No ha habido una sucesión presidencial exenta de dificultades. La que tendrá lugar el martes está resultando particularmente complicada, si bien el hecho de que la presidencia será ocupada por primera vez por una mujer debe ser acogido con esperanza. Claudia Sheinbaum, con su gestión, deberá contribuir a profundizar el proceso de demolición de la cultura patriarcal que buena parte de las mujeres mexicanas —acompañadas, por fortuna, por no pocos hombres— han desarrollado desde décadas atrás.
Claudia Sheinbaum jurará como presidenta en condiciones inéditas.
Desde el 2000, pero especialmente durante las presidencias de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, Andrés Manuel López Obrador dominó el escenario político con su carisma y su palabra. Desde la oposición, López Obrador supo identificar las debilidades de la conducción política de sus antecesores y, no siempre manejando la verdad, puso dedos sobre llagas. Convenció y captó la atención. Como jefe del Distrito Federal ensayó la importancia del ejercicio de la palabra, ya no desde el frente crítico sino desde el poder; comprobó su eficacia. Así, recurrió a ella como el más importante instrumento político desde el primer día de su gobierno como presidente. Mediante su uso cotidiano, con base en repeticiones, en negaciones, acusaciones y reproches consiguió resignificar el discurso político. Ese quizás sea su legado más importante.
México está hoy polarizado y, si bien es cierto que nuestro nivel de debate político nunca ha alcanzado niveles de excelencia en calidad y respeto, hoy la mentira, la descalificación, el insulto, el desinterés absoluto por la parte contraria privan en los encuentros que, presencial y virtualmente, ocurren en las esferas públicas. Hoy no hablamos, no confrontamos hechos y datos. Hoy gritamos, insultamos.
¿Cuándo los líderes de las cámaras habían expresado pública y abiertamente su desdén por las leyes y su desprecio por quienes piensan de manera diferente? ¿Cuándo un líder del senado había empleado el tono porril con el que Fernández Noroña asumió la presidencia de la mesa directiva? Gracias al ejercicio de la palabra desde el poder y gracias al desmembramiento de las instituciones que podrían ponerle freno, a la vez que la marginación y, ahora, la eliminación de voces críticas, el presidente pretende que todos vivamos el país en el que él vive. ¿Cómo es posible que días antes de dejar el poder desayune acompañado de mariachis con su gabinete de seguridad, en Palacio, mientras Sinaloa arde y la violencia se extiende, rápidamente hacia otras entidades? ¿Cómo es posible que Luisa María Alcalde acepte la presidencia de Morena arengando el fin de la corrupción, el nepotismo y el influyentismo? ¿Cómo es posible que, allí mismo, su hijo, Andy, ninguneara a quienes no están de acuerdo con el poder y estigmatizara a la disidencia como traición a la patria?
Sí, Claudia Sheinbaum participa del proyecto autocrático, pero llegará a la presidencia prácticamente maniatada. Dudo que esté dispuesta a renunciar a ejercer plenamente el poder, especialmente el que provee nuestra nuevamente omnipotente presidencia. No está claro qué es para ella el segundo piso, pero para López Obrador lo está, sobradamente. Ni Salinas de Gortari, megalómano como pocos, sometió a Zedillo de la manera en la que López Obrador ha controlado a Claudia.
Nadie antes había asumido la presidencia sabiendo quién lo sucedería, mucho menos por mandato del presidente saliente. De esa manera, Claudia tendrá que lidiar, por un lado, con los graves problemas financieros, sociales, políticos y diplomáticos que deja como herencia López Obrador y, por otro, con los intentos del presidente saliente por mantener su presencia y proyectar a su hijo hacia la presidencia. Lo hará bajo muchísimas presiones. Los Estados Unidos exigen, ya, controles sobre el crimen organizado y el comercio de fentanilo. La política de seguridad deberá ser repensada, con todo lo que eso implica. Los inversionistas extranjeros no tienen claro si acercarse a México porque el nuevo esquema del poder judicial les genera justificadas incertidumbres. Tendrá que encontrarle la cuadratura al círculo ¿tal vez con las leyes secundarias? Deberá atender el déficit financiero que recibe. No hay dinero en las arcas y los programas sociales le representarán una carga muy pesada. La necesidad de sobrevivencia le demandará no despreciar a la oposición porque la fortaleza de ésta podría convertirse en la suya, en su lucha por el poder. Porque, aun cuando le convenga continuar con la línea de reinventar el mundo con palabras, los hechos, en los años que vienen, no serán lo bondadosos que fueron con López Obrador.
El escenario es complicado. A partir de la siguiente semana empezaremos a dilucidar qué es eso que se ha llamado “segundo piso” en este México que vive más de slogans que de realidades.