Apocalipsis
El año mil novecientos noventa (y) nueve, siete meses,
del cielo vendrá un gran rey de terror,
para resucitar al gran rey de Angoulmois
antes, después Marte reinar por fortuna.
Habré tenido 9 años cuando supe que el mundo se acabaría. Me lo contó mi hermano. “Va a haber un Apocalipsis. Está en la Biblia y también lo predijo Nostradamus”. Tardé años en volver a conciliar el sueño sin los restos de una pesadilla en la que veía aproximarse a un meteorito y a un monstruo gigante de la destrucción. El Anticristo, me dijo que se llamaba. Y me dio un número para temer: 666.
En la víspera del 2000, ya había olvidado que pronto el fin del mundo llegaría. Yo estaba enamorada. Lo que menos pensaba era en profecías oscuras y fatalistas. Al contrario, repetía que no podía morir virgen y sin haber amado, sin traer hijos a este mundo y haber ejercido una carrera exitosa. Aún tenía tanto por hacer, por vivir, por descubrir.
Vivía en un mundo rosa. Nada me faltaba. Aunque tenía la sensación de que tanta felicidad no podía ser buena. Iba contra los mandatos que en ese entonces se proclamaban: Esta vida es el paso a la vida eterna. Hay que ganarse el cielo. Y ese, se gana con lágrimas, con sufrimiento, con sacrificio. Siendo mártir. Luego me la cambiaron y resultó que no. Que había que ser feliz. Que Diosito siempre sí nos quiere felices y contentos, tomados todos de la mano como buenos hermanos que somos.
La mañana del 11 de septiembre de 2001, el mundo cambió. Desayunaba y miraba la televisión. No era una película. Era verdad. Habían derrumbado las torres gemelas. Así, en un santiamén. En el periódico en el que trabajaba, ese día y muchas ediciones siguientes, no había más que ver que las fotos escalofriantes del atentado terrorista que golpeó a la nación más poderosa del mundo. Ya el resto de los mortales no teníamos esperanza de nada.
Al menos tres vidas hemos vivido desde entonces. La tierra se mueve. El cielo se abre. El mar se levanta. Los volcanes rugen. Y aquí seguimos. Hoy ya no creo en la catástrofe que exterminará al planeta. Antes que eso ocurra más nos vale soltarnos al apocalipsis en carne propia. Sumergirnos en nuestros propios temores para saber de qué estamos hechos, comprender nuestras angustias para liberarnos, reinventarnos y construir esa escalera que nos lleve a las estrellas. Ahí donde el hombre sueña con consumar su conquista.
Los cuatro jinetes del Apocalipsis - Alberto Durero