Con la muerte por delante

02.11.2017

Nadie puede vivir sólo en la realidad. Para poder vivir es necesario creer en algo falso, algo que nos permita soportar la vida, al menos así lo plantea en su Tratado de la Desesperación, el filósofo danés, Soren Kierkegaard, considerado padre del existencialismo. Y así nacen las ilusiones, la fantasía. Como en estos días en los que muchos eligen creer en el más allá. En el cielo o el infierno.

Lo que pasa es que yo no tengo fe. Eso dice mi madre. Quien hace 10 años me mandó a rezar muy fuerte y pedirle a Dios que me quitara una tristeza honda que me oprimía el pecho. La misma que hace 20 me escribió una carta que enlistaba las razones para vivir. “Estás viva porque yo te necesito”, es la frase que siempre recuerdo.

Esta semana de festejos en honor a la muerte y los fieles difuntos, recordaba cómo es que yo de niña tenía tanto miedo a la muerte, a la oscuridad y a la soledad; hasta que encontré más razones para preferir eso a lo aburrido, falso, vacío o paradójico que puede resultar vivir.

Observo a las chicas que rondan los 20. Temían morir en el temblor. Se preocupan por la firma de la tarea, por el 8 en el examen o por la combi que las hace llegar tarde. Tienen expectativas en eso que muchos llaman el “destino” o la vida, o en su inconsciente que las guiará a su deseo.

Algunas aún son vírgenes, otras sueñan con encontrar el amor verdadero, otras suponen que tendrán hijos, también están las que no creen en el matrimonio ni en amores eternos, y hasta las que están decididas a no engendrar. Hoy parece que hay más opciones que las que yo tuve cuando fui a la universidad por primera vez.

Tienen la vida por delante. Aún no reciben una quincena completa para ellas solitas. Un cheque o un depósito de nómina que gastar en maquillaje, zapatos, accesorios, discos, ropa, viajes, cine, regalos para el novio, conciertos, la renta de su departamento de soltera, o el coche del que siempre han estado enamoradas. Aún no lidian con la fama de ser licenciadas, con la gente con la que hay que coexistir en una empresa, o en otra, o en otra; con jefes que te delegan responsabilidades, con la auto explotación, con un corazón roto de a de veras.

“Tú tienes la muerte por delante”, me dijo mi analista cuando recité en el diván por enésima vez mi falta de querer. “Y eso es un fantasma”, remató. Pero esa es otra historia.

Día de Muertos – Ximena Berenguer “Nadiezda”

El hombre que cambió mi vida

05.10.2017

Fuiste el primero en demostrarme que no todos los hombres eran iguales. Hasta mis 7 años mis padres y los padres de ellos se habían encargado de dejarme claro, con el vivo ejemplo, que las mujeres eran las que cocinaban, lavaban y planchaban. Las mismas que debían calentar las tortillas y servir la comida caliente a sus esposos.

¿Por qué mi tío Carlos sí barre y lava los trastes? Le pregunté a mamá la primera vez que vi esa escena y no cabía de la impresión.

Tenía 7 años cuando te conocí y supe que no todos los hombres gritaban, que no todos se dedicaban a dar órdenes, que sí había quienes eran amables y sonrientes.

Crecí en un matriarcado tradicional, ese donde las mujeres mandan pero al mismo tiempo fomentan el machismo por una costumbre que heredaron de generación en generación. Sin cuestionar.

Cuando yo sea grande también quiero que mi esposo sea como mi tío Carlos, pensaba. El hombre más noble, paciente, trabajador y dedicado a sus hijos que he conocido. Pero la vida no es color de rosa. Como a todos, el estrés de la vida cotidiana lo alcanzó, la inseguridad lo asaltó y esta exigencia de cumplir con la lista del súper que nos dicen que es la vida, lo fue apagando.

Un día sus nervios reventaron. Tiempo después las células fueron mutando hasta dominar su temperamento, sus días y su salud. Tras su primer diagnóstico de cáncer, todos nos quedamos helados. En la recaída y recta final, no hubo quien no quedara con el vacío que nos ha dejado.

Han pasado cinco años. Aún sueño de vez en cuando que me mira y sonríe, como cuando le pedía que tocara con la guitarra y cantara “Hasta donde te quiero” o “Amor Marinero”.

Día de Muertos - Diego Rivera - 1924

¿Y si te arrepientes?

29.09.2017

No podemos no decidir. Nuestra existencia se rige, en buena medida, por la toma de decisiones que hacemos. No creo en el arrepentimiento. Llegué a pensar que tal vez porque mi soberbia era grande. Pero no. Creo que cada puerta que abrimos es porque así lo quisimos y nos deja momentos, personas, experiencias, dolores, alegrías, equipaje para anclarnos a la vida, para evitar encontrarnos con la nada.

Dice Jean Paul Sartre que el ser humano tiene conciencia de su muerte e intenta alejarse de ella en el continuo proyecto de ser en el mundo. Por eso ante un temblor de gran magnitud o una actividad volcánica, se encienden los focos rojos de su angustia.

¿Y qué hacemos para escapar de esa angustia? Luchamos por existir. ¿Cómo? A través de una búsqueda de nuestra posición en el mundo, de la proyección, el reconocimiento y el compromiso con los otros. Por eso nos volvimos superhéroes altruistas, por eso todo un pueblo se volcó para poner en pie a la patria.

Para el filósofo francés, el hombre es radicalmente libre y el único responsable de su vida. Sin embargo, nadie nos comparte este secreto. Porque aunque por derecho constitucional nacemos libres, atravesamos un camino lleno de moral, costumbres, ideologías y preceptos civiles que cumplir que nos van limitando hasta volvernos inseguros, temerosos y frágiles para tomar las riendas de nuestros días.

Siempre que hay una disyuntiva en nuestra vida nos acercamos al otro para contarle nuestra angustia, eso que nos quita el sueño, el hambre y el aliento. Y el otro nos aconseja, pero la verdad nadie escucha. Y menos quien en realidad siga la voz de su deseo. Lo que buscamos es reafirmar nuestros pensamientos. Que alguien nos empuje hacia esa duda que suplica certeza.

Y así nos movemos. La respuesta está en nuestras propias palabras. Sólo hay que saber escucharnos. También de eso se trata la cura del Psicoanálisis. De hacernos conscientes, un poco aunque sea. De soltar cadenas, un rato por lo menos. Para que podamos hacer algo. O no. Incluso no haciendo también estamos decidiendo.

La Libertad, Egon Schiele

¿Qué nos mueve cuando se mueve la Tierra?

22.09.2017

Hemos perdido la cuenta de cuantos sismos hemos vivido. Sólo han pasado a la historia aquellos que nos sacudieron, que hicieron que los mexicanos se movieran ante la catástrofe. Aquellos que cambiaron el rostro de las calles porque dejaron estela de edificios, casonas o viviendas destruidas. Hasta el martes yo era de las que no se movía. Me quedaba quietecita esperando que pasara y, una vez que el movimiento se calmaba, salía de prisa a la calle.

Y la mayoría me cuenta que también eso hacía. Mirabas el techo o el reloj y si nada se caía, confiabas en que pronto ese temblor también pasaría. Pero ahora no fue así. A los primeros segundos las ventanas tronaron, los plafones se cayeron, las paredes comenzaron a desprender el tirol de la pintura, los objetos caminaron, las cosas caían al suelo sin control. Esta vez, todos caminamos como pudimos para ponernos a salvo. Nos movimos.

Llevo 60 horas intentando escribir sobre todo lo que mueve en nuestra mente un movimiento telúrico de esta magnitud. Y cada hora aparecen nuevas inquietudes. Observar el fervor desmedido con el que en Whatsapp, Facebook, Twitter, Instagram muchos se han organizado para recaudar y llevar apoyo a las zonas afectadas, preparar sándwiches, tortas, ofrecer sus manos, servicios, coches y casas, es la muestra de que, al final de todo, sí somos seres humanos.

Seres humanos vulnerables y sensibles, cargados de emociones. El luto nacional paralizó la vida. Qué más da el programa escolar, las actividades de rutina, las citas o planes hechos para esta semana. Se canceló la vida. Desayunamos, comemos, cenamos y soñamos terremoto. A eso nos condenaron hasta el lunes 25 de septiembre. Por decreto oficial. Y pobre de aquel que no se suba al tren porque será tachado de todo menos de patriota o terrícola con emociones.

Euforia colectiva que tiene que ver con lo que en Comunicación llamamos Agenda Setting. El timming, en el mundo de los periodistas. La Psicología de las Masas analizada por Freud. La Muchedumbre descrita por Gustave Le Bon. No voy a entrar en teoría, sólo hago la referencia para sostener que esta ola de solidaridad para con los damnificados tiene sus razones sociológicas.

En esta fe desbordada por el altruismo tristemente no se veía el bosque, sólo el árbol. Desde los que siguen echando la culpa de nuestras desgracias al presidente y la clase política, hasta los que se pusieron guapos para hacer Facebook Live y narrar cómo estaban llevando ayuda al zócalo. Sí, avanzamos en materia de sociedad informada. Pero rayamos en el exceso. Nos han atascado de la misma información, los mismos gráficos y videos hasta vomitar.

Lo crudo, lo real, lo jodido no está en las ciudades, en los escombros de casonas abandonadas ni en los centros de acopio. Está en las comunidades que quedan a 4, 5 o 6 horas de distancia de las capitales. Está en los cientos de familias humildes que viven al día y cuyas viviendas de adobe o con techos de lámina simplemente desaparecieron. Lo perdimos todo, me escribió una chica desde Jolalpan. ¿Y qué hacer? ¿Le llevó una bolsa de arroz y aceite? ¿Quién va a poner los ladrillos para poner en pie su casa? ¿Cuándo le va a llegar esa ayuda que sí urge?

Lo que urge es que a quien le toca hacer esa chamba, burócratas del gobierno, agilicen la entrega del dinero para que se compren esos materiales de construcción y les rehabiliten su hogar. Ese es el trabajo que hay que demandar a los secretarios de Desarrollo Urbano, de Hacienda, a diputados y políticos. No verlos nada más que caminen y saluden, no hay tiempo para el “anótese en la lista de damnificados”, volvemos en un mes. ¡Que se apuren a firmar los cheques, a comprar el cemento, a llevar a los ingenieros y albañiles! Eso sería moverse.

Terremoto en Popayán – Fernando Botero (1999)

Apocalipsis

12.09.2017

El año mil novecientos noventa (y) nueve, siete meses,

del cielo vendrá un gran rey de terror,

para resucitar al gran rey de Angoulmois

antes, después Marte reinar por fortuna.

Habré tenido 9 años cuando supe que el mundo se acabaría. Me lo contó mi hermano. “Va a haber un Apocalipsis. Está en la Biblia y también lo predijo Nostradamus”. Tardé años en volver a conciliar el sueño sin los restos de una pesadilla en la que veía aproximarse a un meteorito y a un monstruo gigante de la destrucción. El Anticristo, me dijo que se llamaba. Y me dio un número para temer: 666.

En la víspera del 2000, ya había olvidado que pronto el fin del mundo llegaría. Yo estaba enamorada. Lo que menos pensaba era en profecías oscuras y fatalistas. Al contrario, repetía que no podía morir virgen y sin haber amado, sin traer hijos a este mundo y haber ejercido una carrera exitosa. Aún tenía tanto por hacer, por vivir, por descubrir.

Vivía en un mundo rosa. Nada me faltaba. Aunque tenía la sensación de que tanta felicidad no podía ser buena. Iba contra los mandatos que en ese entonces se proclamaban: Esta vida es el paso a la vida eterna. Hay que ganarse el cielo. Y ese, se gana con lágrimas, con sufrimiento, con sacrificio. Siendo mártir. Luego me la cambiaron y resultó que no. Que había que ser feliz. Que Diosito siempre sí nos quiere felices y contentos, tomados todos de la mano como buenos hermanos que somos.

La mañana del 11 de septiembre de 2001, el mundo cambió. Desayunaba y miraba la televisión. No era una película. Era verdad. Habían derrumbado las torres gemelas. Así, en un santiamén. En el periódico en el que trabajaba, ese día y muchas ediciones siguientes, no había más que ver que las fotos escalofriantes del atentado terrorista que golpeó a la nación más poderosa del mundo. Ya el resto de los mortales no teníamos esperanza de nada.

Al menos tres vidas hemos vivido desde entonces. La tierra se mueve. El cielo se abre. El mar se levanta. Los volcanes rugen. Y aquí seguimos. Hoy ya no creo en la catástrofe que exterminará al planeta. Antes que eso ocurra más nos vale soltarnos al apocalipsis en carne propia. Sumergirnos en nuestros propios temores para saber de qué estamos hechos, comprender nuestras angustias para liberarnos, reinventarnos y construir esa escalera que nos lleve a las estrellas. Ahí donde el hombre sueña con consumar su conquista.

Los cuatro jinetes del Apocalipsis - Alberto Durero