López Obrador cierra su sexenio de la peor manera para la salud política del país: cancelando el diálogo político propio de las democracias y cercando las posibilidades de Claudia Sheinbaum para emprender una ruta que haga posible el manejo institucional del conflicto. Si nada extraño ocurre, el Instituto Nacional Electoral aprobará la sobrerrepresentación de los partidos afines a Morena, con lo que la oficialidad alcanzará la mayoría calificada en la Cámara de Diputados y quedará a dos bancas de alcanzarla en la de Senadores. Asimismo, la bancada morenista ha hecho saber que la reforma al Poder Judicial será aprobada en los primeros días de septiembre, sin que la propuesta presidencial haya sido modificada en lo esencial.
El INE, debilitado tras la salida de Lorenzo Córdova y el arribo a la presidencia de Guadalupe Taddei, prestó oídos sordos a ex presidentes del instituto y a expertos en materia electoral, legislativo-electoral y constitucional sobre el sentido en el que debería haber sido interpretada la sobrerrepresentación, con el fin de respetar tanto el espíritu de la votación reciente como mantener la posibilidad del diálogo democrático en el país. Hoy, cuando se cumple el plazo otorgado para la ley para dar a conocer la composición de ambas cámaras, el INE aprobará la sobrerrepresentación oficial. La bancada morenista no solamente acusó sordera ante los reclamos de los trabajadores del Poder Judicial, sino también soberbia: hizo saber que la reforma quedará aprobada a más tardar el 3 de septiembre.
Por si el debilitamiento del instituto electoral y el sometimiento del poder legislativo no fueran suficientes, el presidente se ha ocupado de rechazar con descalificaciones y agresiones —sin contraargumentar, en estricto apego a su matutina costumbre— todos los argumentos que unas y otras fuerzas, políticas y sociales, han esgrimido para hacer ver que el par de decisiones que estarán tomadas en pocos días significan la muerte de la incipiente democracia que el país había alcanzado en los últimos cuarenta años. La misma secretaria de Gobernación se ha encargado de denostar a las fuerzas opositoras. Ante la contundencia de los argumentos, la fuerza del ejercicio no democrático del poder.
Si bien no existe un índice mundial específico que mida el desarrollo del diálogo político de los países, como sí lo hay para la democracia, libertad de expresión y el desarrollo humano, su nivel ha sido inferido de otros índices, como el de democracia, de estado de derecho, de paz global, de percepción de corrupción, el de cohesión social, entre otros, como también de estudios internacionales. De esa manera, Suiza, Suecia, Noruega, Dinamarca, Finlandia, Alemania, Países Bajos y Canadá destacan por ser los países en los que el diálogo político tiene la mejor calidad. Tener gobiernos parlamentarios (monarquías o repúblicas), un sistema educativo que fomenta valores democráticos, lo que ha conducido a que predomine una cultura política que privilegia el consenso, instituciones sólidas, estado de derecho, medios de comunicación independientes y responsables son características comunes en estos países.
Venezuela, Nicaragua, Bielorrusia, Myanmar, Corea del Norte, Turquía y Rusia, en cambio, son los países en los que el diálogo político tiende a ser prácticamente inexistente. Todos ellos se caracterizan por sistemas políticos excluyentes, instituciones débiles o partidizadas, baja cultura democrática, control de medios y empleo extensivo de propaganda estatal, contextos de conflicto, pero sobre todo por la concentración del poder y la alta polarización política. Ninguna necesidad hay de devanarse los sesos para reconocer que estamos más cerca de estos últimos países que de los primeros. La ilegítima sobrerrepresentación y la absurda reforma judicial serán factores importantes para que el diálogo político en México tienda a dejar de existir y avancemos hacia la dictadura.
Claudia Sheinbaum es aún un enigma. No es claro si ella ve con buenos ojos la ruta amurallada que el presidente está construyendo en su paso hacia la presidencia o si, por el contrario, está preocupada. Es posible que, ideológicamente, esté de acuerdo con la desaparición del equilibrio de poderes. Pero el contexto no es el que desearía tener alguien que ganó la presidencia con holgura. La huelga de los trabajadores del Poder Judicial podría convertirse en algo más; agencias calificadoras internacionales han advertido las graves consecuencias que la reforma judicial podría acarrear al país. La deuda pública, le han advertido además, ha alcanzado ya niveles de riesgo. Por su fuera poco, intelectuales y activistas de izquierda han criticado severamente las propuestas con las que López obrador cierra su sexenio.
Roger Bartra, por un lado, ha calificado de autoritario y derechista a López Obrador, reafirmando lo que ya había expuesto en su libro Regreso a la jaula: El fracaso de López Obrador (Debate, 2021). El subcomandante Marcos, por su parte, no pudo haber sido más fiero y contundente: lo acusó de ser la suma de los defectos y la negatividad de muchos de sus predecesores. Es, afirmó, tan autoritario como Díaz Ordaz; nacionalista de piedra y cartón como Echeverría; demagogo corrupto como López Portillo; administrativamente mediocre como De la Madrid y perverso como Salinas de Gortari. Juicio fulminante.
Es claro, pues, que el diálogo político está cerrado. El partido en el poder es víctima de la soberbia emanada de su amplio poder: se ha olvidado que en una democracia, las mayorías deben gobernar con las minorías y en nuestro México complejo, éstas son muchas y variadas. Hacer eco de la voz presidencial es lo peor que pueden hacer los poderes legislativo y judicial: están condenando al país a vivir años de cerrazón, polarización y riesgo. Viviremos en peligro los próximos años. ¿Cuántos? Buena pregunta.