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IMPRUDENCIAS (CON PRECIOSO PATO PEQUINÉS AL FONDO)

IMPRUDENCIAS (CON PRECIOSO PATO PEQUINÉS AL FONDO)
El ex gobernador Mario Marín durante el traslado a prisión domiciliaria

Fue el 9 de octubre de 2021.

Ese día Emilio Lozoya disfrutó la que a la postre sería su última comida de lujo fuera de la cárcel.

El ex director de Petróleos Mexicanos cometió una garrafal imprudencia.

Acompañado por un grupo de amigos, asistió al Hunan, restaurante de comida china en Lomas de Virreyes, en la CDMX.

Disfrutaba, feliz, relajado, del célebre pato pekinés del prestigiado y lujoso establecimiento, cuando una periodista, enterada de su presencia, acudió y le tomó in fraganti una fotografía.

La difusión de la imagen se volvería un escándalo nacional, que traería serias y graves consecuencias al político acusado de recibir sobornos millonarios de la constructora Odebrecht, en el sexenio del priista Enrique Peña Nieto.

Y es que Lozoya, con la mano en la cintura, había violado -esa y otras tantas veces más- su arraigo domiciliario, lo que evidenciaba, entre otras cosas, oscuros arreglos con su supuesto perseguidor: el gobierno de Andrés Manuel López Obrador.

¿Cómo podía salir de su residencia y darse la gran vida si estaba arraigado?

¿Lo sabía el gobierno? 

¿No lo sabía?

¿O lo sabía y dejaba hacer y actuar con libertad, por así convenir a los intereses de ambos?

La Fiscalía General de la República -es decir, López Obrador- se quedó sin opciones: acorralada, no tuvo otra que solicitar prisión preventiva justificada por alto riesgo de fuga.

Una mañana Lozoya entró al Reclusorio Norte a una audiencia y ya no salió.

No salió sino más de dos años después cuando, gracias a nuevos acuerdos con el gobierno, un juez le concedió prisión domiciliaria, con brazalete electrónico.

Pero aquella imprudencia del Hunan le salió cara, muy cara.

Todo lo anterior viene a cuento luego de que se confirmó -gracias a la divulgación de una fotografía– lo que ya se comentaba profusamente en el “círculo rojo” de Puebla: el ex gobernador Mario Marín ya hace política desde su casa de Xilotzingo, donde cumple prisión domiciliaria por el caso de tortura a la periodista Lydia Cacho.

Fotografía difundida en redes sociales de Mario Marín en reunión con amigos en su casa de Xilotzingo

Es sabido que, desde su traslado a Puebla en agosto de 2024, recibe a políticos, empresarios, periodistas, ex colaboradores suyos y amigos, muchos amigos, con quienes come y hace largas sobremesas donde sin nostalgias se habla, sí, de política.

Mucha y buena política.

Hasta donde hay registro, el conocido como “góber precioso” no ha violado su prisión domiciliaria -ni nada hace creer o suponer que la violará en el futuro-.

Como Lozoya, Marín también porta un brazalete electrónico por determinación de la jueza que le cambió las medidas cautelares y le sigue proceso.

De hecho, es de dominio público que afuera de su residencia permanecen apostados elementos de la Guardia Nacional, comisionados para impedir una fuga.

Incluso al hombre más poderoso de Puebla durante el periodo 2005-2011 le retuvieron su pasaporte y visa para evitar que huya del país.

No obstante, el hecho de que se haya reactivado -y convertido su casa, en pasarela de políticos, empresarios, periodistas, ex colaboradores suyos y amigos, todos en busca de consejo y algo más-, ya causó no pocas suspicacias.

Acceso a la casa del ex gobernador de Puebla

Si como reo en domicilio tiene o no derecho a recibir a quien quiera, y a la hora que quiera, y con el pretexto y el motivo que quiera, y a hablar de lo que se le pegue la gana, está a discusión desde varios puntos de vista -incluido el legal-.

No obstante, sí luce, indudablemente, como una imprudencia, enorme imprudencia, que esas reuniones “privadas” se hagan públicas, por la causa o razón que sea, como ocurrió con la de hace unos días y cuya fotografía se viralizó en redes sociales y provocó múltiples opiniones, ninguna favorable a su causa.

Porque, entre otras cosas, en nada abona a la percepción que algunos tienen en el sentido de que “el marinismo está de regreso”, o al menos muchos de quienes formaron parte de ese grupo político.

“¿Pero qué necesidad?”, fue el comentario más amable, en sentido contrario a las ridículas versiones periodísticas que lo justifican y pintan casi como un santo.

Y es que guardando las proporciones, pues se tratan de casos diferentes, lo ocurrido con Mario Marín recuerda, y mucho, al caso Emilio Lozoya.

Al ex director de Pemex le bastó una imprudencia, una enorme imprudencia, para desatar los demonios en su contra.

Pensó que el entorno, el contexto político, la coyuntura… lo favorecían.

Se sintió impune, intocable, poderoso

Y entonces, no midió consecuencias.

Se creyó tocado por los Dioses.

Los Dioses del poder.

Todo un clásico de la soberbia, esa hermana gemela de la ceguera.

¿Se desatarán los demonios -del Edén- contra Mario Marín por hacer evidente lo que debería mantenerse, por asepsia e inteligencia, bajo reserva?

Si en su momento, el presidente López Obrador criticó fuertemente que haya sido escoltado a su bunker en Puebla mediante un fuerte dispositivo de seguridad, en el que participaron varias patrullas de la Guardia Nacional, ¿qué pensarán los líderes del Morena ahora que han confirmado el nuevo y renovado activismo del ex gobernador?

Sí, la imprudencia, acompañada por una indiscreción, podría salirle cara, muy cara.

***

De muchas cosas, pero sobre todo de la imprudencia, nació el caso Lydia Cacho.

Aquella tristemente célebre llamada telefónica con Kamel Nacif fue todo, pero sobre todo imprudente.

Pero pasa el tiempo, el agua no pasa dos veces por el mismo río, y todo parece indicar que no, no se aprende.

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