En los últimos días, la reforma judicial en México ha sido tema de discusión en diversos sectores de la sociedad, desde los medios de comunicación hasta los cafés donde se conversa sobre política.
Pero más allá del debate simplista de si esta reforma es buena o mala, hay aspectos cruciales que deben ser considerados con mayor profundidad. Por que yo creo que hay tres puntos fundamentales a reflexionar: primero, que la forma en que se aprobó esta reforma no solo es cuestionable, sino que representa un riesgo para la salud democrática del país; segundo, la clara crisis que atraviesa la oposición, particularmente el PAN bajo el liderazgo de Marko Cortés; y tercero, que el verdadero reto a futuro será encontrar mecanismos efectivos para el diálogo y la construcción de consensos, ya que ninguna mayoría es eterna.
El proceso de aprobación de la reforma judicial ha sido visto por muchos como una muestra de la fortaleza del grupo mayoritario en el Congreso, liderado por Morena y sus aliados.
Pero la velocidad y la forma en que se llevó a cabo ha dejado muchas interrogantes sobre el respeto a los procedimientos democráticos. La discusión fue escasa, el análisis profundo brilló por su ausencia, y en muchos casos, los legisladores ni siquiera tuvieron tiempo suficiente para estudiar a fondo los cambios propuestos. Aparte la forma en la que se consiguieron los 3 senadores faltantes, no solo es poco transparente, sino poco saludable. Si bien es cierto que las mayorías son para usarse, lo poco deseable es que solamente se usen para pasar una idea sin siquiera detenerse a discutirla con sus pares.
Una democracia no se basa únicamente en la capacidad de una mayoría para imponer su voluntad, sino en la calidad del debate y el respeto a los mecanismos que permiten una deliberación inclusiva.
El hecho de que una reforma tan trascendental haya pasado prácticamente sin oposición real, al margen de una discusión abierta y plural, es preocupante. No se trata de negar la legitimidad de una mayoría, sino de cuestionar el uso de esa mayoría para evitar el debate y la construcción de acuerdos. Este tipo de dinámicas erosiona la confianza en las instituciones democráticas y alimenta la polarización, dejando la impresión de que las decisiones se están tomando de manera autoritaria, en lugar de democrática.
El resultado es un debilitamiento del sistema. La democracia no solo es el derecho de la mayoría a decidir, sino la obligación de garantizar que todas las voces sean escuchadas.
Cuando una reforma de esta magnitud se aprueba sin esa consideración, se envía un mensaje peligroso: que el poder absoluto de la mayoría puede pasar por encima de cualquier otra consideración. Esto, a largo plazo, afecta la calidad de la democracia y mina la confianza de la sociedad en sus representantes.
Uno de los factores más alarmantes que ha permitido que la reforma judicial avance sin mayores obstáculos es la crisis interna de la oposición, particularmente del Partido Acción Nacional (PAN). Durante años, el PAN ha sido una de las principales fuerzas políticas de México, capaz de ofrecer una alternativa frente a otras fuerzas políticas. Sin embargo, bajo la actual dirección de Marko Cortés, el partido parece haber perdido rumbo y fuerza.
La falta de liderazgo dentro del PAN es evidente. Marko Cortés ha sido criticado no solo por su incapacidad para articular una estrategia clara frente a Morena, sino también por permitir que el partido se disuelva en luchas internas que lo han debilitado. En lugar de ser una fuerza que unifique a la oposición y ofrezca soluciones viables, el PAN ha caído en la irrelevancia política en muchos aspectos. Esto ha permitido que Morena avance con su agenda, incluida la reforma judicial, prácticamente sin enfrentar una resistencia coordinada o efectiva.
La falta de una oposición sólida es dañina para cualquier democracia. Los contrapesos políticos a las mayorías son no solo deseables, sino necesarios. Elas fuerzas únicas en un sistema democrático pueden caer en la tentación de abusar de su poder.
El PAN, fue una oposición fuerte durante años, fue un partido que busco imponerse y volverse la opción contra el Priismo. Hoy, sin embargo, parece que esa fuerza ha quedado relegada ante la falta de una dirección clara. Esta situación no solo afecta al PAN, sino que también debilita el sistema democrático en su conjunto, ya que los ciudadanos se quedan sin una opción política creíble que contrarreste el poder del gobierno actual.
Y evito a hablar del Priismo que esta en su momento de mayor debilidad, con el menor número de diputados y senadores, así como gobernadores y alcaldes en su historia, un priismo sumergido en su propia lucha interna entre Alejandro Moreno y grupos al interior, un priismo que parece que los negativos en la percepción son tan pesados que la única vía posible es o la desaparición o una refundación pero esta se antoja realmente muy difícil.
Movimiento Ciudadano es una gran incógnita, comienza a cobrar fuerza pero no la suficiente para enfrentarse por si sola al morenismo, y mucho del electorado, lo ven como algo no claro, sin tener una idea convincente del por que apoyarlos o de que representan o en que se pueden beneficiar si lo apoyan.
Finalmente, el verdadero desafío para el futuro político de México no radica únicamente en el contenido de las reformas que se aprueban, sino en la capacidad del sistema para fomentar el diálogo y la construcción de acuerdos.
Las mayorías políticas, como nos muestra la historia, no son eternas. Morena, que hoy goza de un control mayoritario, eventualmente dejará de ser la fuerza dominante, y en ese momento, el país se enfrentará al reto de encontrar un camino hacia el consenso en un escenario más plural.
Uno de los problemas más serios de la política mexicana es la falta de una cultura de diálogo. En lugar de buscar puntos de encuentro, los actores políticos a menudo eligen la confrontación, lo que impide construir políticas públicas duraderas y efectivas.
Si no desarrollamos mecanismos que fomenten la discusión y el acuerdo entre las diversas fuerzas políticas, correremos el riesgo de perpetuar un ciclo de polarización que, a la larga, puede ser más perjudicial para el país que cualquier reforma en sí misma.
El verdadero progreso político no se logra cuando una mayoría impone su voluntad sin considerar a las minorías, sino cuando se construyen soluciones que todos, o al menos una mayoría significativa, pueden aceptar. En este sentido, México debe reflexionar sobre cómo mantener y fortalecer las instituciones democráticas para que no solo sirvan de vehículo para la imposición de la mayoría, sino como un espacio donde el diálogo y el acuerdo sean posibles.