Me quedo con tres imágenes —de un abultado cúmulo— producidas en estos convulsos días. Dan cuenta del poder del presidente para manipular la política y de la grave orientación que ésta ha tomado como consecuencia de la demolición del poder simbólico del lenguaje, el resultado más significativo de sus comparecencias matutinas.
Imagen Uno: Ricardo Monreal, líder de la cámara baja, descalifica a gritos —como si condujera un mitin callejero diseñado para inflamar conciencias y conseguir su obediencia a consignas— a los jueces que otorgaron suspensiones para la discusión de la reforma al Poder Judicial. “Es un acto injerencista”, proclama. Se opone a la decisión porque proviene, dice, de la “dictadura de la toga y el birrete”. Se olvida que en los tiempos de las redes sociales resulta imposible escondernos. Las figuras públicas, especialmente, están expuestas al escrutinio social. Así, más tardó Monreal en enaltecer a sus presidentes (actual y entrante) y a su movimiento, que las redes en ridiculizarlo mediante la difusión de un meme que conjunta su arenga con otra intervención suya en el Congreso ¡en 2022! en la que defiende la función de vigilancia del Poder Judicial sobre los otros dos poderes. Tono de expresión y vocabulario, en esa ocasión, fueron diferentes. No se exaltó, argumentó y no denigró a nadie. El grito y la descalificación acompañan a la soberbia y a la irracionalidad.
Que ahora no convenga al partido hegemónico tener un poder que pueda frenar sus abusos, no significa que ese poder sea corrupto y ajeno a los intereses populares. Mucho menos que una elección de sus miembros —tramposa como ya se ha evidenciado— sea el antídoto para corregir sus males.
Imagen Dos: Claudia Sheinbaum celebra la aprobación de la reforma al Poder Judicial recurriendo a la definición de la democracia. Los jueces serán justos porque serán elegidos por el pueblo, dice, sonríe y pone cara dura. Festeja, además, que ahora ella no elegirá a los jueces de la Suprema Corte. Con este discurso se alinea por completo con el presidente y pretende hacernos olvidar que hace poco más de un mes afirmó que la reforma no era prioritaria porque requería más análisis. ¿La votación garantiza la justicia? Sólo si se acepta el abstracto argumento los elegidos no pueden fallarle a quienes los votaron. ¿Cuántos políticos no nos han fallado? ¿Cuántos no son corruptos? Pero, además, es absolutamente falso que ella no elegirá a quienes ocupen la Suprema Corte. La presidenta propondrá una lista de candidatos, al igual que el poder Legislativo y el Judicial. Evidentemente, los candidatos por ella escogidos y por los legisladores de Morena tendrán más posibilidades de ganar porque será difícil para los ciudadanos conocer a la larga lista de aspirantes y sus plataformas. La realidad, de nuevo, desvirtuada por el discurso polarizador, por la necesidad de esconder la complejidad de la realidad en simplismos de fácil y conveniente digestión.
Imagen Tres. Recibo un video en el que se ve a una reportera preguntar con gesto adusto y al presidente responder con sonrisa propia de chamaco travieso. Reconoce haber afirmado que nuestro sistema de salud es, ya, mejor que el de Dinamarca porque quería darle “miga” a los periodistas y enojar a sus opositores. Debo confirmarlo porque me resisto a creerlo.
Efectivamente, varias notas periodísticas dan cuenta que el presidente admite haber mentido. Quedo en shock. ¿Qué presidente, de qué país, me pregunto inmediatamente, le dice a un periodista que el día anterior, en su mensaje anual a la nación, mintió con “mala leche”, como afirmó? ¿Cuál es el estado mental del presidente? ¿Qué pasa por su cabeza que lo mueve a incurrir en ese tipo de despropósitos? ¿Firma con este acto su cierre de sexenio? ¿Reconoce, implícitamente, que dedicó sus mañaneras a dar “miga”, provocar y crear un mundo ficticio? Sus opositores encontraron argumentos para reafirmar su rechazo al presidente. Pero ¿qué habrán experimentado sus seguidores? ¿Se habrán sentidos defraudados? ¿Nos ha mentido siempre, presidente? O ¿lo dejaron pasar y festejaron que fustigara así a “chayoteros” y “conservadores”? Como ya estamos acostumbrados a su estilo, no le hemos prestado la debida atención a este hecho grave.
No hay duda: el presidente ha reconfigurado el poder simbólico del lenguaje y nos ha insertado en la realidad que a él conviene: la del discurso dicotómico, negador de la complejidad pero, eso sí, con una capacidad inconmensurable de moldear la acción política a conveniencia. El debate de estos días se realiza dentro de las coordenadas del lenguaje populista.
La pregunta se la escuché a un amigo y reímos, prueba de que no tenemos escapatoria: ¿estamos más cerca de Dinamarca o de Bolivia?