Roma
Roma es el amor al revés. En la víspera de 1971, Alfonso Cuarón acababa de cumplir 9 años. Roma es la nostalgia de ese niño por el país en el que nació, lleno de claroscuros. No importa la década. El tiempo es otro. Fifís y pueblo bueno, todos lloran, todo sigue igual. O peor.
La mirada en escala de grises que Cuarón retrata en Roma va en un sentido romántico. Sin hacer mucho alarde feminista, da el rol protagónico a dos mujeres en polos opuestos que a pesar de las chingaderas de un par de tipos, siguen adelante. Ni siquiera es porque así lo quieran o estén empoderadas. Siguen porque no hay de otra. Ni siquiera hay un halo de fantasía como en la Rosa de Guadalupe o las telenovelas de Televisa.
Ese es el México de ayer y hoy. Un país donde el matriarcado ha tenido que salir con sus hijos a cuestas. Veía a “Cleo” ir y venir por el todavía no tan sobrepoblado y desastroso Seguro Social y me preguntaba ¿y si es derechohabiente?. Apenas en junio pasado leía propuestas de candidatas sobre los derechos que caminan a paso de tortuga en el Senado en materia de justicia salarial para las llamadas “trabajadoras domésticas”.
Roma no es el hilo negro de nada. Cualquiera que se haya hecho una expectativa y esperaba sentir un orgasmo, es que no sabe nada de los últimos trabajos de Cuarón. ¿Vieron Gravity? ¿Ya vieron la versión Netflix de Mowgli? ¿O esperaban nuevamente una sátira chusca como fue “Rudo y cursi”?. Noticias. Han pasado de 15 a 20 años de aquél Cuarón que dirigió hermosas cosas como “La princesita”, “Grandes esperanzas”, “Y tu mamá también” y hasta “Harry Potter y el prisionero de Azkaban”.
Así es. Cuarón se está haciendo viejo. A sus 57 años, nos regala su nostalgia. Quiero creer que quiso compartir la añoranza por las series, películas, canciones con las que se crió. Como muchos – y miren que yo tengo 20 años menos que él- escuchaba en las tardes al de los camotes, el afilador y hasta al ropavejero. Así que de mi parte va el agradecimiento por las canciones viejitas pero bonitas de Leo Dan, José José, y hasta el Corazón Gitano de Lupita D’Alessio. Por la recreación del Cine Metropolitan y hasta el Banco Serfín, por las cacerolas de aluminio y hasta por presentarme al famoso e increíble Profesor Zovek.
El mérito de Roma es haber tejido en un mismo hilo, escenografía, fotografía y narrativa, las huellas de un México donde convergen el repudiable halconazo, con el Mundial del Futbol, las Olimpiadas y hasta el campeonato del Cruz Azul, con los sismos que acechan a la capital del país, los ricos acabando con los bosques, la pobreza haciendo un hueco en Ciudad Neza, y niños creciendo con palos, cajas de cartón, radios, teléfonos de disco y agua que se escurre por todos lados, principalmente entre las cagadas de los perros.
Roma es amor de regreso. El regreso de un Cuarón seguramente avecindado en Nueva York o Los Ángeles. A mi parecer sobrevalorado desde el Oscar que le concedió la Academia de Hollywood por Gravity, una oda al espacio interestelar que los norteamericanos se vanaglorian en querer conquistar desde hace seis décadas.