El Compromiso por la Paz, documento elaborado por la Conferencia del Episcopado Mexicano y signado, por invitación, por las dos candidatas y el candidato a la presidencia de la república, no sólo es un texto que tiene un claro sentido político, sino también un buen diagnóstico de la situación real de la estructura social del país y una agudísima propuesta metodológica para el diseño de futuras políticas públicas. Analizaré aquí el sentido político del texto. El diagnóstico puntual y la propuesta metodológica bien merecen atención especial posterior.
La decisión del Episcopado de involucrarse en el proceso electoral obedece a las afrentas que la institución ha sufrido durante estos años del gobierno lopezobradorista. El asesinato de los sacerdotes jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora, de 79 y 81 años, respectivamente, en Chihuahua en junio de 2022 fue un hecho violento que irritó sobremanera a la Compañía. La muerte de José Noriel Portillo, “El Chueco”, no calmó la ira de la congregación, pues ésta consideró que el deceso del criminal no era “un triunfo de la justicia ni una solución al problema estructural de violencia en la sierra Tarahumara”. La declaración fue relevante, pues un sector de la Compañía se había mostrado explícitamente del lado del presidente López Obrador. En julio de 2019, el ese entonces rector de la Universidad Iberoamericana, Campus Santa Fe, David Fernández Dávalos, arremetió contra quienes criticaban las acciones del presidente respecto de los otros poderes y los órganos autónomos. Calificó a la reacción crítica de “ataques clasistas”.
Por otro lado, se ha hecho público, recientemente, que el crimen organizado ha asediado a parroquias mediante el cobro de derecho de piso. El Episcopado emprende esta acción teniendo un conocimiento muy claro de su amplia capacidad de convocatoria: según el censo del 2020, la religión católica sigue siendo dominante, aun cuando en los últimos años corrientes cristianas han ido ganando adeptos. 77.7 por ciento de los mexicanos se declararon católicos en esa ocasión.
La crítica del presidente al documento “por crear un ambiente que no existe” y la reacción de Claudia Sheinbaum muestran que la realidad expresada allí contraviene la versión oficial que diariamente expone el presidente a través de los “otros datos”. Nada enfurece más al presidente que su política de seguridad, basada en abrazos, sea cuestionada con rigor. Ciertamente, no puede ser rebatida su propuesta según la cual la delincuencia no debe ser enfrentada con políticas punitivas, sino con acciones orientadas a disminuir los factores que inciden en su proliferación. No obstante, la política promovida por su gobierno ha producido resultados desastrosos. La renuncia de estado al monopolio de la fuerza, por un lado, y la sobrestimación, por otro, de los alcances de las políticas asistencialistas han hecho posible el empoderamiento del crimen organizado. Las bandas delincuenciales controlan hoy casi una tercera parte del territorio nacional; el número de asesinatos ha superado con mucho los ocurridos en cualquiera de los sexenios anteriores y la ola criminal, si bien se ha estabilizado, registra una meseta con números que no pueden ser empleados para festejar el enfoque del apapacho. Jaque al Rey.
Conocedor de su fuerza social, el Episcopado también hizo jaque a la Reina. Claudia Sheinbaum no podía rechazar la firma del documento. Pero tampoco podía aceptarlo sin enmiendas. Así, el Compromiso la condujo a mostrar que su verdadero compromiso está con quien, desde Palacio, la promovió, la hizo candidata y pretende llevarla a ocupar su lugar. Pero al hacerlo, la candidata oficial refrenda la política de seguridad que tiene al país en vías de convertirse en un narcoestado. Esto podría tener consecuencias negativas para ella en las urnas. Claudia podría haber utilizado el documento para hacer un primer movimiento, ligero si se quiere, de demarcación política. No lo hizo. No queda claro si es por pleno convencimiento, o por la fuerza del control presidencial.
Al electorado le queda la impresión de que está dispuesta a ser la mujer que se siente en la silla presidencial para obedecer irrestrictamente los mandatos que viajarán desde el rancho chiapaneco del hoy presidente.
Xóchitl, en calidad de opositora, se sirvió con la cuchara grande. Hizo suyo el documento todo, lo fusionó con su discurso de campaña y, de paso, aprovechó la oportunidad para decirle a la clientela religiosa de la institución que pertenece a ella. Álvarez Máynez se presentó sólo para continuar jugando su papel ambiguo y poco trascendente: dijo que la realidad descrita por el documento es resultado de las políticas “viejas”. Seguimos sin saber que sería lo “nuevo”.