El padre de la medicina, Hipócrates, decía: “Antes de curar a alguien, pregúntale si está dispuesto a renunciar a las cosas que le enfermaron”. Y en eso que llaman salud mental es cierto, para que alguien pueda curarse es preciso que tome el mismo la iniciativa. Por eso para que una psicoterapia, psicoanálisis o cualquier tipo de tratamiento psicoterapéutico surta efecto debe iniciar con la demanda de un paciente.
Los hay quienes se quejan de su síntoma (esposa, hijos, jefes o lo que esté siendo su zona de confort dependiendo la etapa de vida que se esté atravesando. De hecho, Sigmund Freud destacaba la dificultad que solía encontrar en la clínica con pacientes que “aman” a su síntoma, ya sea porque encuentra una ganancia de placer, una satisfacción en ella o una identificación que lo define y lo sostiene en un “yo soy así”, donde el ego se disfraza de lo que algunos llaman “rasgos de carácter”
Sin embargo, desde este lugar del yo, hay un desconocimiento pues se limita a intentar mantener una imágen que le permite sostenerse en una escena más o menos confortable.
Escucharse en el diván es que el sujeto se permita pasar del goce y repetición que conlleva todo síntoma, a preguntarse por su deseo.