Aun cuando oficialmente no ha dado inicio, vivimos ya el proceso electoral más importante en mucho tiempo, tanto por sus dimensiones cuantitativas—estarán en disputa poco más de veinte mil cargos populares—como por su relevancia cualitativa: nunca antes presidente alguno de la época reciente había promovido la permanencia de su partido tan abierta e ilegalmente, creyendo poseer una justificación incuestionable para hacerlo: la de ser (él y su partido) portadores del único cambio posible y verdadero. También, por primera vez en los últimos veinticinco años, las elecciones se realizarán en un contexto de crispación y polarización, por lo que flota en el ambiente el temor de que el proceso todo alcance grados de complicación que no registró ninguno de los anteriores. Adicionalmente, nunca el INE había estado tan asediado desde el poder durante un proceso electoral como ahora lo está.
En contraste, la popularidad del presidente se mantiene alta, la población declara preferir a los candidatos oficiales, el presidente mantiene su discurso triunfalista y la oposición parece estar rebasada por el oficialismo. Resulta inevitable preguntarse por qué el escenario político está turbio; por qué no hay certeza de que habrá competencia limpia y segura. ¿Por qué si el presidente está tan seguro de que la mayoría del pueblo no sólo acepta, sino que gusta de su persona y su proyecto, por qué ha elevado la animosidad en discurso y acciones? ¿Estará consciente de que tales números no son garantía del éxito rotundo que pregona? ¿El ruido del ambiente lo pone en guardia?
La relación con Estados Unidos está muy erosionada. Los políticos republicanos han adelantado que, de llegar al poder, promoverán una política exterior agresiva. Ante las presiones del gobierno de Biden para que modifique su estrategia ante la migración y el narcotráfico—especialmente en materia de fentanilo—el presidente respondió con una cumbre en Chiapas para analizar el fenómeno migratorio y buscar reducir los flujos. El encuentro produjo más acusaciones hacia el gobierno norteamericano que análisis y propuestas de fondo viables. Inevitable una lectura territorial del evento: el presidente reclama no injerencia en las políticas sobre asuntos bilaterales y abre la puerta al discurso rabiosamente nacionalista, a ser desplegado durante las campañas electorales frente a posibles “invasiones”.
El asesinato de trece policías en Coyuca de Benítez, Guerrero deja evidencia de que el poder del crimen organizado ha crecido durante el presente sexenio y no son identificables intentos serios de detener esa expansión; las presiones norteamericanas se incrementarán al igual que las enérgicas protestas internas acerca de la inseguridad social. Pero el ruido proviene de varias partes y se aprecia en hechos múltiples; unos, resultado de causas naturales; otros, surgidos de protestas de la sociedad civil y algunos más, probablemente provocados, sin que quede claro ni el origen ni los autores de tales azuzamientos.
El proceder del presidente ante los daños que Otis causó en Acapulco sirvió para que sus opositores lo ridiculizaran con videos y memes. El horno no está para bollos. Aun cuando las defensas también se multiplicaron, el ego debe haber quedado lastimado. Algunas de estas fotos terminarán convertidas en íconos del sexenio.
La huelga de los trabajadores del Poder Judicial y las protestas civiles en su apoyo aumentan la temperatura. Estas movilizaciones podrían promover otras adhesiones e incrementar calor y ruido. El hartazgo es mucho y crece a diario. Pero hay otro ruido, que podría ser interno: el desaire al mitin de Claudia Sheinbaum en el Estadio Azul podría haber sido orquestado desde la presidencia para dejarle en claro a la candidata que la entrega de bastón fue un acto simbólico, para la fotografía, pero que el poder se mantiene— ¿y se mantendrá? —en las manos de quien únicamente cedió un pedazo de madera. Protestas estudiantiles en la prepa Azcapotzalco y en la misma Ciudad Universitaria en medio del proceso de selección de quien ocupará rectoría los próximos cuatro años a partir de este noviembre no dejan sino un mal sabor de boca. ¿Fueron casuales, esporádicos, improvisados estos actos? ¿O son la primera llamada para una puesta en escena que está bien ensayada?
Hay demasiado ruido en un ambiente que, presumiblemente, debería estar calmo pues los discursos no han hecho otra cosa que crear un escenario de transición no sólo segura, sino deseable. Un prócer difícilmente dejará que las fuerzas oscuras detengan la marcha natural de la historia. ¿Se estarán fusionando varias tendencias de crispación, de orígenes varios, para crear condiciones que podrían poner en jaque el proceso electoral? El tiempo nos dará la respuesta.