Soy de aquellos que creen que Claudia Sheinbaum es una mujer con con clara orientación hacia el poder; gusta de él y lo necesita. Creo, por tanto, que en algún momento buscará concentrarlo y no permitirá que, siempre y completamente, sea López Obrador quien trace su camino y tome las decisiones. ¿Eso significará la ruptura? No lo sabemos. Ella tampoco.
Tratará, por así convenirle, llevar la fiesta en paz, sin renunciar a hacerse del control y mantener alejado a su mentor. Dependerá de las circunstancias.
En estos días, en los que innecesariamente López Obrador ha estado convulsionando el ambiente político y complicando el arribo de su pupila al poder, Claudia ha tomado decisiones que confirman mi creencia. La presidenta electa, sin contradecir a su Gran Elector, ha dado muestras de que está pendiente de las señales del entorno y sabe interpretarlas. Sabe que, a diferencia de López Obrador, gobernará sin su carisma, en condiciones económicas no tan amables como las que los gobiernos neoliberales le heredaron a él, pero, eso sí, con un poder absoluto que el hoy presidente no tuvo. Sabe, pues, identificar cuáles serán sus guerras y cuáles no.
Pocos recordamos que Claudia dijo en un momento que la reforma al poder judicial no era prioritaria, a sabiendas de que los socios del T-MEC intervendrían en la manera en la que lo han hecho, sin atentar contra nuestra soberanía, dicho sea de paso. En aquella ocasión, López Obrador reviró en su mañanera: la reforma va y se aprobará en septiembre, dijo. Su “todavía mando yo” fue categórico. Claudia reculó. Las circunstancias han cambiado. Si López Obrador, inmerso en el estado de hybris en el que ha caído, especialmente después de la elección de julio, no supo entender la carta de Ken Salazar, Claudia, en cambio, comprendió perfectamente. Los socios del norte pueden permitir todo, menos que sus intereses sean agraviados. Además, sabe Claudia que el T-MEC también conviene a México; si no se ratifica, el futuro económico del país será desastroso y su presidencia se verá seriamente afectada. Así, consiguió que Monreal declarara el martes que no hay prisas para aprobar la reforma judicial, al tiempo que pospuso la electoral. Interesantemente, el presidente en su mañanera ¡se regodeó con el documental que Epigmenio ha elaborado sobre el tren Maya! Cambio imperceptible, pero real.
A Claudia Sheinbaum no le disgusta, en lo absoluto, el proyecto autocrático de López Obrador. Lo comparte y participa de él; sabe que si mueve bien sus piezas —lo que probablemente esté ya ocurriendo— podrá hacerlo avanzar y gobernar sin demasiadas turbulencias. Claudia no podrá darse el lujo de introducir tanto ruido en el sistema político como lo hizo López Obrador. Carece del capital simbólico apaciguar las aguas. Tendrá, por tanto, que conducir su gestión dentro de ciertos márgenes institucionales. Las designaciones de funcionarios con perfiles y experiencias técnicas podrían resultar de una intención de atender necesidades con proyectos menos ocurrentes, fundamentados en datos precisos y conocimientos pertinentes. Sabe, además, que no tiene necesidad de hacer aspavientos: contará con control absoluto del poder legislativo y, aun si el proyecto de la reforma judicial fuera desechado, tendrá posibilidades de garantizar el control del Poder Judicial cuando, a finales de este año y durante el próximo, envíe al Congreso, con apego a la ley, ternas con nombres de jueces afines para sustituir a tres de los once ministros que componen la Suprema Corte.
Con control absoluto sobre los otros dos poderes, con una oposición sin brújula, incapaz de hacer una lectura correcta —tanto de coyuntura como de largo plazo—, con una sociedad civil dividida —fuerte aún, pero que podría debilitarse en la medida en que Claudia despliegue medidas autoritarias— y sin un liderazgo visible, de momento, que pudiera cohesionar sus intereses y divergencias, Claudia podrá gobernar sin muchos tropiezos. Para ello requiere una buena estrategia para renovar el T-MEC, modificar la política de seguridad y frenar el trasiego de fentanilo, así como echar a andar su reforma electoral. El proyecto autocrático que está en desarrollo tiene una ventaja sobre otros que en estas épocas sufren crisis naturales: la reelección no es opción autorizada, aún.
Claudia, pues, estaría enviando señales al exterior y al interior. Es posible que busque reducir la reforma judicial a una versión que invitaría a Estados Unidos y Canadá a mantener la sociedad comercial. Pero estaría dejando ver, también, que tiene elementos para controlar la psicología de López Obrador. ¿Cuáles son sus recursos? Ella debe conocerlos perfectamente.
De ser así, el autoritarismo echará raíces. ¿Nueva Constitución? Probablemente no, en lo inmediato, pero tal vez en la segunda parte del sexenio de Claudia.