Primer plano: la imposición gansteril. Lo más grave del proceso mediante el cual la reforma al Poder Judicial fue aprobada es que no hubo ninguna sorpresa. El procedimiento avasallador con el que el INE extendió la mayoría calificada a Morena en la Cámara de Diputados fue el primer aviso: nadie detendrá la maquinaria echada a andar por el presidente para terminar de destruir el avanzado —si bien defectuoso y débil— entramado institucional a través del cual la sociedad civil había ido sentando las bases para conseguir una división real de poderes. La mayoría de los actores sociales no hicieron una lectura correcta del hecho. Las posturas optimistas se sostuvieron y apostaron a la falta de mayoría calificada en el Senado. La pronta incorporación de dos senadores del PRD al grupo mayoritario fue una segunda llamada, a la que también sobrevivieron expectativas positivas. El golpe letal fue dado a la vista de todos: Ricardo Raphael anunció, desde el lunes, que Yunes Márquez sería el “traidor”. Los hechos ocurrieron tal como él los describió, según se lo había confiado una fuente confiable que estuvo presente en las negociaciones. Por si fuera poco, las fuerzas oficiales echaron mano del garrote y detuvieron al padre de Daniel Barreda, senador por MC, de quien se había dicho que probablemente se sumaría a Morena. Había, además, un plan “D”: aprobar la mayoría calificada con una aritmética inventada por Fernández Noroña. El golpe mortal a la república fue consumado a la vista de todos, recurriendo a chantajes y utilizando la fuerza pública al más bajo estilo gangsteril. Si no se ocultaron fue porque quisieron dejar claro el mensaje: entendemos el poder como instrumento para imponernos, no para gobernar. Arrollaremos cada vez que sea necesario.
Segundo plano: la imposición como cerco. Pero si la reforma pasó ya, no por ello la cruzada está terminada. ¿Por qué, si Claudia ganó con amplio margen y podría haber asumido el poder tranquilamente, el escenario político se ha enrarecido tanto? El control sobre el Poder Judicial estaba asegurado. ¿Paz y tranquilidad son antípodas del proyecto llamado 4T? ¿Es necesario mantener la división y la polarización y exacerbarlas? Parecería que sí. La primera tarea de Claudia será resolver los conflictos que el proceso ha causado y cuyas consecuencias aún no se manifiestan. ¿Desea el presidente que su pupila padezca para poner sello propio a su gestión? ¿Requiere el desasosiego y la irritación social para promover otras acciones desde su rancho? ¿La inserción de Andrés Manuel hijo en Morena busca proyectarlo para el 30, o para recurrir a él en caso de que las cosas salgan de control y la presidenta sea incapaz de sostener su liderazgo? ¿Acaso lo previó Claudia? ¿Por eso eligió para la Defensa a un candidato que no era el del presidente ni del secretario en turno? No olvidemos: a medio sexenio se podrá promover un proceso de revocación, pero si la situación se torna crítica, el Congreso podría deponer antes a la presidenta. El cerco sobre Claudia es estrecho. Si aspiraba a sacudirse al presidente y su familia, las posibilidades de conseguirlo se han reducido significativamente. Al parecer, a lo más que pueda aspirar Claudia es a preservar la posición. La eliminación de voces opositores podría ayudarla a conseguirlo.
Tercer plano: la imposición como resultado de profundas debilidades estructurales. Sin embargo, el golpe a la democracia que ha asestado López Obrador ha sido posible por las longevas debilidades estructurales del sistema político y de la convivencia social y política.
Se conjuntaron las contradicciones propias de un sistema creado con una lógica de inclusión vía cooptación, no democrática, la degradación hacia la que evolucionó la clase política como resultado del maridaje entre corrupción e impunidad que ha servido de base para la mayoría de sus prácticas, la fortaleza de la cultura política autoritaria sobre la que se ha sustentado el sistema político, la debilidad de las instituciones democratizadoras creadas por una clase media liberal que asumió, erróneamente, que la universalidad de los valores en que cree y defiende arrojarían beneficios, automáticamente, a todas las clases sociales. El golpe al Poder Judicial, a la democracia y a la república dan fe de que, ante la complejidad social —cada día más profunda y contradictoria— el discurso polarizador y simplista se presenta como la fórmula idónea para entender y resolver conflictos. El diálogo y las prácticas democráticas, por el contrario, terminan por antojarse problemáticas. El reduccionismo suena prometedor, porque parece estar cargado de magia.
La realidad, sin embargo, tiene su propia ruta.