En la medida en la que López Obrador ve reducidas sus posibilidades de hacer un cierre apoteósico —planeaba visitar nuevamente Badiraguato—, en esa misma medida Claudia tiene menos probabilidades de ascender al poder despreocupadamente, como lo hizo suponer su amplio triunfo en las urnas. El presidente nunca pensó que las cosas se le complicarían justo en la etapa final de su gestión. Posiblemente, los cálculos de Claudia también se quedaron cortos: nunca imaginó que, además de que el presidente la cercaría más allá de lo pensable, los golpes de mesa del gobierno norteamericano en materia de seguridad la habrán de conducir a echar a andar una estrategia seria y profunda, de manera precipitada. Adicionalmente, seguramente no contemplaba que las elecciones en Venezuela darían lugar a una coyuntura crítica regional con la que tendrá que lidiar más allá de lo discursivo, por lo menos durante los primeros meses de su presidencia.
La aprehensión del Mayo Zambada asestó un fuerte golpe al ánimo celebratorio del presidente. Haya negociado o no el Mayo; haya sido víctima o no de una traición de parte del clan del Chapo, o hayan actuado en nuestro territorio las autoridades norteamericanas sin la venia mexicana, la captura del máximo líder mexicano del crimen organizado y de otro miembro de la familia del Chapo exhibe a la política de abrazos-no-balazos en su vacuidad, en el daño que ha provocado en la confianza en el gobierno mexicano y en la relación bilateral con los Estados Unidos. Si la estrategia norteamericana para atrapar a ambos delincuentes fue un duro golpe al gobierno mexicano, el control de crisis de parte de López Obrador ha terminado por tener un efecto boomerang y dañar aún más su imagen y el de las autoridades mexicanas. El manejo informativo del presidente al respecto —entre otras cosas, transmitió púbicamente, por primera vez, una sesión del gabinete de seguridad— no ha contribuido sino a fortalecer las sospechas de una posible relación gubernamental con los cárteles y hacer más clara que nunca la inutilidad del discurso que enfatiza la atención de las causas. López Obrador celebró la aprehensión y la condena de García Luna; ahora, por el contrario, parecería lamentar de Zambada y Loera. Causa ya alarma su insistencia en el hecho de que las autoridades mexicanas no intervinieron en el acto: parece dirigirse a los cárteles, no a la población mexicana.
Claudia Sheinbaum debe estar muy preocupada. No pudo, o no quiso, marcar terreno a partir de su triunfo en las elecciones, por lo que la batalla por tomar el control le resultará más complicada: tendrá que construir sus propias redes de manera tardía y con fuertes contrapesos impuestos por López Obrador. Heredará, además, la desconfianza norteamericana. Aun si a Ken Salazar le haya prometido —en privado— renovar su relación en materia de seguridad con los Estados Unidos, la cercanía con López Obrador la convierte en persona de poca confianza; por si fuera poco, en Estados Unidos a Ken lo define su proximidad con Andrés Manuel. Quizás no es casual que el Mayo haya caído en medio de las discusiones sobre la reforma al Poder Judicial. De aprobarse, el crimen organizado verá desarrollarse frente a él un paraíso jurídico por el que podrá transitar sin mayores complicaciones. De ser así, la guerra norteamericana contra el fentanilo estará perdida.
Claudia dispondrá solamente de tres meses y medio para alcanzar resultados que demuestren que su perspectiva será, en verdad, diferente. Es poco
tiempo, pero las necesidades apremian. Sobre todo, porque las posibilidades del retorno de
Trump siguen siendo altas. Encima, la revisión del T-MEC está próxima.
La crisis que Maduro ha provocado en Venezuela también complica el término del presidente y el inicio de Claudia. María Corina, en entrevista con Ciro Gómez, solicitó a ambos tender un puente para posibilitar una transición negociada. La solicitud no deja de tener jiribilla: México se negó a participar en la reunión de la OEA que se ocupó de la crisis y, junto con Brasil y Colombia, emitió un comunicado tibio que no exige la entrega de las actas de la votación. Para Claudia, el asunto es todavía más complicado: de mujer a mujer, la venezolana le pide promover la caída de una dictadura cuando, curiosamente, la mexicana estaría a punto de dar pasos para avanzar la que podría aparecer en el futuro mexicano porque, no olvidemos, la llamada cuarta transformación tiene raíces en el socialismo bolivariano del siglo XXI.
Ni hablar: la coyuntura es compleja tanto para López Obrador como para Claudia.