Al otro lado de una mesa blanca y estéril, en una habitación sin ventanas, me presentan a una mujer de unos cuarenta años. Tiene mandíbula cuadrada y el cabello rubio recogido hacia atrás con una dona azul celeste. “Las chicas me llaman Marmalade”, me dice, invitándome a utilizar su apodo carcelario. Es miércoles por la mañana; Marmalade está aquí, en una prisión finlandesa, para hacer una demostración de un nuevo tipo de trabajo penitenciario.
La mesa está desnuda, salvo por una botellita de plástico con agua y una laptop HP. Durante turnos de tres horas, por los que le pagan 1.54 euros (1.67 dólares) la hora, la laptop está programada para mostrar a Marmalade breves trozos de texto sobre el sector inmobiliario y luego hacerle preguntas de sí o no sobre lo que acaba de leer. Una de las preguntas es: “¿se refiere el párrafo anterior a una decisión inmobiliaria, en lugar de a una solicitud?”.
“Es un poco aburrido”, se encoge de hombros Marmalade. Tampoco está del todo segura del propósito de este ejercicio. Quizá esté ayudando a crear un chatbot de atención al cliente, piensa.
El click de la cárcel
En realidad, está entrenando un gran modelo de lenguaje propiedad de Metroc, una startup finlandesa que ha creado un motor de búsqueda diseñado para ayudar a las empresas constructoras a encontrar proyectos de construcción recién aprobados. Para ello, Metroc necesita etiquetadores de datos que ayuden a sus modelos a entender pistas de artículos de prensa y documentos municipales sobre próximos proyectos de construcción. La IA tiene que ser capaz de distinguir entre un proyecto de hospital que ya ha contratado a un arquitecto o a un instalador de ventanas, por ejemplo, y proyectos que aún podrían estar contratándose.
En todo el mundo, millones de personas entrenan modelos de inteligencia artificial, enseñando a las máquinas la diferencia entre peatones y palmeras, o qué combinación de palabras describe la violencia o el abuso sexual. Por lo general, estos trabajadores están destinados en el Sur global, donde los salarios son baratos. OpenAI, por ejemplo, recurre a una empresa de subcontratación que emplea a trabajadores en Kenia, Uganda e India. Ese sistema funciona para las empresas estadounidenses, que operan en inglés, el idioma más hablado del mundo. Pero en el Sur no hay mucha gente que hable finés.
Por eso Metroc recurrió al trabajo penitenciario. La empresa consigue trabajadores baratos que hablan finés, mientras el sistema carcelario ofrece a los reclusos un empleo que quizá les prepara para el mundo digital del trabajo tras su puesta en libertad. Utilizar presos para entrenar la IA crea paralelismos incómodos con el tipo de mano de obra mal pagada y a veces explotadora que ha existido a menudo en el sector tecnológico. Pero en Finlandia, el proyecto ha recibido un amplio apoyo.
“Existe una idea global de lo que es el trabajo con datos. Y luego está lo que ocurre en Finlandia, que es muy diferente si se mira de cerca”, según Tuukka Lehtiniemi, investigador de la Universidad de Helsinki, quien ha estado estudiando el trabajo de datos en las cárceles finlandesas.
Sin poder salir del trabajo
Desde hace cuatro meses, Marmalade vive aquí, en la prisión de Hämeenlinna. El edificio es moderno, con grandes ventanales. Las coloridas obras de arte intentan infundir una sensación de alegría en unos pasillos que, de otro modo, estarían vacíos. Si no fuera por las pesadas puertas de seguridad grises que bloquean todas las entradas y salidas, estas habitaciones podrían pertenecer fácilmente a un complejo escolar o universitario especialmente desalmado.
Finlandia es famosa por sus prisiones abiertas, donde los reclusos pueden trabajar o estudiar en las ciudades cercanas, pero esta no es una de ellas. En su lugar, Hämeenlinna es la institución de mayor seguridad del país, con reclusas exclusivamente femeninas. Marmalade ha sido condenada a seis años. En virtud de las normas de privacidad establecidas por la prisión, WIRED no puede publicar el nombre real de Marmalade, ni su edad exacta, ni ningún otro dato que pueda servir para identificarla. Pero en un país en el que los presos condenados a cadena perpetua pueden solicitar su puesta en libertad a los 12 años, seis años es una condena dura. Y al igual que a las otras 100 reclusas que viven aquí, no se le permite salir.
Cuando Marmalade llegó por primera vez, veía a las demás mujeres levantarse e ir a trabajar cada mañana; podían ofrecerse para limpiar, lavar o coser su propia ropa. Y por un turno de seis horas, recibían unos 6 euros (6.50 dólares). Pero Marmalade no soportaba participar: “Me resultaba muy agotador”, recuerda. En lugar de eso, pasaba largas temporadas en su celda. Cuando una asesora penitenciaria le sugirió que probara el “trabajo de IA”, los turnos cortos de tres horas le parecieron atractivos, y el dinero era mejor que nada. “Aunque no es mucho, es mejor que quedarse en la celda”, aclara.
Un empleo poco demandado
Esta es una de las tres cárceles finlandesas donde los reclusos pueden ofrecerse como voluntarios para ganar dinero trabajando con datos. En cada una de ellas hay tres laptops preparadas para que los presos participen en este trabajo de inteligencia artificial. No hay objetivos. Se les paga por horas, no por la velocidad o por la calidad de su trabajo. En Hämeenlinna, unas 20 personas lo han probado, de acuerdo con Minna Inkinen, instructora de trabajo en prisión, pelirroja y con el pelo corto, que se sienta junto a Marmalade mientras hablamos. “A algunas les gusta más que a otras”, indica. Cuando llego a la prisión un miércoles por la mañana, la sala de costura ya está ocupada. Las reclusas se apiñan sobre las máquinas de coser o se reúnen en parejas sobre montones de tela. Pero la pequeña sala donde se realiza el trabajo de IA está completamente vacía hasta que llega Marmalade. Solo hay tres reclusas en total que se ofrecen voluntarias con regularidad para los turnos de IA, destaca Inkinen, explicando que las otras dos están actualmente en el juzgado. “Preferiría hacerlo en grupo”, opina Marmalade, añadiendo que mantiene la puerta abierta para poder charlar con las personas que cosen al lado, entre respuesta y respuesta a las preguntas.
Una empresa conectada con las cárceles de Finlandia
Esas preguntas se han escrito manualmente en una oficina a 100 kilómetros al sur de la prisión, en un elegante espacio de coworking de Helsinki. Aquí conozco a Jussi Virnala, el alto y juvenil fundador y director general de Metroc. Me conduce a una cabina telefónica sofocante, junto a una hilera de columpios de interior, una mesa de billar y una serie de hombres en traje. Es una semana emocionante, me explica con una sonrisa. La empresa acaba de anunciar una ronda de financiamento de 2 millones de euros (2.1 millones de dólares) que piensa utilizar para expandirse por los países nórdicos. Los inversores con los que habló estaban intrigados por la conexión de la compañía con las cárceles de Finlandia, refiere. “Todos estaban interesados y entusiasmados por la forma tan innovadora de hacerlo”, comenta Virnala. “Creo que ha sido muy valioso desde el punto de vista del producto”, añade.
Una original idea para buscar trabajadores
Fue idea de Virnala acudir a las cárceles en busca de mano de obra. La empresa necesitaba personas hablantes nativas de finés para ayudar a mejorar la comprensión del lenguaje específico de la construcción de su gran modelo de lenguaje. Pero en una economía de salarios altos, como la finlandesa, encontrar a esos trabajadores de datos era difícil. Las generosas prestaciones por desempleo del sistema de seguridad social finlandés dejan pocos incentivos para que los finlandeses se apunten a plataformas de trabajo por encargo con salarios bajos, como Mechanical Turk, de Amazon. “Mechanical Turk no tenía muchos trabajadores finlandeses”, refiere Virnala. Al mismo tiempo, añade, las herramientas de traducción automática siguen sin ser buenas en finés, un idioma con apenas 5 millones de hablantes nativos.
Cuando Virnala propuso su idea a Pia Puolakka, directora del Proyecto Prisiones Inteligentes de la Agencia Finlandesa de Prisiones y Libertad Condicional, ella se mostró interesada al instante. Antes de la pandemia, otra empresa tecnológica finlandesa, Vainu, utilizaba presos para trabajar con datos. Pero aquella se retiró abruptamente después de que un desacuerdo entre los cofundadores hiciera que Tuomas Rasila, quien había estado a cargo del proyecto, abandonara la compañía.
Virnala le presentó su propuesta en 2022. Puolakka estaba ansiosa por resucitar el trabajo de IA. Su trabajo consiste en intentar que la relación entre las cárceles finlandesas e internet se parezca más a la del mundo exterior, es decir, que cada vez es más digital. Hasta ahora, ha instalado laptops en las celdas para que los reclusos puedan navegar por una lista restringida de sitios web y solicitar permiso para hacer videollamadas. Considera que el trabajo con datos es solo una parte más de esa misión.
Diversificando el trabajo en las prisiones
El objetivo no es sustituir el trabajo tradicional en prisión, como la fabricación de señales de tráfico o la jardinería. Se trata de dar a los presos más variedad. Este tipo de trabajo es el futuro, y si queremos preparar a los presos para la vida fuera de la cárcel, una vida sin delincuencia, este tipo de habilidades podrían ser al menos tan importantes como los tipos de empleo tradicionales que ofrecen las cárceles”, opina.
Pero no está claro hasta qué punto el etiquetado de datos ofrece a los reclusos aptitudes transferibles al trabajo después de la cárcel. Tuomas Rasila, el ahora distanciado cofundador de Vainu, quien dirigió allí el proyecto de la cárcel durante un año, admite que no tiene pruebas de ello; el proyecto no funcionó el tiempo suficiente para recopilarlas, reconoce. “Creo que pedir a personas, que pueden sentirse fuera de la sociedad, que se formen en el aspecto más tecnológico de una sociedad moderna es una idea potenciadora”.
¿O solo buscan mano de obra barata?
Otras personas consideran que esta nueva forma de trabajo penitenciario forma parte de una problemática carrera por la mano de obra barata que sustenta la revolución de la IA. “La narrativa de que estamos avanzando hacia una sociedad totalmente automatizada que es más conveniente y más eficiente tiende a oscurecer el hecho de que hay personas humanas reales que impulsan muchos de estos sistemas”, asegura Amos Toh, investigador principal centrado en inteligencia artificial de Human Rights Watch.
Para Toh, la búsqueda acelerada de los llamados “trabajadores del clic” ha creado una tendencia en la que las empresas recurren cada vez más a grupos de personas que tienen pocas opciones: refugiados, poblaciones de países sumidos en alguna crisis económica y, ahora, presos.
“Lo que vemos aquí forma parte de un fenómeno más amplio en el que la mano de obra que hay detrás de la creación de tecnología se subcontrata a trabajadores que laboran en condiciones potencialmente explotadoras”, sostiene.
¿Formación para el futuro?
Toh también se muestra escéptico sobre si el trabajo con datos puede ayudar a los reclusos a desarrollar habilidades digitales. “Hay muchas formas en las que las personas en prisión pueden progresar, como obtener certificados y participar en la educación avanzada”, afirma. “La prisión de Hämeenlinna ofrece a los reclusos cursos en línea sobre inteligencia artificial, pero Marmalade se queda con la cara desencajada mientras el personal trata de explicarles sus ventajas.
Cuando me reúno con Lehtiniemi, la investigadora de la Universidad de Helsinki, ya tengo dudas sobre las ventajas del proyecto. Me resultaba chocante viajar directamente de la cárcel, donde las mujeres trabajaban por 1.54 euros (1.66 dólares aproximadamente) la hora, a las oficinas de Metroc, donde la empresa celebraba una ronda de financiamiento de 20 millones de euros. En un café, frente a la grandiosa catedral de Helsinki, Lehtiniemi me escucha pacientemente describir esa sensación.
Pero las propias entrevistas de Lehtiniemi con los reclusos le han dado una visión diferente: en general, es positiva sobre el proyecto. En cuanto a mi comentario sobre la disparidad salarial, argumenta que no se trata de una mano de obra normal y corriente en la sociedad. Comparar el dinero que yo recibo como investigador con lo que reciben los presos por su trabajo en la cárcel, no tiene sentido”, afirma, “Lo único negativo que he oído es que no hay suficiente trabajo de este tipo. Solo unas pocas personas pueden hacerlo”, señala, refiriéndose al límite de tres laptops por prisión.
“Cuando pensamos en mano de obra de datos, tendemos a hacerlo en Mechanical Turk, en gente del Sur global o de las zonas rurales de Estados Unidos”, resalta. Pero para él, esta es una versión local distinta del trabajo de datos, que viene con un giro que beneficia a la sociedad. Está dando a los presos un trabajo cognitivamente estimulante, en comparación con otras opciones en prisión, al tiempo que representa a la lengua finlandesa en la revolución de la IA.
¿Y las condiciones laborales?
Sin este tipo de iniciativas, Lehtiniemi teme que las lenguas no inglesas queden excluidas de esta nueva generación de tecnología. No todos los finlandeses hablan inglés muy bien, así que también son necesarias estas formas locales de etiquetado de datos”, destaca Lehtiniemi. Metroc no es la única empresa que se ha visto obligada a ser creativa a la hora de encontrar mano de obra finlandesa para los datos. En 2011, la biblioteca nacional creó un juego para incentivar a los voluntarios a ayudar a digitalizar su archivo. En 2020, la emisora YLE se asoció con la Universidad de Helsinki y la empresa estatal de desarrollo, VAKE, para pedir a personas voluntarias que donaran grabaciones suyas hablando finés.
En Finlandia existe la sensación de que el proyecto de la prisión es solo el principio. A algunos les preocupa que pueda sentar un precedente que introduzca en las cárceles tipos de etiquetado de datos más controvertidos, como la moderación de contenidos violentos. “Aunque los datos que se están etiquetando en Finlandia no sean controvertidos ahora mismo, tenemos que pensar en el precedente que sienta”, advierte Toh. “¿Qué impide a las empresas subcontratar el etiquetado de datos de contenidos traumáticos y desagradables a gente de la cárcel, sobre todo si ven en esto una fuente de mano de obra sin explotar?”.
Tampoco está claro si las condiciones laborales de las cárceles finlandesas, famosamente centradas en la rehabilitación, podrían reproducirse en otros países con un enfoque menos progresista de la justicia. En Estados Unidos, el 76% de los presos declaran que el trabajo en prisión es obligatorio, según el grupo de defensa de los derechos civiles ACLU. “El sistema penitenciario de Estados Unidos es muy, muy diferente del que tenemos en Finlandia o en los países nórdicos. Es una idea completamente diferente”, aclara Rasila. “En Finlandia, hay un sentimiento exclusivamente positivo en torno al proyecto porque todo el mundo sabe que esto es muy voluntario”.
Las empresas de IA solo van a necesitar más mano de obra de datos, lo que las obligará a seguir buscando fuerzas laborales cada vez más inusuales para mantener el ritmo. Mientras Metroc planea su expansión por los países nórdicos y en otros idiomas además del finlandés, Virnala se plantea si ampliar el proyecto de mano de obra penitenciaria a otros países: “Es algo que tenemos que explorar”, afirma.