Agarrada a la carretera
Sonará a albur. Meter el clutch suele producirme cierto placer cuando lo suelto mientras conduzco sola escuchando mi playlist favorito. Yo lo llamo orgasmo. Una muerte chiquitita.
Debía ir al entierro de la madre de una madre. Nunca pensé en llegar en auto. Pero fue lo primero que toda mi familia exclamó en todos los tonos: advertencia, amenaza, preocupación, ocupación, súplica. “No te vayas a ir sola en coche”. Así que, como lo tenía en mente, busqué opciones para llegar en autobús en un viaje de tres escalas y cuatro horas.
Tres semanas antes me había echado para atrás sin ver el sentido. Tras el “golpe avisa”, ahí me ven llamando al seguro para que se hiciera cargo de un rayón que le hice a una Audi Q3. Ridículo. Solía estamparme con más drama y estilo.
Así que el sábado desperté sudando entre pesadillas escolares y raspones de auto. Esas situaciones en las que el miedo a fallar te angustia. Salí de mi clase y me dirigí a la CAPU. Pasaba justo a un costado cuando pensé: “pues es aquí derecho derecho”.
¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Que se cumpla mi presagio de morir estampada? Ojalá fuera así de fácil. Así que compré un jugo de naranja, sintonicé la estación de música agropecuaria, me puse el cinturón y me agarré a la carretera. Eso sí, sin GPS, atenta a las señales del camino y preguntando en cada caseta. Era mi primera vez conduciendo en una autopista más allá de San Martín Texmelucan.
Entraban llamadas de mi familia. Les da miedo que esté sola. En lugar de contestar pensaba si se enteraron de ese viaje a mis 18 años cuando el amor de mi vida me cortó por primera vez y abordé sola un autobús con destino a Cuernavaca con solo una dirección en un papel. En la ocasión en que mis amigos de la uni me dejaron abandonada en medio de una tumultuosa TAPO y conseguí un asiento para llegar a Villahermosa. En la odisea de cruzar sola el océano para enterrar mis traumas en el desierto de Egipto. O en la zozobra que tenía cuando los llevé al Perú y temía que al bajar del avión nos lleváramos un chasco por contratar paquetes por internet. En fin. Hoy sólo eran 124 kilómetros de carretera.
Entonces caí en cuenta que son esos momentos los que me hacen sentir viva. Esos en los que me rompo en tratar de demostrar que en lo imposible cabe siempre una posibilidad. Aunque sí. A veces la vida me ubica y me recuerda que todo no es posible, que el clutch sirve para cambiar la velocidad. Aunque yo odie tener que frenar. Aunque ame estamparme.
The Lost Jockey (Rene Magritte)