El asesinato de un narcotraficante repercute en su hijo, el pequeño Sujo; tiempo después, este chico tendrá que enfrentarse nuevamente con esta realidad, la trama nos hace reflexionar incluso sobre qué estamos haciendo como sociedad por los niños víctimas de la violencia en nuestro país.

Esta historia llevada al cine -“Sujo, hijo de sicario”- ha llamado la atención de los más importantes festivales del mundo, incluso ha sido seleccionada para representar a México en la carrera de los premios Oscar y los Goya en 2025, y ahora, tras su estreno el pasado 5 de diciembre, se encuentra en 380 salas en todo el país.

Para Astrid Rondero y Fernanda Valadez, quienes escribieron y dirigieron la película, el cine es la posibilidad de abrir preguntas, de generar conversación y decir: “el cine mexicano cuenta sus historias, con actores que expresan nuestros rostros y realidades”.

Cuentan que la historia surgió mientras preparaban una película sobre reclutamiento forzado, “para la preparación fuimos a comunidades rurales en Guanajuato. En aquel momento pudimos hablar con chicos a los que queríamos invitar al proyecto, ahí escuchamos historias muy fuertes, muchas de ellas desde pequeños marcados por la migración y el desplazamiento forzado, que en muchas ocasiones converge con ser obligados de distintas maneras a trabajar con el crimen organizado”, explica Rondero.

Dijo que en muchos casos se trata de una ausencia de Estado, pero también por parte de la misma sociedad y las comunidades, “de ahí surge la idea de escribir la historia de Sujo, que refleja la dificultad de crecer en un México como este”.

La directora es contundente: “Parece que la sociedad y el Estado buscan a los jóvenes que han delinquido cuando hay que detenerlos, pero no antes. Hoy vemos en las noticias a los sicarios abatidos, pero nunca nos preguntamos si ese sicario fue un niño que nos necesitó en algún punto, eso a Fer y a mí nos conmueve sobremanera y nos mueve en nuestra labor”.

Explica que ella es de la Ciudad de México y desde ahí pudo entender la ceguera que tenemos como parte de la comunidad que vive en las grandes ciudades, “porque pareciera que no estamos en contacto con eso. En particular yo me sensibilicé al trabajar con Fernanda y ver las disparidades tan grandes que hay en el país. Pero escuchar las historias de los chicos fue lo más importante y nos parecía que esta película tenía que ser una carta de amor para ellos, decirles que su vida es importante, que a mucha gente nos importa y que hay mucho por hacer, pero además es un llamado de atención para la sociedad que pareciera que somos indolentes”.

Fuente: El Economista