¿De qué nos defendemos?

- Entonces todos estamos enfermos.- Replicó alguien en la mesa cuando intentaba justificar que las manías que unos juzgan en otros son parte de su forma de sostenerse en el mundo. Que los dejen vivir en paz.

- No.- Respondí. Si acaso todos estamos un poco locos, pero estamos locos de atar.

¿Cómo de atar?

Así.

Amarrados. Reprimidos. Sujetados.

A lo que sea.

A una rutina Godínez, a un horario escolar alienante, a listas de súper, al reto de ser alguien en la vida, a seguir los 10 mandamientos, a cumplir con el sueño de mamá y papá, a una bendición que gatea, a un objeto de deseo, al amor de nuestra vida o al dolor de una herida.

Y es que parece que nadie quiere que le llamen loco. Mucho menos reconocer que en él habita un poco de maldad, de perversión, de sed de venganza, de melancolía infinita, de rasgos suicidas, de delirios sangrientos. Porque todo ello es parte de la condición humana pero no es moralmente correcto. No es “normal” en un mundo en el que debemos hacer el bien sin mirar a quien.

Hay quienes sí no tienen opción. Viven en las psicosis. Están en su realidad. Los vemos pasar en la calle y nos hacemos a un lado. Nos topamos con alguien que va hablando solo y lo miramos con desdén. Tememos por nuestra vida. Nos defendemos. ¿De qué nos defendemos? ¿De contagiarnos con sólo respirar el mismo aire? ¿De perder la razón?

En su libro Historia de la Locura en la Época Clásica, el filósofo francés, Michel Foucault, nos da cuenta de cómo este desprecio por lo que resulta extraño siempre se ha marginado por temor a lo desconocido para la civilización humana. Para el Siglo XVII los leprosarios de la Edad Media, ya habían sido sustituidos por confinamientos para quienes padecían enfermedades venéreas y comenzaban a ordenarse por decreto la creación de casas correccionales para internar a todo aquel vagabundo que anduviera merodeando fuera de sus cabales.

Antes de esta etapa, en Europa, a los locos vagabundos se les equiparaba a los leprosos y todo tipo de apestado social que cuando era sorprendido por la policía, principalmente en Núremberg, Alemania, se les embarcaba en la famosa Nef de Fous, la nave de los locos, que después cobró auge como un símbolo para decenas de novelas y pinturas coloreadas con sátira.

Un ejemplo de esto lo encontramos en las obras de artistas renacentistas como el pintor holandés Jheronimus Bosch, El Bosco, quien se valió de este recurso imaginario para criticar la sórdida vida del clero y la nobleza, exponiendo los pecados capitales como muestra de la locura que impera en una sociedad que se conduce con el vientre y no con la cabeza; pues privilegia la glotonería, los vicios, la lujuria y otros placeres, por encima del pensamiento moral.

Es precisamente de este recorrido histórico pero también de una mirada actual desde el psicoanálisis, de lo que va el más reciente volumen de Lapsus de Toledo: Mecanismos de Defensa en las Psicosis, cuya presentación en Puebla no pudo tener mejor escenario que el hoy Museo Regional de Cholula, el cual albergó durante cien años al Hospital Psiquiátrico Nuestra Señora de Guadalupe.  Gracias por acompañarnos.


La Nave de los Locos (1503) – El Bosco