En “El Príncipe”, el tratado político de todos los tiempos -el más citado, pero el menos leído y peor: el menos comprendido-, el diplomático y teórico italiano Nicolás Maquiavelo se pregunta qué es mejor para el hombre de poder y gobernante: ¿ser temido o amado por sus súbditos?
Y enfatiza:
Si hubiera que elegir, sería mejor ser temido que amado, pues ser amado depende de la voluntad de otros y “los hombres tienen menos cuidado en ofender a uno que se haga amar, que a uno que se haga temer”.
En la época contemporánea del estado de Puebla, ha habido gobernadores que, intencionalmente o no, han tenido que enfrentar ese gran dilema y de su respuesta, ha dependido no sólo el éxito o fracaso de sus gestiones, sino también el paso de sus nombres a la historia.
Con una visión reduccionista, pues ver todo blanco o todo negro acaba siendo totalmente maniqueísta, se puede decir que Manuel Bartlett Díaz, Rafael Moreno Valle Rosas y Luis Miguel Barbosa Huerta eligieron conscientemente ser temidos.
En su tiempo y en su circunstancia, gobernaron con y a partir del miedo; sobre todo en el caso de estos dos últimos, imperó la “ley del garrote”; el axioma: “estás conmigo o contra mi”, y la vieja teoría de: “a los amigos, la gracia; a los enemigos, la ley a secas”.
Mariano Piña Olaya y Mario Marín Torres quisieron ser amados; de verdad lo intentaron, pero sus historias no tuvieron el final feliz que soñaron debido a los graves errores que cometieron en el camino.
En contraste, con sus bemoles -es decir, esa subjetiva amalgama de defectos y virtudes-, pero podría haber cierto consenso en que Melquiades Morales Flores, Antonio Gali Fayad, Guillermo Pacheco Pulido y Sergio Salomón Céspedes Peregrina optaron por ser amados.
“Un príncipe debe ser a la vez amado y temido, pero más vale lo último. Ante todo, no debe ser odiado y para no serlo, no debe apoderarse de los bienes ni de las mujeres de los ciudadanos ni proceder contra la vida de alguien, sino cuando hay justificación conveniente”, dice Maquiavelo.
¿Qué va a elegir Alejandro Armenta Mier, gobernador constitucional del estado de Puebla a partir del pasado sábado y hasta 2030?
¿Ser amado o temido o amado y temido al mismo tiempo?
En una reciente entrevista -más que entrevista, conversación- con el hoy jefe del Ejecutivo, le preguntaba sobre este tema en particular y me aseguraba que llegaba al poder sin odios ni rencores, sin anhelos de venganza contra nada ni contra nadie.
“No soy Ministerio Público, no soy fiscal, no soy el poder Judicial, no emito órdenes de aprehensión (…) No quiero meter a la cárcel a nadie. No le traigo ganas a nadie. Pero si alguien comete un delito… Ni persecución ni impunidad”, precisaba.
Y aclaraba:
“Llego sin fobias ni filias. Llego sin odios ni rencores. No tengo por qué perseguir a nadie, me tengo que dedicar a lo mío. Yo no traigo retrovisor, no tengo interés en buscarle algo a alguien. Si hago eso, voy a perder el tiempo. No tengo rencores ni afán de persecución”.
Ha habido, sin embargo, gobernadores que en sus discursos inaugurales han hablado de reconciliación, de paz, de estabilidad, de gobernar por y para todos, pero han hecho todo lo contrario, acabando dividiendo o polarizando a todos los poblanos -véase el caso de Miguel Barbosa-.
Ha habido otros que, desde el arranque de su sexenio, fijaron sin simulaciones el tono y el modo, la intención y el objetivo, y desde el primer día han perseguido y encarcelado a sus enemigos, reales o imaginarios -revísese el caso de Rafael Moreno Valle-.
El miedo como arma de poder.
El terror de los súbditos para mantener el control político.
En el caso de Alejandro Armenta, al menos hasta hoy, sus palabras, sus actitudes, su lenguaje corporal, su entorno, sus decisiones, sus compañías, hablan de un estilo personal de gobernar en el que el diálogo, pero sobre todo la política -el arte de lo posible- prevalecerán… siempre y cuando nadie quiera o pretenda pasarse de listo.
En esencia:
Te doy la mano, sí, pero no me tomes el pie.
“Me comprometo a continuar con la tarea de reconciliación a favor de Puebla (…) Refrendo mi compromiso de ser un gobernador justo, honesto e incansable (…) ¡El poder solo se vuelve virtud cuando se pone al servicio de los demás!”, dijo en el edificio legislativo de Los Fuertes al convertirse en el gobernador 118 de la historia de Puebla.
Se sabe que la mayoría de los hombres, por naturaleza, se transforman en el poder, y que las tensiones, ocupaciones, obligaciones y problemas de la compleja tarea de gobernar, van modificando tanto comportamiento como ideas iniciales.
Alejandro Armenta no es un improvisado, ha bebido experiencias de otros sexenios y seguramente de ellas, ha aprendido.
Desde afuera se ve fácil; los ignorantes creen que es un juego de niños, pero la toma de decisiones se da casi siempre al filo de la navaja, al borde del precipicio, y es muy fácil caer.
Solo el paso del tiempo, y los hechos, dirán qué eligió:
¿Ser temido u odiado?
¿O temido y amado al mismo tiempo?
EL YUNQUE TAMBIÉN LLORA
Se cumplieron todos los pronósticos y la fórmula Mario Riestra-Genoveva Huerta (y aliados) arrebató de forma contundente el control de PAN a Eduardo Rivera Pérez y sus secuaces, una pandilla de corruptos, inútiles y soberbios que llevaron al blanquiazul a la ruina.
A reserva de ampliar detalles, el triunfo del nuevo grupo que mandará en el partido fue aplastante, humillante e inobjetable: 70 votos por apenas 43 para el títere del ex alcalde capitalino, Felipe Velázquez.
Ninguna de sus marrullerías, triquiñuelas ni sucias maniobras les funcionaron.
A Eduardo Rivera se le acaba el negocio de su vida: por fin dejará de decidir sobre las candidaturas plurinominales -que solo reparte entre sus familiares y allegados- y las millonarias prerrogativas, pero sobre todo ha llegado a su fin el cacicazgo que tras bambalinas ejerció mediante sus empleados Augusta Valentina Díaz de Rivera Hernández y el “diputado del amor” Marcos Castro.
Rivera va de ridículo en ridículo: primero perdió la gubernatura (es decir, el poder) de forma estrepitosa y ahora, el partido, de idéntica forma; peor, imposible.
No parece: es una tragedia para él.
Lo más grave es que ahora sí quedó confirmado que por lo menos desde 2021 se ha arrimado a los gobiernos de Morena para poder avanzar en su carrera política.
Primero recibió la ayuda de Miguel Barbosa y ahora faroleó con el cuento de que Alejandro Armenta iba a influir para que él y su grupo siguieran controlando el PAN en Puebla.
La cerrazón, el sectarismo, la arrogancia, la incapacidad, los complejos y la falta de palabra para cumplir acuerdos, finalmente le han pasado factura. Y si bien en política nadie está muerto, el golpe que acaba de recibir es quizá aún más grave que el del pasado 2 de junio.
Porque le han quitado su fuente económica personal y su centro de poder; ha quedado desprotegido y reducido a su verdadero tamaño; un enano político, como bien lo describía Rafael Moreno Valle.
Más de un panista está a la espera de que cumpla su enésimo chantaje y se vaya a Movimiento Ciudadano o a otro partido, como amenazó varias veces en las últimas semanas porque el dirigente panista Jorge Romero no quiso ayudarlo a salirse con la suya.
Y es que para su desgracia, así como no hay gubernaturas plurinominales, tampoco presidencias estatales del PAN plurinominales.