ADIÓS, FELIPE FLORES, ADIÓS
Arturo Luna Silva
Siempre amó el deporte.
Fue una de sus grandes pasiones.
Y pocos lo sabían, pero llegó a ser uno de los mejores periodistas deportivos del país.
De hecho, en 2021 ingresó al Salón de la Fama del Periodista Deportivo.
El único poblano con esa alta distinción.
Su última columna para Crónica Puebla la dedicó precisamente a los Juegos Olímpicos de París 2024.
“Remembranzas olímpicas”, la tituló.
En ella, entusiasmado, como niño con juguete nuevo, recordó la letra de Imagine, la obra máxima de John Lennon, interpretada maravillosamente en la ceremonia inaugural por Juliete Armanet como un mensaje de paz y unidad universal:
“Imagina que no hay países. No es difícil hacerlo. Nada por lo cual matar o morir. Y tampoco ninguna religión. Imagina a toda la gente. Viviendo la vida en paz”.
Felipe era, sí, un hombre de paz.
Un hombre tranquilo.
Deporte y periodismo, periodismo y deporte, sus grandes razones de vida.
Estoy seguro que disfrutó como nadie la reciente cumbre mundial deportiva del verano.
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Felipe Flores Núñez era el aficionado número 1 del Atlante.
Lo amaba tanto como lo sufría.
Como dice Juan Villoro:
“Elegir un equipo es una forma de elegir cómo transcurren los domingos”.
Me presumía cuando el equipo de sus amores ganaba -lo que, honestamente, ocurría poco-.
Y nunca, nunca dudó que algún día, no muy lejano, los “Potros de Hierro” regresarán a lo que hace muchos, muchos años llamábamos la “Primera División” y hoy se conoce como la Liga MX.
Desde allá en donde está, no los dejará de apoyar, con la misma fe, el mismo entusiasmo, el mismo fervor:
“Les guste o no les guste. Les cuadre o no les cuadre. El Atlante es su padre. Y si no les gusta… ¡chinguen a su madre!”.
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Felipe fue un gran periodista, pero sobre todo una excepcional persona.
Sé que cada quien habla como le va en la feria, y que cuando mueres casi te santifican, pero yo al Felipe que conocí, siempre me pareció una excepcional persona.
Pertenecía a esa raza de periodistas ya en peligro de extinción.
Todavía tenía escrúpulos, respeto por la información y las fuentes, y mucho amor por la palabra escrita.
Era educado, generoso, solidario, culto, inteligente.
Y algo muy importante: respetaba acuerdos.
Lo conocí hace mucho, mucho tiempo, cuando yo empezaba a reportear y él ya era un periodista consolidado y luego, intermitentemente, un eficiente y atento funcionario público.
Lo traté de cerca lo mismo en la BUAP que en el gobierno de Melquiades Morales Flores (le tocó el famoso helicopterazo, en el que casi muere él al igual que el mandatario estatal, algunos de los colaboradores de éste y varios periodistas), en la UDLAP y en el Congreso de estado, donde fue lo que antes se conocía como jefe de prensa.
Cuando renuncié a la dirección editorial de El Heraldo de Puebla, lo propuse como mi relevo.
No olvido la cara que puso cuando, en el “Mesón del Cristo”, el viejo e histórico edificio que albergó las oficinas de ese diario, le expliqué en confianza las claves para lidiar con un personaje como Ricardo Henaine.
Años después, por azares del destino, la vida quiso que un proyecto, el de Crónica Puebla, nos uniera.
Todavía recuerdo el día que felizmente se unió a la comitiva (Dulce Liz Moreno, Javier Pacheco Pensado, Juan Pablo Kuri Carballo) que fuimos a la Ciudad de México para negociar con los directivos de Crónica, especialmente con don Jorge Kahwagi Gastine.
Felipe estaba muy contento de volver a las andadas periodísticas, ahora como subdirector editorial del periódico.
De ese periódico que nació justo al arranque de la pandemia de COVID-19 y que con enorme entrega y profesionalismo ayudó a fundar y consolidar.
Ese mismo periódico que ya suma tres dolorosas -e insuperables- pérdidas desde su nacimiento: Joaquín Sánchez Morales, Jesús Manuel Peña Fernández y ahora Felipe, Felipe Flores Núñez, cuyo siempre equilibrado “Soliloquio”, que publicaba jueves y domingos, se va a extrañar.
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Felipe formó parte del denominado “Grupo 2 de Julio No se Olvida”, una cofradía de amigos y periodistas que durante muchos años caminaron unidos, en las buenas, en las malas y en las peores, y en donde siempre privó el buen humor, la política y la camaradería.
De ese grupo, afortunadamente, sobreviven Juan Carlos Valerio y Carlos Martín Huerta.
Porque Felipe ya voló, y voló alto, y ya está con sus queridos Enrique Montero Ponce, Ismael Ríos y Javier López Díaz.
Pero también, sobre todo, con su papá, el inolvidable teniente coronel Felipe Flores Narro, a quien nunca, ni un solo día dejó de extrañar, de evocar…
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Adiós, querido Felipe, adiós.
Descansa en paz.