzones viejos o el lazo y las arras y lazo de mi boda) como la tristeza que le dejaron a la mujer que me dio la vida y los nervios colapsados al hombre más importante en mis días. El que ambos estén a salvo es un alivio pero el trauma que ha derivado del atraco ha dejado secuelas que dudo que le quiten el sueño al Ministerio Público, al presidente municipal, Eduardo Rivera Pérez, los burócratas responsables de la seguridad de los ciudadanos y, por supuesto, a quienes se han adueñado de la paz de la colonia en que crecí y que hoy está lleno de narcomenudistas, ladrones de autopartes y malandrines varios.
En fin… a esperar el 2012 que “lo mejor está por venir”.