La propuesta de reformas constitucionales del presidente Andrés Manuel López Obrador no debe ser descalificada como ocurrencia o como recurso distractor. López Obrador va con todo por el restablecimiento del régimen autocrático y no cejará hasta conseguirlo.
No debemos perder de vista que:
· El presidente se auto percibe como un personaje histórico viviente con una misión: recuperar la esencia nacional, perdida con el modelo neoliberal. Por eso siempre ha hablado de una “revolución pacífica”;
· Un estado con una presidencia fuerte y poderosa es requisito indispensable para alcanzar a plenitud esa misión;
· Nunca da marcha atrás. Convencido de que no hay futuro si no es el que se corresponde con el país que él visualiza y se afana a diario en construir, se aferra a todos sus proyectos y hace que se cumplan, sin importar cómo;
· Es el primer presidente que no solamente no asiste a la ceremonia de conmemoración de la promulgación de la Constitución de 1917, que tiene lugar todos los años en Querétaro, sino que se vale de la fecha para dar a conocer las reformas que ya había venido anunciando.
No se equivocan quienes califican su acción como un distractor, debido a que es consciente de que no cuenta con la mayoría calificada para conseguir las modificaciones a la Constitución. Tan complicado ha sido su paso por la gestión, que a diario ha debido echar mano de temas insulsos para distraer la agenda.
Especialmente ahora, cuando las denuncias de los posibles actos de corrupción de sus hijos con la obra pública y el reportaje de Tim Golden sobre la posible injerencia del clan de los Beltrán Leyva en su campaña presidencial de 2006 se suceden casi a diario y lo han golpeado en donde más le duele: su descendencia y su auto proclamada honestidad. Tampoco yerran quienes dicen que la propuesta fue un golpe bajo a las posibles pretensiones de Claudia de distanciarse de él, una vez en el poder. También tienen razón quienes afirman que su propuesta ha definido buena parte de las campañas de los aspirantes morenistas al Congreso.
Sin embargo, las reformas propuestas acerca del poder Judicial, del Legislativo y de los órganos autónomos no son sino claras manifestaciones de la forma en la que el entiende el poder de la presidencia y de su estilo al ejercerlo. Las propuestas son su ideario político, la síntesis de su obsesión por el poder.
López Obrador encontró en la Suprema Corte de Justicia un fuerte obstáculo a su intención de frenar la presencia de empresas privadas en la producción de energía y a sus intenciones de militarizar lo más completamente posible al país. En esta segunda parte de su sexenio perdió asientos en el Congreso y las voces críticas se acrecentaron y subieron el tono de la disidencia; eliminar las diputaciones plurinominales facilitaría que la Cámara de Diputados se convirtiera plenamente en una cámara de eco de la voz presidencial. Así le habría gustado gobernar. La transparencia y la exigencia de rendición de cuentas siempre le han resultado despreciables porque generan obligación de respetar la asignación de recursos y demandan planeación seria
y profunda.
Son los antípodas de la improvisación, de las ocurrencias y del manejo convenenciero y discrecional de los recursos públicos. Recordemos que en este sexenio el porcentaje de obra pública por asignación directa ha excedido, con mucho, a los de los períodos presidenciales previos. Eso no le agrada.
Pero el hecho de presentar las reformas en el momento y la forma en que lo hizo no da cuenta únicamente de su clara convicción autocrática, sino de seguridad política. Es posible que sobre la mesa López Obrador tenga números que garanticen no solamente el triunfo de Claudia, sino que también ofrezcan un panorama optimista para la obtención de la mayoría calificada en el Congreso.
Sabe bien que, ahora, las reformas no pasarán. No importa. El debate sobre ellas se extenderá y las denuncias sobre sus hijos pasarán a un segundo plano. Claudia ya expresó públicamente que las reformas son suyas y que serán materia de su campaña. Los candidatos morenistas las repetirán. Esté o no él en campaña, prevalecerá su agenda. Así, crecen las posibilidades de que las reglas del estado autocrático se concreten.
Curiosamente, aspira a hacerlas realidad a través de la democracia que tanto aborrece. Aspira a consolidar su estado fuerte por “las buenas”.
Pero en caso de que los números sean otros, podría ser por las malas. No por nada, la militarización plena de la Guardia Nacional es una de sus propuestas.